Cuando llegué a la iglesia Capital Community Church en Raleigh, Carolina del Norte, en agosto del año pasado como su pastor principal, los ancianos y yo pensamos que sería mejor comenzar mi ministerio allí con una serie de ocho mensajes evangelísticos. Los sermones que prediqué se enfocaron en la “nueva vida” en Cristo que se nos ofrece en el evangelio. Los temas de los sermones cubrieron específicamente la esencia de la perdición, la gravedad de nuestro pecado, la obra de Cristo en la cruz, la necesidad del nuevo nacimiento y la justificación solo por la fe.
Después de que estos mensajes fueron predicados, me encontré con una cita de William Booth que me sacudió. Él dijo: “El principal peligro que enfrentará el próximo siglo será religión sin el Espíritu Santo, cristianismo sin Cristo, perdón sin arrepentimiento, salvación sin regeneración, política sin Dios, cielo sin infierno”. La frase “perdón sin arrepentimiento” me confrontó de manera particular. Inmediatamente pensé para mí mismo: “¿Por qué no había enfatizado el arrepentimiento en mi serie de mensajes evangelísticos?”. Ya que es una verdad bíblica tan importante, uno pensaría que habría sido el punto central en mis mensajes evangelísticos. Estaba notoriamente ausente.
Poco después de leer esta cita, me encontré con un sermón del predicador evangelístico del siglo diecinueve, Asahel Nettleton, a quien algunos consideran el predicador más efectivo del Segundo Gran Despertar. Nuevamente me impactó el mismo hecho. El corazón de su mensaje era el arrepentimiento hacia Dios. Fue este mensaje de Nettleton el que Dios usó para convertir y despertar a miles en toda Nueva Inglaterra.

La doctrina olvidada del arrepentimiento
Al reflexionar, sentí con pesar tanto una ausencia del arrepentimiento en mi ministerio personal como en la mayor parte de lo que había escuchado en la evangelización actual. La palabra misma, como una frase anticuada de una época pasada, parece haber desaparecido por completo de nuestro vocabulario, y como resultado, de la conciencia evangélica colectiva.
Como una ciudad antigua y perdida en la jungla, la doctrina del arrepentimiento ha sido oscurecida por un nuevo mensaje cristiano que promete esperanza, sin una vida transformada y cielo sin santidad. No creo que sea una exageración decir que la doctrina del arrepentimiento es la doctrina olvidada del siglo veintiuno.
Las consecuencias de esta ausencia son devastadoras. Jesús advirtió que se sembrarían cizañas entre el trigo, lo que significa que habría “creyentes incrédulos” en la iglesia hasta que Él regresara (Mt 13). Estas son personas que profesan fe en Cristo, e incluso de alguna manera se parecen exteriormente a los creyentes, pero al final se demuestra que nunca fueron verdaderamente convertidas. No heredarán el reino de Dios. Tristemente, la ausencia del arrepentimiento en nuestro mensaje agrava el problema. Jesús nos llama al arrepentimiento, no solo a creer intelectualmente en los hechos básicos del evangelio. Por eso Jesús enfatizó el nuevo nacimiento con Nicodemo. La entrada al reino de Dios requiere mucho más que conocer hechos básicos sobre Jesús. Debemos nacer de nuevo (Jn 3:3). Debemos arrepentirnos de nuestros pecados y volvernos a Cristo. Sin el mensaje del arrepentimiento, es fácil para el diablo llenar nuestras iglesias con “creyentes incrédulos”. A Satanás no le gusta nada más que engañar a los “creyentes incrédulos” con una falsa seguridad.

