Diego Maradona, la Idolatría y el culto a un hombre

«Cuantas victorias en este deporte se proyectan como victorias personales. En el relato social, Maradona también encarnó al rebelde que desafió a los poderosos y defendió a los humildes. Que con un talento extraordinario nos devolvió un lugar de dignidad. Como en el 86, después de cuatro años de haber perdido Malvinas, nos da la revancha de ganarles y humillar a los ingleses. Nos reivindica. Ese triunfo funcionó como una celebración sustitutiva», Pedro Horvat para el diario La Nación.

¿Cuándo el fanatismo por alguien es demasiado? ¿Dónde encontramos el límite que nos permite distinguir entre una simpatía sana y algo más profundo? Probablemente sea cuando le damos a ese algo o a ese alguien el lugar más importante, el que debe ocupar Dios en nuestras vidas. Lo convertimos en un ídolo, un falso dios.

Los ídolos mueren

«Murió Diego Armando Maradona», ese fue el titular del diario Clarín que me llegó por WhatsApp. El mejor jugador de futbol de la historia había fallecido a los 60 años de edad. Un jugador que supo darle alegrías al pueblo argentino, pero también al mundo mirando su destreza con la pelota. Un referente de lucha para muchos que lo vieron salir de un origen pobre hasta el estrellato futbolístico de nivel mundial. Alguien que le dio una copa del mundo a su país. Y para un país tan futbolero como Argentina eso es un símbolo de orgullo nacional.

Muchos han escrito sobre por qué su figura fue tan fuerte para los argentinos, ya que hubo una combinación histórica y cultural. Por un lado, la dictadura militar en el país había dejado dolor y tristeza. La guerra contra Inglaterra por la posesión de las Islas Malvinas en 1982 había destrozado las familias argentinas y la moral del pueblo. Habíamos sido humillados y derrotados. Pero cuatro años más tarde, Maradona logra un triunfo impensado sobre Inglaterra con un gol memorable, que le da acceso a Argentina a llegar a la final de la copa del mundo. Y se corona campeón. Eso trajo una alegría inolvidable para millones de argentinos y marcó un momento clave en sus corazones y memorias. Pusieron en Maradona la esperanza de un gozo único, la esperanza de que le devuelva la alegría, el canto y el orgullo de ser argentinos.

Pero Maradona siempre fue un hombre. Y nada más que eso.

Los que crearon al ídolo

Los simpatizantes de su persona y su talento, poco a poco, fueron moviéndose de la simpatía hacia la admiración, pasando luego a un fanatismo fuera de lo normal. ¿Cuándo es demasiado? ¿Cuándo el amor por el fútbol y por un futbolista se convierte en algo más? Déjame poner una serie de preguntas retóricas que quizás en sí mismas son una respuesta.

¿Cuántas familias decidieron llamar a sus hijos «Diego Armando»? ¿Cuántos cuerpos están marcados de por vida con tatuajes de Maradona? ¿Cuántos cuadros con sus fotos cuelgan en las casas? ¿Cuántas velas prendidas a su imagen? ¿Cuántas peleas iniciadas por faltar el respeto a su figura? ¿Cuántas vigilias se han hecho para poder verlo jugar? ¿Cuánto dinero se ha ofrecido para al menos tener su firma en la camiseta o poder tocar sus ropas? Hasta hay una «Iglesia Maradoniana» con feligreses que se reúnen a venerarlo. Y han sido muchos los que no han temblado ante la blasfemia de llamarlo un «dios» o «semi-dios»

Entre las declaraciones de las personas que fueron a despedirlo a su velatorio, arriesgando sus vidas por la pandemia, un hombre llorando decía sin cesar: «Diego es todo, todo, todo… todo». Además las redes sociales se colapsaron de mensajes sobre Maradona claramente blasfemos: «D10S no ha muerto», «Dios está con Dios», «Diego no morirá nunca», «Diego es eterno», entre otras tantas que no me animo a seguir enumerando.

Miles de personas encontraron en Maradona un falso dios que seguir. Alguien que les dio la alegría de salir campeones del mundo, de que Argentina fuera reconocido, de que fuera «vindicado». En una nota del diario La Nación, se afirma: «Nos duele enormemente la muerte, pero le agradecemos el habernos salvado alguna vez del último lugar y habernos hecho campeones». Hay una figura mesiánica que muchos argentinos encontraron en Maradona, alguien que les trae gozo y alegría en medio de la humillación y el dolor.

