¿Deben los pastores hoy darle importancia a la Reforma?

¿por qué debo apartar horas valiosas para leer sobre la Reforma, que habitualmente se cree que ocurrió hace aproximadamente 500 años?

Los pastores que se dedican al ministerio tienen tantas cosas por hacer. Además de la cuidadosa preparación de sermones frescos y de los estudios bíblicos semana tras semana, las horas apartadas para la consejería, la preocupación por desarrollar excelentes relaciones y el evangelismo esmerado y meticuloso (¡y que ocupa muchísimo tiempo!), la orientación de la próxima generación, las incesantes exigencias de la administración y de la supervisión; esto sin mencionar la alimentación de su propia alma, además de la variedad habitual de prioridades familiares, incluyendo el cuidado de sus padres ancianos y de sus preciosos nietos, y de una esposa enferma (o cualquier cantidad de combinaciones de tales responsabilidades); y, para algunos, la disminución de los niveles de energía es inversamente proporcional a su edad avanzada. Por tanto, ¿por qué debo apartar horas valiosas para leer sobre la Reforma, que habitualmente se cree que ocurrió hace aproximadamente 500 años? En verdad, los reformadores vivieron en tiempos que cambiaban con rapidez, pero ¿cuántos de ellos reflexionaron seriamente acerca de la epistemología postmoderna, el transgenerismo y la nueva (in)tolerancia? Si hemos de aprender de nuestros predecesores, ¿seríamos sabios si eligiéramos aprender de figuras más recientes? No necesariamente.

El pastor como médico general

Por definición, un pastor es parecido a un «médico general». No es un especialista en, digamos, divorcios y nuevos casamientos, en la historia de las misiones, en los comentarios culturales o en los períodos particulares de la historia de la iglesia. Aunque la mayoría de los pastores tendrán que desarrollar un conocimiento general en lo que compete a todas estas áreas como parte de la aplicación de la Palabra de Dios a la gente que lo rodea. Y eso significa que está obligado a dedicar algo de tiempo cada año a leer sobre esos grandes temas. Uno de esos temas es la teología histórica. La literatura histórica bien escogida nos expone a culturas y tiempos diferentes, extiende nuestros horizontes y nos permite ver cómo pensaban los cristianos en otros tiempos y lugares acerca de lo que dice la Biblia y cómo aplicar el evangelio a toda nuestra vida. ¡Sigue leyendo! Segundo, y más específicamente, un conocimiento creciente de la teología histórica hace maravillas al derribar la ilusión de que la exégesis detallada y vigorosa comenzó en el siglo XIX o XX. No todo lo que se escribió hace 500 ó 1500 años es totalmente admirable y merece ser recordado, como tampoco ocurre con todo lo que se escribe en la actualidad. Pero esa lectura histórica es el único antídoto eficaz para esa actitud trágica de un seminario (nos reservamos el nombre para proteger al culpable) que sostenía que sus estudiantes necesitaban conocer solo la buena exégesis y la hermenéutica responsable: no necesitaban saber lo que otros piensan, puesto que, con la exégesis y la hermenéutica en su haber, tendrían la sartén por el mango y podrían ofrecer una teología fiel por sí mismos. ¡Qué ingenuo es pensar que la exégesis y la hermenéutica son disciplinas neutrales y libres de evaluación! La realidad es que necesitamos escuchar a otros teólogos pastores, sean de nuestros días o del pasado, si hemos de crecer en riqueza, matices, perspicacia, autocorrección y fidelidad al evangelio.

¿Por qué la Reforma?

