Cuando un cristiano lee: cinco principios de lectura para todo creyente

¿Has visto la última moda del “libro por color”? Básicamente la idea es tomar libros cuyas tapas tienen la misma paleta básica y ponerlos juntos, organizando así todos tus libros por color. Algunas tiendas de libros usados hasta ofrecen manojos de libros solo azules, solo verdes o solo amarillos para que puedas comprarlos con este propósito.

Si eres como yo, entiendes por qué esta moda puede ser atractiva, pero al mismo tiempo algo dentro de ti se niega a seguirla. Ver libros agrupados solamente por el color de sus tapas, o ver libros vendidos por cómo se ven y no por lo que dicen parece traicionar la mismísima idea de libro. Algo dentro de mí protesta: “¡Los libros no son para eso!”.

Una alarma se activa dentro nuestro cuando vemos algo que se usa muy alejadamente de su propósito original. Y la verdad es que esto no solo ocurre con el exterior físico de los libros. Ocurre con lo que está dentro suyo también. ¿Alguna vez te preguntaste lo que implica leer como un cristiano? Seguramente, significa más que ser un cristiano y leer. Hay preciosas realidades que moldean y sazonan qué y cómo leemos. Déjame darte cinco principios que me ayudan y desafían a leer como un cristiano.

Hay preciosas realidades que moldean y sazonan qué y cómo leemos. / Foto: Unsplash

1. Lee por satisfacción, no con desperdicio

Con “satisfacción” me refiero literalmente a “satisfecho”. Mi profesor en este aspecto ha sido Alan Jacobs, cuyo encantador libro The Pleasures of Reading in an Age of Distraction [Los placeres de leer en la era de la distracción], hace especial énfasis en leer “lo que te da deleite”  en lugar de lo que completa los estándares abstractos de la grandeza literaria. En otras palabras, los cristianos no consideran su lectura principalmente como la realización de una obligación, sino como un gozo impresionante. Esto no excluye el lugar de los Grandes Libros del canon. Pero hay una gran diferencia entre buscar un libro porque otros lo estiman y puedes agradarles por leerlo (hablaré de eso en un momento) y buscar un libro porque su grandeza promete placer.

Satisfacción, sin embargo, no implica desperdicio. Hay una forma de desperdiciar tu lectura, y ocurre cuando no te estiras más allá de tu zona de confort natural. Muchos lectores que nunca intentan nada más demandante que un tapa blanda mal escrito no se dan cuenta cuánta satisfacción podrían tener si maduraran su paladar. Si leer por placer nos puede proteger del elitismo, no leer desperdicios es un recordatorio de que el bien y el mal no están completamente en el ojo del observador. La excelencia debería deleitarnos. Fuimos hechos para una tremenda visión de esplendor y perfección. No desperdicies tu lectura.

Los cristianos no consideran su lectura principalmente como la realización de una obligación, sino como un gozo impresionante. / Foto: Unsplash

2. Lee con metas personales, no de desempeño

Uno de mis pasajes favoritos en Las cartas del Diablo a su sobrino ocurre luego de que el demonio Wormwood ha aparentemente “perdido” a su paciente en un arrepentimiento profundo y genuino. El tío Screwtape se enfurece por sus “torpezas”.

“Primero que todo le permitiste al paciente leer un libro que realmente disfrutó, porque él lo disfrutó y no lo leyó para hacer comentarios listos a sus nuevos amigos… ¿Cómo puedes haber fallado en ver que un placer real era la última cosa que le deberías haber permitido encontrar?” (63-64).

El placer real, dice Lewis, pertenece al reino de Dios. Nos humilla, aquieta nuestros deseos ansiosos de aprobación, y nos recuerda que nuestra alma es real y rendiremos cuenta de ella. Leer bajo metas personales significa leer con un objetivo mucho mayor que el aplauso. Leer de esta forma implica que seguimos el hilo de lo que Lewis llamó “la identificación secreta” de nuestros corazones [El Problema del Dolor, (151)]. Nuestros libros favoritos revelan algo que Dios nos pone en nosotros. Los pasajes sobre los que nos reímos o lloramos, aun cuando nadie nos está mirando, pueden ser espejos del alma.

Disfrutar algo porque lo encontramos encantador nos dirige en la dirección espiritual opuesta a desempeñarnos para otros. En el último caso, lo que en realidad estamos disfrutando es a nosotros mismos. En la era de las redes sociales, esto es una caída inmensa. Es tan fácil publicar imágenes de nuestras “lecturas en curso” simplemente con el propósito de ser admirados. En algunos casos, no tenemos ningún deseo ni intención de terminar los libros en nuestras fotos. Lewis nos advierte sobre esta tentación, así como el Señor: “¿Cómo pueden creer, cuando reciben gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene del Dios único?” (Jn 5:44). No mortifiquemos los efectos purificadores del placer real por ser adictos a la gloria humana.

