«Sé que no me crees, pero no necesito ser cristiano para ser feliz. Soy más feliz que la mayoría de los cristianos que conozco». Levantando la vista de su café, sonrió y me aseguró: «Me alegro de que hayas encontrado la felicidad en Jesús, pero estoy muy contento sin Èl. He encontrado mi camino a la felicidad, y me alegro de que hayas encontrado uno diferente. Parece que estamos del mismo lado.» No sabía qué decir…Sabía cómo compartir la alegría del mundo con los descontentos, los miserables, los abatidos, pero me quedé perplejo ante este hombre que me dijo, en términos inequívocos, «No necesito a Cristo para ser feliz». ¿No estaba su corazón inquieto hasta que encontró su descanso en Èl? Me aseguró que no lo estaba. ¿No tenía un agujero con forma de Dios en su corazón? Juró que no lo tenía. Y lo que es más, parecía ser, por lo que yo sé, feliz. Sabía que Jesús era un consuelo para los que lloraban, una luz para los que estaban en la oscuridad, una estrella polar para los que vagaban por el mundo sin esperanza. Pero no sabía lo que era para los que eran lo suficientemente felices a su manera.
¿Pueden los incrédulos ser felices en verdad?
Desearía poder volver y hablar con este hombre. En lugar de intentar convencerlo, durante horas y horas, de su infelicidad, todo para poder compartir a Cristo con él, desearía haber hablado como lo hizo Pablo cuando se dirigió a los que encontró en Listra: Dios “no dejó de dar testimonio de sí mismo, haciendo bien y dándoos lluvias del cielo y estaciones fructíferas, llenando vuestros corazones de sustento y de alegría” (Hch 14:15). Pablo no se dirigió a los oprimidos, a los deprimidos, a los pobres de espíritu. Aquí se dirigió a los que comían, bebían, y cuando llegó el mañana, murieron. Aquellos con suficiente comida y felicidad para no alertarlos de su hambre espiritual. A estos, Pablo no comenzó a dar recetas para la felicidad que no sentían que necesitaban. Él sabía que hablaba con un pueblo con el que yo no estaba familiarizado: el incrédulo feliz. Pablo dice que Dios satisfizo sus corazones con comida y gozo. Gozo. El único otro lugar en el Nuevo Testamento donde aparece esta palabra es en la cita de Lucas de otro versículo muy conocido: «Me has hecho conocer los caminos de la vida; me llenarás de gozo con tu presencia» (Hch 2:28; citando el Sal 16:11). En el Salmo 16, la presencia paternal de Dios para Sus hijos da un tipo de gozo al corazón (completo, eterno y permanente), pero Su alimento y Su bondad de gracia común da otro. Ambos son reales.
Dios hace sonreír a Sus enemigos
Dios permite que Sus enemigos sonrían. ¿Te has preguntado esto? Dios permite que aquellos que lo ignoran, lo rechazan, desprecian Su gloria y menosprecian Su nombre, respiren Su aire, se den un festín con Su comida, naden en Sus aguas, caminen en Sus bosques, esquíen en Sus montañas, rían, canten y bailen en Sus tierras. Aún no los ha desalojado. No les ha quitado el pan de sus platos ni el aire de sus pulmones. Más bien, y noten la benevolencia del Dios del universo, «él da a todos vida y aliento y todas las cosas» (Hch 17:25). Ningún regalo bueno y perfecto desciende de otra mano que no sea la Suya (Stgo 1:17). Es un Dios de abundante misericordioso, incluso para Sus enemigos. El Dios Todopoderoso que es despreciado e ignorado de manera constante «hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.» (Mt 5:45) que desprecian Su gloria. Esta bondad hace que los ángeles canten sobre Su misericordia y paciencia.
