En una ocasión escuché sobre un pastor que fue confrontado por un miembro de su iglesia debido a su pasividad al no denunciar a un falso maestro que se autoproclamaba “mesías”. Al ser confrontado, el pastor respondió: “Ese señor no merece mi tiempo”. A lo que el hermano reaccionó diciendo: “¿No merece su tiempo, pastor? ¡Su suegra fue a un evento para escucharlo, y ahora está confundida!”.
Esto no es un asunto teórico. Vivimos en un mundo caído, donde el enemigo siempre está al acecho. La Biblia enseña con claridad que una de las responsabilidades de los pastores y ancianos es enfrentar y refutar a quienes contradicen la verdad. Pablo, en su despedida en Mileto, exhorta a los pastores a estar alertas y a cuidar del rebaño de Cristo, advirtiendo sobre “lobos rapaces” que vendrán enseñando “cosas perversas” (Hch 20:28-31). De forma similar, instruye al joven pastor Tito señalándole que hay muchos habladores de vanidades y engañadores, “a los cuales es preciso tapar la boca” (Tit 1:9-12).
Sin embargo, hay algunas confusiones en torno a esta responsabilidad del pastor. Primero, ¿el acusar a alguien no demostraría una actitud de juicio e intolerancia? Podría decirse que cada líder cristiano enseña a su congregación según la guía divina y que nadie debería entrometerse en los métodos de otro. Segundo, ¿qué nos da seguridad de que aquél a quien llamamos “falso maestro” realmente es un “lobo rapaz”? Alguien podría objetar diciendo que nadie tiene la autoridad de Dios como para decir que otro está descarriado. Quiero abordar estos dos problemas brevemente.

Un supuesto problema de intolerancia y juicio
Lamentablemente, muchos pastores han abandonado esta responsabilidad. Algunos, quizá, porque no comprenden su importancia (como el pastor mencionado anteriormente) y otros por temor a ser catalogados como “negativos” o “intolerantes”. En nuestra sociedad, la tolerancia se ha convertido en un valor supremo, pero su significado ha sido distorsionado. Ya no se trata de reconocer las diferencias de opinión respetando el derecho del otro a expresar su postura, sino que ahora se exige no oponerse a la opinión contraria y, además, guardar silencio respecto a la propia.
Por ejemplo, en Norteamérica, si enseñas lo que la Biblia afirma sobre el matrimonio (como la unión exclusiva entre un hombre y una mujer establecida por Dios desde la creación) serás etiquetado como una persona de “mente cerrada” o incluso un cavernicola. Lo mismo sucede con las religiones: para muchos que promueven el “amor de Dios” como simple eslogan, las palabras de Jesús en Juan 14:6 resultan ofensivas: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí”. Dicho de otra forma, para Dios no existe otra forma de llegar a Él sino por medio de Cristo, pero rechazar eso resulta un acto de intolerancia en la actualidad.

Tristemente, esa actitud no es exclusiva del mundo, sino que ha penetrado muchas iglesias, al punto de que numerosos creyentes reflejan el sentir de la sociedad más que el sentir de Dios revelado en Su Palabra. Por ello, si alguien afirma que cierto predicador enseña un falso evangelio, aun con argumentos bíblicos y con humildad, es acusado de ser intolerante o divisionista.
Ahora, ¿qué podemos decir del juicio? Siendo que nosotros no somos Dios, ¿deberíamos condenar las acciones de otros? Es necesario decirlo: el diablo está complacido tanto con el predicador que solo habla de amor y nunca menciona el pecado o el arrepentimiento, como con aquel que siempre está airado y solo habla de condenación. Ambos predican versiones falsas del evangelio. ¡Una sola versión del evangelio no es el evangelio! El verdadero evangelio confronta nuestro pecado y, al mismo tiempo, proclama el perdón y la reconciliación disponibles en la vida y obra de Cristo Jesús, si nos arrepentimos y ponemos nuestra fe en Él.

