La falta de dominio propio hace daño. Muchísimo daño. Nada bueno resulta de dejarse llevar libremente por nuestros deseos y pasiones. ¡Cuántas vidas se han perdido por causa de acciones o decisiones impetuosas! A lo largo de la historia, miles han muerto o han quitado la vida a otro debido a un impulso o a un momento de pasión sin límite. Evitaríamos mucho dolor al vivir vidas doblegadas al Señor y su verdad. Dios quiere que vivamos dando fruto, bajo el dominio del Espíritu Santo, no de nuestras pasiones desenfrenadas. Aunque, la falta de dominio propio no será «un gran problema» si prestamos atención a lo que se dice a nuestro alrededor, viéndolo según los ojos del mundo. Hoy en día no se considera el dominio propio como un fruto del Espíritu y, por ende, la falta de dominio propio como un pecado. En cambio, como afirmarían algunos, el dominio propio es sencillamente una habilidad. La falta de dominio propio entonces, se entendería como una habilidad que no se tiene o que está en proceso de adquirirse, entre muchas otras opciones. Esto reduce el dominio propio meramente a una actividad mental o cerebral. Por otro lado, si minimizamos la importancia de la falta de dominio propio en nuestras vidas, agravaremos el problema y las consecuencias de este. Si lo consideramos como algo no tan grave, y no como la Escritura lo ve, entonces nuestra falta de dominio propio dará pie a más pecado.
La falta de dominio propio te llevará a pecar
Dado a que el dominio propio es parte del fruto del Espíritu (Gá. 5:22-23), la falta de dominio propio es pecado. Habiendo dicho esto, se entiende mejor la primera consecuencia: la ausencia de dominio propio te llevará a pecar. La falta de autocontrol hará que cedas a la tentación y te dejes llevar por lo que ven tus ojos, lo que siente tu cuerpo o lo que desea tu corazón. Siempre me llamó la atención que, para comenzar, el rey David no estaba donde tenía que estar: «Aconteció que en la primavera, en el tiempo cuando los reyes salen a la batalla […] David permaneció en Jerusalén» (2 S. 11:1). Es claro que, con base en una simple observación del texto, David se puso en una situación vulnerable. Mientras todos luchaban contra los amonitas, David se levanta después de una siesta y «se paseaba por el terrado» (1 S. 11:2). La situación se complicó cuando el rey vio a una mujer hermosa bañándose —Betsabé— y, en lugar de autocontrolarse y no dar cabida a sus deseos, decidió hacer todo lo contrario: la mandó a traer y se acostó con ella (1 S. 11:3-4). David prosiguió en su pecado, dando rienda suelta a su falta de dominio propio, llegando incluso a tramar de manera muy fría la muerte de Urías, el esposo de Betsabé (1 S. 11:6-17).
La falta de dominio propio te dejará vulnerable
La Biblia es muy clara respecto a lo vulnerables que somos cuando no tenemos dominio propio. No tener dominio propio es no tener defensa (Pr. 25:28). Jericó, antes de ser conquistada, «estaba muy bien cerrada por miedo a los israelitas» (Jos. 6:1). Un muro alrededor de una casa, un terreno o una ciudad, sirve de protección. El que está adentro está resguardado de peligros externos. Está seguro. Nadie le puede hacer daño. Sansón se puso a sí mismo en una situación vulnerable por su falta de dominio propio. Este hombre, que era «nazareo para Dios», había sido escogido como juez para «salvar a Israel de manos de los filisteos» (Jue. 13:5). No obstante, en repetidas ocasiones, este juez se alejaba de su llamado, yendo tras lo que deseaba su corazón. Finalmente, su desenfreno lo llevó a la ruina, revelando su secreto a Dalila y cayendo en manos de sus enemigos (Jue. 16). Sansón dio rienda suelta a sus pasiones, no poniendo ningún obstáculo, ningún impedimento, ninguna barrera. Su pecado, su falta de dominio propio, lo hizo vulnerable y terminó pagándolo con su vida. Es un riesgo latente vivir sin dominio propio.
La falta de dominio propio te traerá vergüenza y afectará a otros
La falta de dominio propio resulta a menudo en vergüenza, luto y dolor no solo para el que falló en controlarse, sino también para los que le rodean. Triste pero cierto, esto fue lo que le sucedió a Nabal y su familia. Nabal era un hombre muy rico, pero tenía mal carácter. El relato bíblico lo describe como «áspero y malo en sus tratos» (1 S. 25:3). Esta descripción prepara al lector para lo que viene. Para resumir la historia, a pesar del buen trato de David para con los pastores de Nabal (1 S. 25:5-8), este hombre rico y malhumorado no correspondió de la misma forma a David, menospreciándolo e insultándolo, diciendo más de lo que tenía que decir (1 S. 25:9-11). David se preparó para ir a la guerra contra él (1 S. 25:12-13, 21-22), hasta que Abigail —esposa de Nabal— intervino, muy apenada (1 S. 25:14-20, 23-31). ¡La esposa tuvo que humillarse y poner su cara en nombre de su esposo, rogando clemencia! Esto era cuestión de vida o muerte no solo para Nabal, sino para toda su familia y criados. La falta de dominio propio de un hombre necio trajo vergüenza sobre sí mismo y su familia. Afectó también a los que le rodeaban: así es como paga de mal el pecado. Aunque la actitud sin freno por parte de Nabal no resultó en muerte a manos de David gracias a la intervención de su esposa, Dios terminó ocupándose de él. Este hombre áspero y necio siguió en su desenfreno, sin dominio propio, emborrachándose mientras su esposa imploraba clemencia ante David (1 S. 25:36). Pero «unos diez días después, sucedió que el SEÑOR hirió a Nabal, y murió» (1 S. 25:38). Nabal pagó caro su desenfreno. Después de dar rienda suelta a su boca, a sus deseos y pasiones, quedó «como muerto» (1 S. 25:37) y Dios actuó: «su muerte vino como un resultado directo de una justicia divina administrada personalmente».
Conclusión
El hombre de Dios está en riesgo al no autocontrolarse, al no dejar que el Espíritu Santo obre en él. El dominio propio es necesario. Es indispensable. Como es un fruto del Espíritu, no puede faltar en el cristiano y, más bien, debe cultivarse. No debes ser dominado. No te dejes vencer, no cedas (Ro. 12:21). Debes ser dueño de ti mismo (Tit. 1:8), refrenar tus pies (Sal. 119:101) y ser lento para hablar y actuar (Stg. 1:19). Ezequías, ya sea por estrategia u arrogancia, no se pudo controlar y fue muy imprudente. Como Isaías mismo lo narra: «no hubo nada en su casa ni en todo su dominio que Ezequías no les mostrara» (Is. 39:2) a sus enemigos. Su falta de dominio propio lo llevó a pecar, lo puso en una situación vulnerable, le trajo vergüenza y afectó a todo el pueblo: «Ciertamente vienen días cuando todo lo que hay en tu casa y todo lo que tus padres han atesorado hasta el día de hoy, será llevado a Babilonia; nada quedará» (Is. 39:6). Sé discreto, sobrio, refrenado, dueño de ti mismo y controlado, por el poder del Señor en ti.