La habilidad de disfrutar a Cristo con la familia de la fe se debe enteramente a la venida de Cristo para salvar a Su pueblo de sus pecados (Mt. 1:21). Es un gozo tremendo que los creyentes han experimentado a lo largo de la historia, ese privilegio incalculable de disfrutar junto a otros hermanos en la fe al Señor y Salvador Jesucristo. Gloria a Cristo por ser nuestro único medio de salvación mediante Su sacrificio vicario para redimir un pueblo propio. Eso es el manjar del cristiano en el sentido de que no solamente ha sido permitido ser reconciliado con su Dios, sino también ha sido injertado en un cuerpo, es decir el cuerpo de Cristo Jesús. Congregándose con los santos La principal manera de disfrutar a Cristo con la familia de la fe se ve reflejada en la necesidad de congregarse con los hermanos. Disfrutamos a Cristo con la familia de la fe cuando estamos reunidos como la familia de la fe. Parece una cuestión tan obvia, especialmente cuando se considera el mandato en Hebreos 10:25: «no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre». Sin embargo, se ha vuelto necesario enfatizar en la indispensabilidad de congregarse como iglesia debido a la necedad que se ha perpetuado en las últimas décadas entre quienes se llaman cristianos; aquella noción novedosa de poder vivir la vida cristiana en aislamiento de la Iglesia del Señor. Aparte de la Iglesia del Señor no es posible disfrutar a Cristo con la familia de la fe. ¡Que gozo es poder estar reunidos con otros hermanos que el Señor ha salvado y ser beneficiado por sus vidas y sus dones! El Señor manifiesta Su amor y Su fidelidad a Su Iglesia mediante aquellos momentos únicos e irrepetibles cuando se reúnen los santos para bendecir el nombre inigualable de Dios y ser bendecidos por Él. El Nuevo Testamento asume que todos los santos entienden la centralidad de congregarse y que la reunión de los santos es el eje de la vida de la Iglesia. Tristemente, por la prominencia de la individualidad que ha penetrado en la Iglesia, una noción distorsionada de una espiritualidad individualista ha destruido en el cuerpo de Cristo el gran privilegio de la reunión de los santos. Ahora, se da muy poca importancia a la reunión entre creyentes. Aquí no solamente estoy hablando del día del Señor, sino también de las reuniones en las casas durante la semana entre cristianos. La prioridad que daba la iglesia primitiva a estar juntos ejemplifica la disciplina descuidada de la Iglesia contemporánea: «Y todos los días, en el templo y de casa en casa» (Hch. 5:42). Alabando juntos a Dios Primero, disfrutamos a Cristo en la familia de la fe cuando alabamos a nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. El resultado impredecible de la iglesia reunida y redimida por medio de Cristo Jesús es la articulación espontánea de las maravillas de Aquel que los ha salvado: «hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor» (Ef. 5:19). Cuando alabamos juntos a nuestro Dios, no solamente estamos atribuyéndole la gloria debida a Su nombre, sino que además estamos anunciando «las virtudes de aquel que [nos] llamó de las tinieblas a Su luz admirable» (1 P. 2:9), predicando en una manera hermosa a las almas de nuestros hermanos esas verdades preciosas y además al mismo tiempo estamos siendo predicados estas mismas verdades por nuestros hermanos en la fe. Edificándose mutuamente Segundo, disfrutamos a Cristo en la familia de la fe cuando hablamos a nuestros hermanos de lo que Jesús ha hecho a favor de nosotros y así somos edificados. Nuestras conversaciones entre hermanos de la fe deberían ser saturadas de Cristo. ¿Qué provecho eterno hay en aquellas conversaciones triviales y terrenales? Cuantas veces hemos pasado hablando con otros creyentes y terminamos con la sensación de decepción de nosotros mismos por no haber exaltado a Cristo y edificado a los demás en la fe. Aquellos momentos de compartir con los santos se deben invertir de la mejor manera para poder ser edificados en la fe. Debemos estar «hablando la verdad en amor» (Ef. 4:15). Los incrédulos no nos pueden edificar en ninguna manera sustancial de la Palabra, pero los santos son aquellos que Dios mismo ha puesto en nuestras vidas para nuestra santificación y nuestra madurez. No desperdicies tus conversaciones en la familia de la fe: «sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca» (Heb. 10:25). Aprovechando la adopción Tercero, disfrutamos a Cristo en la familia de la fe cuando aprovechamos la adopción divina que hemos recibido. Claramente el primer beneficio de la adopción es que somos hijos de Dios Padre, pero además somos miembros de una sola familia. «Así pues, ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios» (Ef. 2:19). ¿Estás aprovechando la realidad de tu adopción con la familia de la fe? Solamente en Cristo Jesús puede haber la reconciliación necesaria para poder formar un nuevo pueblo donde se puede amar los unos a los otros. Sinceramente, tenemos más en común ahora con los redimidos del Señor que con nuestros familiares. Nuestro vínculo con aquellos extranjeros y advenedizos redimidos por la sangre de Cristo es más profundo y estrecho que lo previamente contemplado. Que locura sería si no disfrutamos de esta nueva familia de la fe que ha sido establecida por Dios mismo. Nuestros hermanos y hermanas en la fe son a quienes vamos a conocer por toda una eternidad. Salmo 133:1: «Mirad cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía». La habilidad de disfrutar a Cristo con la familia de la fe es una gracia inmerecida. Preguntas para meditar:
- ¿A quién puedes bendecir de la iglesia local esta navidad?
- ¿A quién puedes invitar para compartir y animar en la fe esta navidad?
- ¿Cómo puedes crecer para disfrutar a Cristo con la familia de la fe?