En muchas iglesias, se ha perdido el equilibrio del evangelio. El Señor Jesús habló extensamente sobre el amor y la misericordia, pero también es quien más habló del juicio y del infierno en toda la Biblia (por ejemplo, ver Mt 5:22, 10:28, 12:42, 18:9, 23:15). Es importante notar cómo Cristo hablaba de manera distinta según Su audiencia: fue tierno con quienes reconocían su culpa y se sentían sin esperanza (como la mujer samaritana [Jn 4]), y fue directo y severo con quienes decían ser hijos de Dios, pero no lo eran (como los judíos religiosos [Jn 9:39-47]).
De forma semejante, el apóstol Pablo instruyó a los creyentes en Corinto a no juzgar a los de afuera, pues Dios los juzgará, pero sí a juzgar a quienes se dicen cristianos (1Co 6:11-13). Si aplicamos eso a nuestro día, definitivamente necesitamos oponernos vehementemente a aquellos que llamándose “cristianos” desvían a otros de la voluntad de Dios con enseñanzas falsas. ¿Es un acto de juicio? Sí, y uno ordenado directamente por la Escritura.

¿A quiénes podemos llamar falsos maestros?
Con todo, los creyentes no debemos usar a la ligera el término “falso maestro”. Debemos recordar que un falso maestro es un hereje, y eso es algo muy serio. La herejía consiste en enseñar algo, ya sea sobre Dios, el ser humano o el evangelio, que corrompe o anula la posibilidad misma de la salvación.
Por esta razón, llamo falso maestro a Marcos Witt cuando enseña el universalismo teológico. Si alguien le arrebata a otra persona la verdad del evangelio, el mensaje exclusivo de Cristo, le está quitando la única esperanza de salvación; eso es un acto de crueldad extrema. De igual manera, es correcto llamar falso maestro a Cash Luna cuando afirma que una persona puede acercarse a Dios por medio de lo que él considera “espíritu”, mientras que la Biblia enseña claramente que solo a través de Cristo se puede llegar al Padre, y que el Espíritu Santo siempre exalta al Hijo (Jn 14:6; 15:26).
Es fácil condenar las herejías del pasado, pero muy difícil condenar las del presente. Discernir lo que fue ya resuelto es sencillo; discernir el error actual, no tanto. Sin embargo, Dios no nos juzgará por los pecados de nuestros antepasados, sino por los nuestros, y a los pastores les pedirá cuentas por la manera en que apacentaron Sus ovejas. La enseñanza de 1 Pedro 5:1-4 resume muy bien este llamado en la actualidad:
Por tanto, a los ancianos entre ustedes, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoreen el rebaño de Dios entre ustedes, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que les han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, ustedes recibirán la corona inmarcesible de gloria.

En resumen, la Biblia es clara respecto al peligro constante de los falsos maestros y la necesidad urgente de confrontarlos. Es con ese deseo que escribo estas palabras: para animar a pastores y líderes a ser conscientes de la responsabilidad que tienen delante de Dios al cuidar de Sus ovejas. Todos somos pecadores y debemos examinar nuestras vidas continuamente. Estamos llamados a aborrecer aquello que Dios aborrece (Ap 2:6), pero no con una actitud de superioridad o justicia propia. No con un espíritu que dice: “Si no estás de acuerdo conmigo, estás mal”, sino con un corazón alineado al sentir y la mente de Dios (Fil 2:5). Si Dios odia ciertas cosas, nosotros también deberíamos odiarlas; de no hacerlo, estaríamos siendo infieles a Él.
Pastor, es tu responsabilidad cuidar del rebaño frente a los falsos maestros. No temas ser catalogado de intolerante; preocúpate, más bien, por agradar a Dios y velar por las almas de Su congregación, modelando en todo la humildad y el carácter de Cristo. Si eres fiel, al final, recibirás la corona inmarcesible de gloria.