Pero Maradona siempre fue un hombre. Y nada más que eso.

El hombre pecador

Los excesos y escándalos que marcaron su vida son conocidos mundialmente. No era un ejemplo en nada salvo en cómo jugaba con la pelota. El dinero que consiguió, y la «gloria» que alcanzó como jugador quizás fueron también su ruina. Su logro fue su trampa. Y mostró lo que el hombre es en su esencia cuando trata de llenar su corazón de lo terrenal. Un ser pecador cuyos límites son cada vez sobrepasados por él mismo, ya que nada puede saciarlo finalmente. Los excesos del pecado no llenan el corazón. Lo vacían más, lo resecan, lo deshidratan. Como el hombre del naufragio que quiere saciar su sed con agua de mar, no sabe que lo mismo que intenta saciarlo lo destruirá.

Yo creo que la figura de Maradona tiene tanto atractivo para las personas porque les brinda la combinación de alguien que les trajo una gran felicidad con sus logros, pero que no es para ellos un ejemplo moral en absoluto. Eso crea una especia de «libertad» al seguirlo. No son confrontados por su vida piadosa, sino que al ser él un transgresor en todo sentido, alguien de vicios y excesos, crea un vacío donde las personas pueden sentirse cómodas en su vida de pecado. Les da lo que quieren sin ellos tener ninguna obligación moral hacia él.

Señala la nota del diario La Nación: «…su personalidad tuvo aspectos maravillosos y aspectos desenfrenados. Lo que lo acercaba más al mito del semidiós».  Fontanarrosa, humorista y escritor argentino dijo de Maradona: «No me importa lo que hiciste con tu vida, me importa lo que hiciste con la mía».

Finalmente, el ídolo o falso dios, termina existiendo para la conveniencia de la persona que lo venera. En un sentido es esa persona que lo «diviniza» para luego sacar provecho de esa figura, sin rendirle cuentas, ni tener para con él obligación moral mayor que la de exaltarlo.

El Salvador que necesitamos

¿Por qué existe esa necesidad en el corazón humano? ¿Por qué busca el hombre algo que pueda adorar? Ya sea un algo o un alguien, como en este caso, el hombre está en una incansable búsqueda de satisfacción, de plenitud.

C. S. Lewis nos da una pista: «Si encuentro en mí mismo un deseo que nada de este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo»[1]. Es una necesidad por diseño en el corazón del hombre. Dios creó al hombre para tener una relación íntima y plenamente satisfactoria con Él. Cuando el hombre peca, la relación con el Dios santo queda destruída. Y comienza una búsqueda sin fin para llenar ese vacío. Así como Lewis señala, nada de este mundo puede satisfacernos. Pon a un hombre sediento en medio del desierto, rodeado nada más que por kilómetros y kilómetros de arena. Y dile que sacie su sed. A lo sumo, el calor del desierto provocará en él alucinaciones y puede que termine creyendo que está bebiendo una botella fresca de agua, y saciando su sed. Para luego volver en sí con la boca llena de arena. Los ídolos son alucinaciones en este mundo, no son realidad. Creemos que nos sacian, creemos que son lo que necesitábamos, pero para nuestra perdición, ellos no son el Dios verdadero. La buena notica es que aquello que no está en el mundo vino al mundo. Dios se hizo hombre, llegó en la persona de Su Hijo, vivió una vida perfecta, murió en la cruz para hacer posible, que el pecado que separaba a los hombres del Dios que todo lo satisface y que todo lo llena, pueda ser removido. Y sin el obstáculo del pecado, por medio de Jesucristo, el hombre del desierto encuentra la Roca Divina (1 Cor 10:4), de donde brota el río de agua de vida. De la cual, como dijo Jesús, el que beba, no volverá a tener sed. ¿Quieres esa agua?


[1] Lewis, C.S; el peso de la Gloria, Harper Collins Español; Nasville, 2016

Enrique Oriolo

Enrique es co-fundador de Soldados de Jesucristo, actualmente sirve como misionero y pastor ordenado en la Iglesia Bíblica de City Bell, en Argentina. Está casado con Tamara y es padre de dos hijas, Luz y Paz.

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