Brant Hansen narra la historia de un pastor que cayó a un contenedor de basura y se fracturó el brazo.[1] Cayó mientras intentaba recuperar un montón de revistas pornográficas que había tirado recientemente. Se resbaló y cayó y, ahora, incapaz de salir y cubierto de porquería, tuvo que pedir ayuda. Su esposa fue quien lo encontró. Por favor, piensa en esto. Imagina el trayecto al hospital. ¿Le tuvo ella que abrochar el cinturón? Imagina la conversación en el auto. ¿Hablaron, o solo se escuchaba el silencio, salvo por el ocasional gemido de dolor? Que esta historia nos sirva de precaución. En una sección anterior mencioné que no es sabio que tu esposa, prometida o novia sea tu compañera de rendición de cuentas. Cuando fallas, tu pecado la convierte en víctima y, por eso, probablemente no es la persona más adecuada para escuchar tu confesión semana con semana. Para este tipo de rendición de cuentas regular y profunda, necesitas a alguien que se interese por ti pero también a alguien que no sea herido personalmente cada vez que caes. En Efesios, Dios les ordena a las esposas a respetar a sus esposos (5:31). El respeto de tu esposa probablemente crecerá si sabe que estás en una rendición de cuentas profunda. Temo que si le rindes cuentas a tu esposa y discutes tu lucha a detalle, la estarás colocando en una situación casi imposible. Además, te verás tentado a disimular tu pecado con vagas generalidades o a minimizarlo completamente. Pero tu esposa tiene que saber algo acerca de la existencia de tu lucha, antes de que te descubra en el fondo del contenedor. Esto significa que si luchas contra la pornografía u otros pecados sexuales, necesitas contarle pronto. Lo mismo con tu futura esposa si estás comprometido. Tu pecado sexual es contra ella; es una violación de tus votos, pasados o futuros. El nivel de detalle que compartas con tu esposa dependerá de varios factores (p. ej., la frecuencia y profundidad de tus caídas). De cualquier manera, debes contárselo. Si esto te aterroriza, bien. Debería aterrorizarte. Un tono despreocupado y displicente indicaría que no entiendes ni la magnitud ni el efecto de tu pecado. En una ocasión, un hombre relató a sus compañeros de estudio bíblico que había cometido adulterio años atrás y que nunca le había dicho a su esposa. Los hombres en el estudio le instaron correctamente a decirle a su esposa lo antes posible. Él dijo: “Muy bien, pero ¿orarían por mí?”. Esa noche, él le contó y ellos oraron por él. Por supuesto, no fue fácil. Confesar y arrepentirse fue terriblemente difícil. Siempre lo es. Pero, a la luz del perdón de Dios, tanto el que peca como el ofendido pueden sanar. Y para esta pareja en particular, eso fue exactamente lo que sucedió… eventualmente. Pero si ella lo hubiera descubierto antes de que él se lo contara, la historia podría haber sido diferente.
Preguntas de diagnóstico
- ¿Sabe tu esposa, tu prometida o tu novia acerca de tu lucha contra la pornografía? Si no es así, ¿cuándo se lo contarás? ¿Por qué te has negado a contárselo? ¿Crees que debes estar limpio antes de podérselo contar? ¿Te ha funcionado esto?
- Antes de hablar con tu pareja sobre esto, ¿tienes algún amigo que pudiera pedirte cuentas de esta conversación, incluso orar por ti cuando vayas a tenerla? Después de hacerlo, es posible que necesiten consejería matrimonial. ¿Estarías dispuesto a esto? ¿Por qué sí o por qué no?
- Si no estás casado ni comprometido, pasa algunos minutos reflexionando en la gravedad de tener que contarle a tu futura esposa. ¿Es algo que quisieras evitar? ¿Cómo podría ser esto una motivación para luchar contra el pecado sexual?
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[1] Brant Hansen, Unoffendable: How Just One Change Can Make All of Life Better [Inofendible: cómo un solo cambio puede mejorar completamente la vida] (Nashville: Thomas Nelson, 2015), 63–64.