¿Cómo es que Jesús “hacía discípulos”? Aprendamos con el Maestro

Al ver cómo fue el discipulado del Maestro, aprendemos cómo obedecer la Gran Comisión.
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Primero, lo adoraron.

Antes de que Jesús les diera alguna tarea que cumplir, alguna comisión que llevar a cabo, alguna dirección sobre cómo podrían, en cierto sentido, continuar Su obra una vez que Él se hubiera ido, primero se arrodillaron ante Él. Mateo cuenta que: 

…los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado. Cuando lo vieron, lo adoraron… (Mt 28:16-17).

Antes de que pudieran imitar aspectos de Su vida humana y hacer eco de Sus enseñanzas en sus propias palabras y obediencia, se postraron ante Jesús, no solo como hombre, sino como Dios mismo.

Además, antes de que Jesús pronunciara el único imperativo de Su Gran Comisión a Sus hombres para Su iglesia, declaró Su autoridad única: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (Mt 28:18). La iglesia tiene un único Esposo, un único Pastor Principal, un único Señor, un único Hijo resucitado sentado a la diestra del Padre, suministrando el Espíritu. Y más que eso, cuando los discípulos recibieran Su encargo, este estaría notablemente centrado en “el Hijo”, bautizando en Su nombre, con el Padre y el Espíritu, y enseñando a todas las naciones a obedecer todo lo que Jesús mandó.

Sin embargo, la Comisión de Jesús tiene una segunda dimensión. No solo habría aquí marcas claras de los aspectos totalmente inimitables de la vida del Dios-hombre en Su entrega de la Comisión, sino que Sus discípulos tendrían un llamado al que responder, un rol que jugar, una obediencia genuina que rendir. Había una imitación real de su maestro para abrazar y reconocer, por muy elevada que esta pudiera ser.

En el centro de este informe final y culminante al final del Evangelio de Mateo se encuentra una directiva particular: hay un trabajo que hacer, un imperativo al cual responder, una misión que abrazar, y sí, una dimensión pronunciada de la vida de Cristo para imitar: hacer discípulos.

Al final del Evangelio de Mateo se encuentra una directiva particular: hacer discípulos. / Foto: Light Stock

Él los hizo pescadores

¿De qué manera Sus propios hombres habrían recibido este mandato —uno que abarca todos los demás mandamientos de la enseñanza de Cristo— en ese momento y en los días y años que siguieron a medida que reflexionaban en él? Después de todo, este era el grupo particular que lo conocía mejor. Estos eran Sus discípulos. ¿Qué podrían escuchar Sus discípulos cuando les dijo a Sus discípulos que hicieran discípulos?

Para Pedro y Andrés, Santiago y Juan, Jesús primero había enmarcado Su llamado a discipularlos en términos de su profesión. “Vengan en pos de Mí, y Yo los haré pescadores de hombres” (Mt 4:19). Después de haber sido entrenados toda su vida para usar botes y redes para sacar comida del mar, lo que habría sido claro para ellos en ese momento, y aún más claro después de tres años con Jesús, era que no se hacen pescadores, o discípulos, de la noche a la mañana o en un instante.

Hacer buenos pescadores es un proceso largo y complicado, como bien sabían. Requiere enseñanza y entrenamiento a lo largo del tiempo. No solo escuchar e interiorizar palabras claras de instrucción y dirección, sino también observar a un maestro pescador en acción, y captar los ritmos y patrones no dichos de su oficio. Tal aprendizaje requiere, según el pastor Tom Nelson, “el tipo de conocimiento que es difícil de capturar en términos o categorías proposicionales, pero que emerge en el contexto de una relación cercana y en la imitación de otro” (The Flourishing Pastor [El Pastor Floreciente], 94). Nelson cita al filósofo Michael Polanyi (1891–1976), quien llama a este tipo de aprendizaje “conocimiento tácito”:

Al observar al maestro y emular sus esfuerzos en presencia de su ejemplo, el aprendiz recoge inconscientemente las reglas del arte, incluidas aquellas que no son explícitamente conocidas por el propio maestro (Polanyi, Personal Knowledge [Conocimiento Personal], 53).