Regalos sin gratitud
El hombre con el que hablé tomó estos regalos de Dios, los disfrutó y se negó a dar las gracias. El hombre es la única criatura, aparte de los ángeles caídos, que le paga a Dios de forma tan vil. Dios abre Su mano y satisface el deseo de todo ser viviente (Sal 145:16). Abre Su mano a las águilas en las copas de los árboles, a los antílopes en las llanuras, a los peces en el mar y a las flores del campo. Ellos declaran Su gloria y gimen por Su regreso (Rom 8:19-23). Pero los hombres y los demonios no lo hacen. Los demonios contemplan el regreso de Dios diciendo: «¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes del tiempo?” (Mt 8:29). Y los hombres miran a sus semejantes a los ojos y dicen que no tienen necesidad de Cristo; en efecto, ¿quién es Cristo para que se le deba obedecer? Dios abre Su mano a esta criatura, que es la que mejor puede devolverle la gratitud y el amor, y esta no se molesta en siquiera mirar hacia arriba. No le honra, ni le da las gracias por ello (Rom 1:21). Desearía haber compartido con este hombre cómo sus razones para ser feliz, la familia, los amigos, la salud, la buena comida, la buena bebida, el buen deporte, no era la realidad de «cómo eran las cosas». Ojalá le hubiera pedido que considerara cómo Dios lo observa, día tras día, alardeando con Sus dones mientras rechaza Su persona.
Lo que atestiguan nuestros placeres
En lugar de decirle que estaba seguro de que es realmente infeliz en algún lugar en el fondo, o tratar de debatir con él sobre si siente su agujero del tamaño de Dios (el cual todavía tiene), ¿qué debería haberle dicho? Debería haber explorado todas sus razones para ser feliz, y luego decirle que todos estos eran regalos de Dios destinados a llevarlo a Dios. Y que, además, el no hacerlo ya era un grave crimen que debía ser redimido, y que por lo tanto debía ser llevado a Cristo, el mayor Regalo de Dios para el mundo. El pecado, no sólo su experiencia psicológica de alegría, dio a Jesús la mayor relevancia para él. Tenía un problema de pecado, no un problema de alegría percibida. No sólo era una rama que se marchitaba aparte de la Vid, sino que era una rama preparada para el fuego (Jn 15:6). Pablo dijo a los felices paganos que Dios no se había quedado sin testigos de Su existencia y Su bondad. ¿Y cuál fue el testimonio de este testigo? Arrepentirse. «¿O tienes en poco las riquezas de su bondad, tolerancia y paciencia, ignorando que la bondad de Dios te guía al arrepentimiento?» (Rom 2:4). Tener una familia hermosa nos susurra: “arrepiéntete”. Las buenas carreras profesionales instan al arrepentimiento. Las puestas de sol en las fotos de vacaciones ruegan: “arrepiéntanse”. Todos ellos declaran que Dios es bueno, benevolente y paciente con Sus enemigos, y que los llama a alejarse del pecado y al perdón que se encuentra en Cristo.
Palabra a los incrédulos felices
Si pudiera volver a hablar con este hombre, podría decir algo como lo siguiente: “La fe cristiana no es sólo la felicidad del hombre, aunque Dios da más alegría de la que puedas imaginar. El cristianismo trata de cómo hombres, mujeres y niños pecadores pueden reconciliarse con su Creador y vivir vidas felices para Su gloria. Dios ha puesto buenos regalos para llevarte a ver Su regalo supremo: Su Hijo, Jesucristo. Vino a salvar a un pueblo que no tenía que salvar. Para vivir una vida que no podíamos vivir. Para morir la muerte que merecíamos. Y para resucitar, convocando a todos en todas partes a apartarse de su pecado, y confiar en Su obra terminada en la cruz por los pecadores.” El teléfono inteligente en tu bolsillo tiene todo que ver con este Dios. La música que acaricia tus oídos, los colores que saltan ante tus ojos, la alegría del corazón y el amor que sientes son bondades de Dios con un mensaje en sus labios: «Arrepiéntanse y crean». En lugar de justificar una vida alejada de Dios, sustituyendo los dones por el Dador, los dones de gran alegría son dados para llevar al Dador. Su multivariada bondad, Su abrumadora paciencia, Su tolerancia dan lugar a la fe. Incluso ahora hace señas. Incluso ahora invita. Vengan, escuchen el mensaje en cada buen regalo del perfecto regalo de Dios, Jesucristo, y vivan.