¿Cesará alguna vez el debate sobre los dones carismáticos del Espíritu Santo? Tal vez no, debido a la publicación de muchos libros, debates en curso y conferencias sobre este tema controvertido. Una de las principales razones de la intensidad del asunto es que está directamente relacionado con cómo debemos vivir la vida cristiana. Para quienes sostienen que los dones carismáticos continúan, deberíamos buscar tales dones en nosotros mismos para vivir la vida en la plenitud de la bendición de Dios. Pero, ¿qué pasa con quienes creemos que esos dones fueron dados en la era apostólica y han cesado con la finalización de la doctrina apostólica registrada en las Escrituras? ¿Cómo vivimos la vida? ¿Cómo es la vida de un cesacionista? Presento aquí tres aspectos de nuestra vida en Cristo.
Estamos llenos del Espíritu
Esto puede sonar extraño para algunos, pero los cesacionistas viven la vida llena del Espíritu. Recuerdo que una vez, cuando visité una iglesia carismática, un hombre se me acercó luego del servicio y se presentó. Me preguntó de dónde era y a qué iglesia iba, y cuando le dije que era bautista, respondió: «Yo solía ser bautista, pero luego creí en el Espíritu Santo». Oí en ciertas ocasiones a carismáticos decir que la Trinidad cesacionista es «Dios, Jesucristo y la Santa Biblia». Pero esos son malentendidos groseros e incluso peligrosos sobre lo que creen los cesacionistas. ¡Por supuesto que creemos en el Espíritu Santo! Él es la tercera persona de la divina Trinidad a quien adoramos. El Espíritu Santo regenera nuestros corazones al quitar el corazón de piedra y poner en su lugar un corazón de carne. Él habita en nosotros y nos da una vida espiritual. Él lleva fruto en nosotros, equipándonos con vidas justas y devotas a Dios. Él nos da poder al darnos las fuerzas que necesitamos para obedecer la ley de Dios y servir a su reino. Él nos sella, dándonos la garantía de las bendiciones heredadas que Dios nos ha prometido. Él nos guía a esperar con ansias el regreso de Cristo cuando finalmente recibiremos todas las bendiciones de Dios mientras disfrutamos la vida en su presencia. Y hasta ese momento, el Espíritu Santo nos bendice con dones espirituales para el beneficio del cuerpo de Cristo, la iglesia. Estamos llenos del Espíritu Santo por medio de la fe en Cristo para vivir la vida para su gloria. ¡Qué don glorioso! Cuán frustrante es cuando oímos que el rol del Espíritu Santo está reducido a brindar dones carismáticos de profecía, lenguas y sanidades milagrosas en la mente de muchos. El Espíritu Santo nos llena sin la extravagancia de maravillas externas. Después de todo, su meta no es llamar nuestra atención y convertirnos en el centro, sino guiarnos a Jesucristo en quien encontramos salvación y descanso para nuestra alma.
Oímos la voz de Dios
Nosotros también reconocemos que, como pueblo de Dios, necesitamos oír a Dios. Entonces, ¿cómo se revela Dios y su voluntad para nosotros? Él nos habla por medio de su Palabra. La Biblia no es simplemente una colección de escritos antiguos inspirados que se supone que debemos leer. Dios me habla hoy en las Escrituras. Oigo su voz, no con mis oídos, sino por medio de la iluminación del Espíritu en mi mente y corazón mientras leo la Palabra de Dios. Como resultado, leer las Escrituras es más que una disciplina diaria para mí. Es una bendición, una oportunidad de oír a Dios y de tener comunión con Él. Al mismo tiempo, oigo la voz de Dios con los oídos cuando su pueblo se reúne en adoración para escuchar la predicación de su Palabra. Dios llama y aparta hombres para que sean sus portavoces detrás del púlpito en el Día del Señor y abrir las Escrituras divinamente reveladas. Dios ha designado a los pastores para hablarle a su pueblo a través de ellos cuando explican y aplican de manera correcta la Palabra de Dios. Es nuestro privilegio oír la voz de Dios cada semana para reafirmar nuestro pacto con Cristo por medio del Evangelio y nuestras vidas serán transformadas por la renovación de nuestro entendimiento. Cuando la iglesia se reúne para adorar, no lo hace para ver supuestas señales y milagros del Espíritu Santo, sino para experimentar su ministerio cuando Él aplica la Palabra de Dios en nuestros corazones y obra su Palabra en nuestras vidas. Aún más, la comunión diaria con Dios no depende de lenguas del Espíritu Santo o de un lenguaje privado de oración, sino de que el Espíritu Santo ilumina la mente y enciende el corazón al leer y estudiar su Palabra.
Confiamos en la Palabra de Dios
Finalmente, la vida de un cesacionista es una que está completamente comprometida a la suficiencia de las Escrituras, la que nos da todo lo se necesita para una vida de piedad. Agradamos a Dios con nuestra obediencia a su Palabra. Nuestra relación con Dios no depende de sentimientos subjetivos, sino que se nutre y florece con nuestra devoción a obedecer la revelación objetiva de Dios en las Escrituras. Si alguien cree que debe tener experiencias adicionales del Espíritu Santo para su vitalidad espiritual (ya sea profecía, lenguas o sanidades milagrosas), entonces en algún punto cree que las Escrituras no son suficientes. Cree que necesitamos más para vivir la vida cristiana, que el Espíritu Santo debe brindarnos algún tipo de revelación suplementaria para crecer en el evangelio y atraernos a Dios. Esto socavará sutilmente nuestro compromiso con la Palabra de Dios. Cuando confiamos en el tesoro de la Palabra de Dios, entonces no necesitamos nada más. Nos mantenemos enfocados en las glorias de Cristo por la obra del Espíritu Santo en nosotros y deseamos amar a Dios y a nuestro prójimo porque nuestro salvador nos amó primero. El cesacionismo no nos prohíbe vivir la vida cristiana en plenitud; nos libra, en cambio, para vivir la vida cristiana a través de los medios de gracia que Dios nos ha dado.