San Valentín es el día en el que todos los asientos de todos los restaurantes de lujo estarán llenos y en el que las parejas a las que no les interesan los restaurantes prepararán agradables comidas. Se entregarán flores en las oficinas, aparecerán regalos en los buzones, y se intercambiarán tarjetas.
Soy un poco escéptico en lo que se refiere a las fiestas típicas, pero me gusta el Día de San Valentín. Llevo catorce años casado con Aileen y no me molesta tener una excusa para centrarme en el amor que compartimos. En San Valentín, solamente quiero una cosa: pasar tiempo con mi esposa. No son los regalos ni las comidas lujosas, sino la compañía lo que anhelo.
Amo a Aileen y por eso me encanta pasar tiempo con ella. Lo sorprendente es que cuanto más tiempo paso con ella, más la amo. Y cuanto más la amo, más tiempo quiero pasar con ella. Y cuanto más tiempo paso con ella, más crece mi amor. Y cuanto más crece mi amor, bueno, ya te haces una idea. Nuestro deleite mutuo crece y aumenta con el tiempo que invertimos el uno en el otro. Así es como el Señor ha estructurado las relaciones. Amar es dedicar tiempo, y dedicar tiempo es amar.
Como en cualquier matrimonio, hay momentos en los que me doy cuenta de que mi amor ha perdido parte de su fervor. Hay momentos en los que la llama no arde tan brillantemente como en tiempos pasados. Cuando esto ocurre, la solución es muy simple: necesito pasar tiempo con ella. A medida que pasamos tiempo juntos, ese amor recupera su calor. Cuando dejo de pasar tiempo con ella, el amor se enfría, y cuando el amor se enfría dejo de pasar tiempo con ella. La forma en que nuestra relación se debilita es exactamente opuesta a la forma en que se fortalece.
Dios ha estructurado nuestra relación con Él de una manera muy parecida. Siempre me ha gustado el Salmo 1, el prefacio perfecto para la colección perfecta de canciones. Aquí, David escribe sobre el hombre bienaventurado, el hombre feliz, y lo describe como el hombre que se deleita en la ley de Dios y que medita en ella día y noche. Estas son las dos expresiones del amor: deleite y meditación, alegría y tiempo.
David mismo era un hombre que se deleitaba en la ley de Dios y que meditaba en ella día y noche. En el Salmo 119 podía decir: “¡Oh, cómo amo tu ley! Es mi meditación todo el día”. En el Salmo 63, se declaraba al Señor: “Me acuerdo de Ti en mi lecho, y medito en Ti en las vigilias de la noche”. Era un hombre que amaba al Señor y, por tanto, un hombre que amaba pasar tiempo con el Señor, meditando en la Palabra de Dios. Meditar en Dios alimentaba su deleite, y ese deleite lo llevaba a meditar más y más. ¿Qué fue primero y qué después? No importa. Las dos cosas van de la mano. Amarle es pasar tiempo con Él, y pasar tiempo con Él es amarle aún más.
Cuando mi amor por el Señor comienza a enfriarse, casi siempre encuentro que no he estado pasando tiempo con Él en Su Palabra. Cuando no he estado pasando tiempo con Él en Su Palabra, encuentro que mi amor se ha enfriado, o entibiado, por lo menos.
No puedo amar a mi esposa sin pasar tiempo con ella, y no puedo pasar tiempo con ella sin amarla más. Y del mismo modo, meditar en la Palabra de Dios no es solamente el resultado de deleitarse en Él, sino también la causa de ese deleite. La lección, la aplicación, es clara: cuando descubras que tu amor se ha enfriado, medita y te deleitarás. Deléitate y meditarás aún más.
Publicado originalmente en Challies.