Ese hacer discípulos, como se ve en la vida de Cristo, involucra más que instrucción formal y verbal. Los discípulos no solo escuchan a su maestro hablar sobre Su oficio, sino que lo ven en acción, y luego reciben instrucción continua mientras Él, a su vez, observa los primeros esfuerzos de ellos y habla sobre sus habilidades emergentes.

Jesús prometió a sus apóstoles que serían pescadores de hombres, y aprendieron que hacer discípulos no ocurre de la noche a la mañana. / Foto: Light Stock

Ahora ustedes hagan pescadores

¿Cómo, entonces, se desarrolló esta labor de hacer pescadores espirituales durante el ministerio de Jesús? En el Evangelio de Mateo en particular, desde el llamado de Jesús en el capítulo 4, hasta Su comisión en el capítulo 28, es impresionante observar Su atención recurrente, y cómo priorizó e invirtió en Sus discípulos.

Una y otra vez, de un capítulo a otro, y a menudo de una narración a otra, Jesús navega las dimensiones públicas y privadas de la vida, mostrando ritmos de dar la bienvenida a “las multitudes” (en público) y luego prestar atención exclusiva a «Sus discípulos» (en privado). Está dispuesto a recibir y bendecir a las masas a medida que vienen buscando, pero Él mismo busca a Sus discípulos, para invertir en los pocos. (Obsérvalo por ti mismo hojeando el Evangelio de Mateo y prestando atención a las palabras ‘multitud’ y ‘discípulos’ en las primeras y últimas líneas de varias secciones).

Jesús, el Maestro, los había llamado a seguirlo, y durante más de tres años, en escenario tras escenario, en hogares privados y en medio de grandes multitudes, caminando largos trayectos entre pueblos y disfrutando de comidas sin prisa —una conversación a la vez, un día a la vez— Jesús los había discipulado. Cristo mismo les mostró la vida cristiana, por dentro y por fuera, en enseñanzas públicas y oraciones privadas. Ahora ellos también debían hacer discípulos.

En particular, Él dice: “Discipulen a todas las naciones”, lo cual debe haberles impactado al menos con una fuerza doble.

Aunque la instrucción de ir a las naciones debió impactar profundamente a los discípulos, Jesús prometió estar con ellos todos los días, hasta el fin del mundo. / Foto: Light Stock

“Discipular” como verbo

En primer lugar, está el contexto relacional que hemos estado observando.

Los cristianos hoy en día a menudo hablan sobre “discipulado”, por lo que podría ser útil aclarar qué tipo de acción y proceso habrían escuchado los discípulos de Jesús cuando Su Discipulador les dijo que “hicieran discípulos”. Hacer discípulos, en este contexto, es el proceso en el cual un creyente estable y maduro se dedica, por un período de tiempo particular, a uno o unos pocos creyentes más jóvenes, con el fin de apoyar su crecimiento en la fe, incluyendo también el ayudarles a invertir en otros que invertirán en otros. (Pablo da tales instrucciones a su discípulo, en 2 Timoteo 2:2, para levantar líderes en la iglesia de Éfeso).

Esa labor de hacer discípulos requiere tanto de una estructura (lecciones y temas específicos para trabajar) como de un margen de espacio que le permita al discipulador hablar en momentos imprevistos de enseñanza que surjan. Este proceso es tanto planeado como orgánico, involucrando tanto la comunicación de la verdad como el compartir la vida. La cantidad de tiempo es el suelo en el que se cultiva el tiempo de calidad.

Hacer discípulos es el proceso en el que un creyente maduro se dedica a apoyar el crecimiento en la fe de uno o pocos creyentes más jóvenes.

Formal e informal

La gran mayoría del tiempo de Jesús con Sus discípulos no fue formal. Marcos 3:14 dice: “Designó a doce, para que estuvieran con Él…” Antes de enviarlos a predicar, primero necesitaban estar con su Maestro, escuchar Su instrucción, observar Su vida y absorber Sus caminos, no con un reloj marcando el tiempo en el fondo, sino con el espacio, el tiempo y la superposición de la vida cotidiana que fomentan el tipo de efecto que Jesús tuvo en Sus discípulos.