Pero ¿por qué enfocarnos particularmente en la Reforma? Aunque fue desencadenada por el tema de las indulgencias, el debate acerca de éstas condujo muy pronto, directa o indirectamente, a debatir sobre la autoridad, el lugar de la revelación (¿deberíamos depender de un depósito aparentemente conferido a la iglesia para abrazar la Escritura y la tradición o descansar en la sola Scriptura?), el purgatorio, la autoridad por la que los pecados son perdonados, el tesoro de las satisfacciones, la naturaleza y el lugar de la iglesia, la naturaleza y la autoridad de los sacerdotes/presbíteros, la naturaleza y la función de la eucaristía, los santos, la justificación, la santificación, la naturaleza del nuevo nacimiento, el poder esclavizante del pecado y mucho más. Todo esto son temas centrales en el programa teológico de la actualidad. Incluso, el tema de las indulgencias es importante aún: tanto el papa Benedicto como el papa Francisco han ofrecido indulgencias plenarias especiales bajo ciertas circunstancias (aunque en una estructura más restringida de la que adoptó Tetzel). Además, el estudio de la Reforma es especialmente saludable como respuesta a aquellos que creen que la llamada «Gran Tradición», tal como se preservó en los credos ecuménicos primitivos, es invariablemente una base adecuada para la unidad ecuménica, como si no hubieran existido las herejías inventadas después del siglo IV. En este frente, el estudio de la Reforma fomenta útilmente un poco de realismo histórico. Además de la singularidad hermenéutica de la Reforma que brotaba desde la sola Scriptura, los reformadores trabajaron arduamente para desarrollar una rigurosa hermenéutica que estuviera libre de los caprichos de las cuatro caras de la hermenéutica que había tenido su apogeo durante la Edad Media. Esto no significa que eran literalistas simplistas, incapaces de apreciar los diferentes géneros literarios, las metáforas sutiles y otras imágenes cargadas de símbolos; en vez de ello, significa que trabajaban arduamente para dejar que la Escritura hablara en sus propios términos, sin permitir que ningún método externo se imponga sobre el texto como una regla extra-textual diseñada para garantizar las respuestas «correctas». En parte, esto tenía que ver con su entendimiento de claritas Scripturae, la perspicuidad o claridad de las Escrituras. La teoría católica de la espiritualidad distingue comúnmente entre la forma de vida de los católicos ordinarios y la forma de vida espiritual de aquellos que eran católicos profundamente comprometidos. Es casi una versión católica romana de la teología de la «vida elevada». Se dice que conduce a una conexión mística con Dios, y que se caracteriza por prácticas y disciplinas espirituales extraordinarias. Pero, aunque he leído atentamente, digamos, a Juliana de Norwich, encuentro una gran cantidad de misticismo subjetivo y prácticamente ningún fundamento en la Escritura ni en el evangelio. Y en mi vida, no me imagino a Pedro ni a Pablo recomendando el retiro monástico para obtener una mayor espiritualidad: siempre es un peligro cuando ciertas prácticas ascetas se convierten en el camino normativo para alcanzar una mayor espiritualidad, si no hay apoyo apostólico para ello. Nuestra generación contemporánea, cansada de un acercamiento meramente cerebral al cristianismo, es atraída a los antiguos modelos de espiritualidad patrísticos y medievales. Qué alivio, entonces, volvernos a los escritos más cálidos de los reformadores, y descubrir la frescura de buscar a Dios y su justicia bien cimentados en las Sagradas Escrituras. Por esa razón, la carta de Lutero a su barbero continúa siendo un clásico: está repleta de aplicaciones piadosas del evangelio para los cristianos ordinarios, edificando una concepción de espiritualidad que no está reservada para la élite de los elegidos, sino para todos los hermanos y hermanas en Cristo. De manera similar, los primeros tres capítulos del Libro III de la Institución de Calvino ofrecen reflexiones más profundas de la espiritualidad verdadera que muchos de los volúmenes contemporáneos más largos. La Reforma es de importancia central para comprender la historia moderna de Occidente. Tres movimientos de gran escala son el escenario del mundo occidental contemporáneo: el Renacimiento, la Reforma y la Ilustración. Cada uno de los tres es complejo y los eruditos continúan debatiendo acerca de sus numerosas facetas. No obstante, el reclamo natural por el rol fundamental de estos tres movimientos no puede cuestionarse fácilmente.

¿Por qué esta Reforma?