Leer bajo metas personales significa leer con un objetivo mucho mayor que el aplauso. / Foto: Ariel Castillo, en Pexels

3. Lee con generosidad, no con queja

Aquí hay una pregunta de diagnóstico para todos los que leemos y, especialmente, reseñamos libros: ¿Practicamos la Regla de Oro? ¿Leemos a otros de la forma en la que nos gustaría ser leídos?

Imagina el siguiente escenario. Estás leyendo un libro por un escritor cristiano que está algo fuera de tu costumbre teológica normal. Te encuentras con una oración que te llama la atención. No es totalmente falsa, pero no es lo que tú habrías dicho tampoco. En este punto, tienes opción: puedes leer con generosidad, implicando que notas la construcción ambigua, pero no acusas al escritor de decir algo que no tuvo la intención de decir. O puedes otorgarles a las palabras su peor significado posible, y tal vez hasta etiquetar al autor como un falso maestro.

¿Cuál de estas opciones refleja el mandamiento bíblico “no seas sabio a tus propios ojos” (Pro 3:7), que “todo lo cree” (1Co 13:7), y a no pronunciar un veredicto duramente (Pro 25:8)? Los cristianos leemos con generosidad, no porque somos demasiado tímidos para detectar el error, sino porque creemos que la verdad es lo suficientemente valiosa para perseguirla con paciencia.

Estas advertencias bíblicas deben mantenernos sobrios contra la tentación de leer algo solamente con el fin de estar en desacuerdo con ello. Habrá momentos en los que debemos leer algo que sabemos que está mal. Pero el músculo polémico no necesita ser utilizado a menudo. Debes estar atento para no leer con queja.

Habrá momentos en los que debemos leer algo que sabemos que está mal. Debemos estar atento para no leer con queja. / Foto: Siora Photography

4. Lee con asombro, no con cansancio

Me desanima cuando me topo con una entrevista acerca de “¿Qué estás leyendo?” con un pastor prominente o líder cristiano, y el entrevistador afirma que no lee ficción. La gran literatura es un tesoro digno de asombro. Las mejores historias parecen encender la luz en nuestros propios corazones, en héroes y villanos en los que podemos ver el rango de naturaleza humana, y en viajes y transformaciones que nos recuerdan cuánto no sabemos. A menudo me pregunto cuánto leen los evangélicos simplemente con el fin de acumular más información, en lugar de leer para acercarnos un poco más a la imagen de Jesús.

El Predicador afirma, “el hacer muchos libros no tiene fin, y demasiada dedicación a ellos es fatiga del cuerpo” (Ec 12:12). Si leer se ha transformado en un cansancio para ti, considera mantener un inventario. ¿Te cautiva tu lectura? ¿Te hace olvidarte de ti mismo? ¿Abre tus ojos y ablanda tu corazón? ¿O es solo más información para absorber? Considera las metáforas y palabras de la Palabra de Dios. Fuimos creados para maravillarnos de Dios el poeta.

Las mejores historias parecen encender la luz en nuestros propios corazones. Considera las metáforas y palabras de la Palabra de Dios. Fuimos creados para maravillarnos de Dios el poeta. / Foto: Unsplash

5. Lee para la eternidad, no para lo efímero

Vivimos en un mundo ruidoso. No hay fin a la novedad. Y la gran mayoría de lo que ofrece el mundo es insignificante: miles de tweets, artículos y hasta libros que se volverán obsoletos, millones de horas de video y audio que apenas tendrán sentido a la semana. No tenemos elección acerca de vivir y leer en este mundo. Pero podemos elegir cómo vamos a vivir y qué vamos a leer en él.

Los libros, historias, poemas y ensayos que permanecerán por más tiempo con nosotros, tal vez para toda la vida, serán los que hacen que la eternidad venga a la vida de alguna forma. Una obra teológica ilumina cuánto podemos confiar en Cristo. Una novela clásica hace que la virtud valga la pena ser sufrida. La belleza de un poema golpea nuestros corazones como la luz del sol en una hoja desnutrida. Un ensayo hace la realidad un poco más clara. Éstas son horas de lectura que nunca dejamos atrás; las palabras que dejan una imprenta en nosotros. Estos son los tesoros que pueden hacer que el ruido que a menudo consumimos se sienta tan pasajero como es.

Mientras leo la Biblia me maravillo continuamente por cómo su frescura crece con cada año que pasa. Las Escrituras son más que nuestra prioridad matutina, o que solo las palabras inerrantes que podemos leer (aunque lo son). La Biblia es el libro que le da a cualquier otro libro su poder. Es el epicentro de belleza, la meta narrativa del significado; cada historia que resuena en nuestros corazones viene, a la larga, de la historia de Dios.

A medida que lees (libros, ensayos, poemas, obras de teatro y demás) busca la eternidad. Busca la presencia residual de la Biblia. Busca el aroma de la verdad trascendente. Y con gratitud al Único que es la Palabra hecha carne, deja que este tipo de lecturas obren para bien en ti.

Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Samuel James

Samuel James sirve como editor asociado de adquisiciones en Crossway Books. Vive en Wheaton, Illinois, con su esposa Emily y su hijo Charlie.

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