Es sorprendente lo que tres años con Jesús hicieron por este grupo desordenado de jóvenes galileos. Todos ellos eran forasteros en el establecimiento religioso de la época; ninguno de ellos había sido entrenado como rabino al igual que Pablo. Sin embargo, después de la ascensión de Cristo y el derramamiento de Su Espíritu, las autoridades religiosas pudieron ver con sus propios ojos las profundas impresiones de Cristo en sus hombres:

Al ver la confianza de Pedro y de Juan, y dándose cuenta de que eran hombres sin letras y sin preparación, se maravillaban, y reconocían que ellos habían estado con Jesús (Hch 4:13, énfasis añadido).

Jesús no menospreciaba a las multitudes. Las recibía, les enseñaba y las sanaba. Pero no las perseguía. Sus días giraban en torno a Sus discípulos. Cuando llegó el momento de dirigirse a ellos y darles Su Comisión, no dijo: “Atraigan a las multitudes”. Dijo: “Discipulen a las naciones”.

La Gran Comisión dirige al pueblo de Cristo tanto a “profundizar” como a “salir”, tanto localmente como a otras ciudades y pueblos. / Foto: Light Stock

“Las naciones” como meta

En segundo lugar, está el impulso externo de todas las naciones.

En su comentario sobre la Comisión, D. A. Carson señala que, aunque “la principal fuerza imperativa” y “el énfasis principal” está en el verbo “hacer discípulos”, no debemos menospreciar o pasar por alto el efecto del participio yendo (“vayan, pues, y hagan discípulos”). Permanecer indefinidamente en Jerusalén, o en Galilea, no cumplirá la misión. Podríamos decir que hay una “fuerza centrífuga” irreducible, no solo en el participio, sino también en el objeto del verbo: “Todas las naciones”.

Jesús comisiona tanto en profundidad como en distancia. Sí, Sus discípulos buscan “hacer conversos”: nada menos que eso cumplirá la misión. Deben ser evangelistas. Pero Jesús pide más. En el corazón de Su mandato está la profundidad de hacer discípulos. El efecto inevitable, el impulso, es hacia afuera: expansivo, evangelístico, incluso global. La Comisión dirige al pueblo de Cristo tanto a “profundizar” como a “salir”, tanto localmente como a otras ciudades y pueblos.

Todo lo que Él mandó

Ahora, a medida que vamos (al cruzar la calle, bajar por el pasillo, ir hacia el edificio de la iglesia o a una cafetería, entrar en una nueva relación, atender otra cita, ir hacia el otro lado de la ciudad, ir a un nuevo estado, ir al otro lado de un océano, o ir a una nueva cultura o idioma), hacemos discípulos, ofreciendo nuestras palabras, tiempo y atención durante meses, incluso años, y presentando nuestras propias vidas como ejemplos.

Ejercitamos la paciencia, hablamos con gracia, respondemos preguntas simples con humildad, y como discípulos de Jesús nosotros mismos, no señalamos a nuestros “discípulos” finalmente hacia nosotros, sino hacia Él. Cuando nuestro enfoque es hacer discípulos, en lugar de la fascinación moderna por atraer multitudes, encontramos que la vida y el ministerio toman un tono completamente nuevo, tal vez incluso el de Cristo mismo.

Y a medida que buscamos vivir y ministrar más como Él, afirmamos de nuevo que Jesús es verdaderamente único. Toda autoridad es Suya. La comisión es Suya. La iglesia es Suya. La promesa de presencia divina es Suya. Lo adoramos, y discipulamos a otros para que hagan lo mismo.


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

David Mathis

Es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de Cities Churchin Minneapolis. Él es esposo, padre de cuatro hijos y autor de «Habits of Grace: Enjoying Jesus through the Spiritual Disciplines» (Hábitos de Gracia: Disfrutar a Jesús a través de las Disciplinas Espirituales).

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