Hay lecciones que aprender de la Reforma acerca de la soberanía de Dios en los movimientos de avivamiento y de reforma. Después de todo, hubo otros reformadores y movimientos reformadores que mostraron ser prometedores, pero se apagaron en su mayoría. Juan Wyclif (c.1320-1384) fue un teólogo, filósofo, clérigo, reformador eclesiástico y traductor de la Biblia, y el trabajo que realizó anticipó la Reforma, pero no se podría decir que él la precipitó. Jan Hus (1369-1415) fue un sacerdote checo, reformador, erudito, rector de la Universidad Carolina de Praga y arquitecto de un movimiento reformador, a menudo conocido como «Husismo», pero por supuesto, fue martirizado y su movimiento, que fue importante en Bohemia, no logró más que ganarse el estado de predecesor en Europa. ¿Por qué Lutero, Calvino y Zwinglio siguieron viviendo, lo suficiente como para darle dirección a una reforma masiva, mientras que el traductor de la Biblia, William Tyndale (1494-1536), fue martirizado? La perspectiva histórica ofrece muchas razones por las que algunos vivieron y otros murieron, algunos movimientos reformadores se diluyeron y otros encendieron una llama inextinguible. Vale la pena comprender los detalles históricos, pero los ojos de la fe verán la mano de Dios en la reforma verdadera, y nos recordarán ofrecerle nuestras alabanzas por lo que él ha hecho y nuestras peticiones por lo que aún rogamos que haga.

Explicar la Biblia, involucrarse en la teología

La Reforma se destaca como un movimiento que buscaba integrar la exégesis de los libros de la Biblia con lo que hoy llamamos teología sistemática. No todos los reformadores lo hacían del mismo modo. Algunos actuaban como si estuvieran explicando el texto bíblico, pero en realidad tenían la tendencia a saltar de una palabra o frase importante a otra, deteniéndose en cada punto para plasmar el planteamiento teológico de los diferentes «loci». Otros, como Bucero, seguían el texto más de cerca, pero también plasmando sus propios planteamientos del «loci» a medida que continuaba, lo que hacía que sus comentarios fueran extraordinariamente largos y densos. Calvino se esforzaba para aplicar en sus comentarios lo que él llamaba la «brevedad lúcida», y se reservó su teología sistemática principalmente para lo que luego se convirtiera en los cuatro volúmenes de la Institución de la religión cristiana. Verdaderamente, los comentarios de Calvino son tan «esquemáticos» que no pocos eruditos lo han criticado por no incluir suficiente teología en ellos. Pero lo que era impactante de todos estos reformadores, sin importar sus éxitos ni fracasos en producir una integración apropiada, es la manera en la que simultáneamente intentaban explicar la Biblia e involucrarse aplicando la teología. Por el contrario, hoy pocos sistemáticos son excelentes exégetas, y pocos exégetas muestran interés en la teología sistemática. Las excepciones meramente confirman la regla.

Entendiendo sus tiempos y los nuestros

Los reformadores entendían muy bien sus tiempos. Mientras se apoyaban en la «norma» de las Sagradas Escrituras, entendían a la perfección dónde estaban las líneas divisorias de su tiempo y lugar. Algunos de los mismos problemas prevalecen hasta hoy. Por otro lado, lo que debemos extraer de los reformadores en este aspecto no es simplemente la lista de temas en los que eran expertos, sino la importancia de entender los tiempos y saber cómo involucrarnos en nuestros tiempos con la verdad de la Escritura. ¡Sigue leyendo!


Nota del editor: Este artículo es parte de la Revista 9Marcas publicada por el ministerio 9Marks. Puedes adquirir la Revista impresa . También puedes descargarla gratuitamente directamente del sitio en internet es.9marks.org. Este artículo fue traducido por Natalia Armando.

Donald Carson

D. A. Carson es profesor de investigación del Nuevo Testamento en Trinity Evangelical Divinity School en Deerfield, Illinois, Estados Unidos, y co-fundador de The Gospel Coalition.

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