Cultivando un compañerismo cristocéntrico entre las mujeres

compañerismo cristiano

Tengo una amiga muy querida que vive en el otro extremo del país. Ella vive tan lejos que no sé cuándo la veré de nuevo. Algo que me encanta de ella es que me llama “hermana”. No es simplemente un apodo cariñoso o un término afectuoso. No significa simplemente que somos buenas amigas. En cambio, es la constatación de un hecho, pues en Cristo, ella es mi hermana. 

 La unión con Cristo y con los demás

El Nuevo Testamento frecuentemente utiliza la frase “en Cristo” (y expresiones similares) para designar una de las verdades más importantes de la vida cristiana: nuestra unión con Cristo. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Co. 5:17).  Mediante la salvación, por medio de la obra expiatoria de Cristo por nosotras en la cruz, y por medio de la obra del Espíritu en nuestros corazones que le da vida a nuestra fe, estamos unidas en Cristo. A través de esa unión con Cristo, recibimos todos los beneficios de lo que Él ha hecho por nosotras (es decir, la justificación, la adopción, la santificación y la glorificación). “En Él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7). Solamente en unión con Él, crecemos y producimos fruto. De hecho, nuestra unión con Cristo es tan esencial que, fuera de Él, nada podemos hacer (Jn. 15:5).  Puesto que estamos unidas a Cristo, estamos también unidas unas a otras en la iglesia. Aunque llegamos a la fe de manera individual, somos adoptadas en la familia de Dios. Todos aquellos por quienes Cristo murió son nuestros hermanos y hermanas. Esto quiere decir que las demás mujeres redimidas de nuestra iglesia local son nuestras hermanas en Cristo. “Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (Ef. 2:19-22). 

 Una unión hecha realidad

Una de las formas en que Pablo describe nuestra unión con los demás, es comparándola con un cuerpo humano. “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también es Cristo. Pues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu” (1 Co. 12:12-13). Cada parte del cuerpo es importante y necesaria; ninguna es mejor que la otra (1 Co. 12:15-26). Pablo también nos dice que estamos tan unidas que cuando una parte del cuerpo sufre, todos sufrimos (v. 26). ¿Cómo se ve esa unión con los demás en la familia de Dios? El Nuevo Testamento nos da un conjunto de instrucciones acerca de cómo debemos relacionarnos unas con otras en la iglesia. Aquí hay algunas: 

Amarnos unas a otras

Nuestra unión unas con otras se expresa de manera más notable al amarnos unas a otras. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn. 13:35). Nuestro amor unas por otras, es el resultado inevitable de estar en unión con nuestro Salvador. Como creyentes experimentamos y recibimos el amor de Cristo puesto que estamos unidas al mismo Salvador. Y precisamente porque Él nos ama, nos amamos unas a otras. 

Servirnos unas a otras

“Servíos por amor los unos a los otros” (Gá. 5:13). Las hermanas en Cristo se sirven mutuamente supliendo para sus necesidades. Podemos traer una comida, llevar a alguien a una cita, cuidarle los niños o incluso, darle un lugar para dormir. Ayudar a nuestras hermanas en Cristo no es simplemente hacer algo lindo; no es simplemente una buena obra hecha con la bondad de nuestro corazón, es un desbordamiento natural de nuestra conexión unas con otras en Cristo la cual se origina en nuestra unión con Cristo mismo. 

Llorar unas con otras

“Llorad con los que lloran” (Ro. 12:15). Las hermanas sufren y lloran unas con otras. Nos hacemos eco del dolor unas a otras. Escuchamos, nos animamos y nos sentamos en polvo y cenizas. Lo hacemos porque “si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él” (1 Co. 12:26). Del mismo modo que una lesión en una parte del cuerpo afecta todo el resto, cuando alguien del cuerpo de la iglesia siente dolor, todos nos dolemos con él. 

Discipularnos unas a otras

Tito 2 es el famoso capítulo sobre el discipulado. En él, Pablo manda a las ancianas a discipular a las mujeres más jóvenes en cuanto a cómo vivir el evangelio en sus vidas (2:3-5). El discipulado es un aspecto importante para la hermandad en la iglesia. Siempre hay alguien más joven a quien podemos discipular y alguien mayor que puede discipularnos a nosotras. 

Exhortarnos unas a otras

Hebreos 3:13 dice: “Antes exhortaos los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: Hoy; no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado”. La hermandad en la iglesia implica exhortación. Necesitamos que unas a otras nos ayudemos a ver las cosas en nosotras mismas ante las que estamos ciegas. El pecado es engañoso, por eso necesitamos que otras hermanas nos digan la verdad. La hermana en Cristo que señala nuestro pecado en nuestra vida y nos exhorta para que volvamos a Cristo es una buena amiga.   Mi hermana-amiga vive lejos de mí. Pero debido a que estamos unidas en Cristo, somos hermanas por toda la eternidad. Lo mismo es cierto para todas nuestras hermanas en el Señor. Procuremos vivir en esa unión, permaneciendo en Aquel que nos une. 

Christina Fox

Christina Fox (@christinarfox) escribe para varios ministerios y publicaciones cristianas como Desiring God, True Woman, y The Gospel Coalition. Es autora de Un Corazón Liberado: Un Viaje a través de los Salmos de Lamento [A Heart Set Free: A Journey Through the Psalms of Lament (2016)].

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