El significado del arrepentimiento
Esto nos lleva al asunto central. ¿Cuál es el significado del arrepentimiento? Arrepentimiento (metanoia) significa literalmente “cambiar de mente” con respecto tanto a nosotros mismos como a Dios. Pero la mente controla la voluntad, así que este “giro” de la mente tiene implicaciones enormes para el alma humana. El arrepentimiento es abandonar el pecado propio y volverse completamente a Cristo con todo el corazón. Louis Berkhof incluso llegó a decir que “metanoia incluye una oposición consciente a la condición anterior”.1 El arrepentimiento es el resultado directo e inmediato de la obra de regeneración de Dios en el corazón (Jn 3:3, 3:5; Ez 36). En el arrepentimiento, el pecador llega a un profundo pesar piadoso por su pecado y se vuelve a Dios con un corazón de devoción amorosa. David Wells lo define de esta manera: “El arrepentimiento evangélico es volverse del pecado, ahora reconocido como ruinoso, hacia una nueva vida de seguir a Cristo en justicia, ahora abrazada como la única esperanza de vida”.2 El arrepentimiento está en el corazón de la verdadera conversión.
La conversión es creer en Cristo por todo lo que Él es con todo nuestro ser. La conversión es abrazar a Cristo como Salvador y Señor. La conversión es un giro de 180 grados de nuestro viejo hombre para abrazar a un Salvador perfecto. La conversión es la muerte de nuestra vida antigua y el comienzo de la vida de Cristo en nosotros. La conversión es, en una palabra, arrepentimiento.

La predicación bíblica del arrepentimiento
Los profetas del Antiguo Testamento predicaron este mensaje de arrepentimiento. La palabra hebrea para “conversión” significa “volverse o volverse de nuevo a Dios”. Después de que Jonás predicó en Nínive, su rey dijo: “Vuélvase cada uno de su mal camino y de la violencia que hay en sus manos. ¡Quién sabe! Quizá Dios se vuelva, se arrepienta y aparte el ardor de Su ira, y no perezcamos” (Jon 3:8-9). El mensaje de Oseas a Judá e Israel fue el mismo: “Vengan, volvamos al SEÑOR. Pues Él nos ha desgarrado, pero nos sanará” (Os 6:1; ver también Os 14:1). Por supuesto, los profetas también sabían que Dios debía hacer esta obra. Jeremías profetizó: “Hazme volver para que sea restaurado, pues Tú, SEÑOR, eres mi Dios. Porque después que me aparté, me arrepentí” (Jer 31:18-19a).
El mensaje de Juan el Bautista a los judíos de su tiempo también fue un mensaje de arrepentimiento. Lucas registra que él estaba en el desierto “predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados” (Lc 3:3). Mateo registra a Juan el Bautista proclamando: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 3:2).

Jesús también predicó incansablemente el mensaje del arrepentimiento. Su primer mensaje público en el Evangelio de Mateo es: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt 4:17). Las últimas palabras de Jesús a Sus discípulos antes de ascender al cielo fueron que “el arrepentimiento para el perdón de los pecados [se predicaría] a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lc 24:47).
Los apóstoles siguieron el ejemplo de su Maestro. En el día de Pentecostés, Pedro proclamó la necesidad del arrepentimiento: “Arrepiéntanse y sean bautizados cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados” (Hch 2:38). Pedro, a los judíos en el pórtico de Salomón, declaró: “Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor” (Hch 3:19). El apóstol Pablo siguió este modelo de predicación del arrepentimiento, como Lucas lo registra en Hechos 20:21. Lucas dice que Pablo “testificando solemnemente, tanto a judíos como a griegos, del arrepentimiento para con Dios y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”.

Arrepentirnos de la falta de arrepentimiento
Claramente, los profetas del Antiguo Testamento, Cristo y Sus apóstoles proclamaron un mensaje de arrepentimiento. Es un mensaje impactante, que nos despierta de nuestro letargo espiritual. Un mensaje que nos llama no solo a una simple creencia, sino a una vida nueva. Y ese es el punto clave que Cristo estaba desarrollando a lo largo de los Evangelios. El llamado de Cristo a la salvación nunca fue solo intelectual. Cristo llamó a Sus discípulos a entrar al reino por la fuerza (Mt 11:12). Los llamó a tomar su cruz cada día y seguirlo (Lc 9:23). Pablo dice en 2 Corintios 5:17 que nos convertimos en “nuevas criaturas” en Cristo mediante el nuevo nacimiento. ¡Así que lógicamente no esperaríamos menos que el arrepentimiento para comenzar esta nueva vida en Cristo!
Estoy convencido de que no experimentaremos otro Gran Despertar hasta que recuperemos la doctrina del arrepentimiento. Debemos arrepentirnos de la falta de arrepentimiento. Y digo esto tanto para mí como para cualquier otra persona. Sinceramente no creo que el Espíritu Santo se moverá de nuevo con poder hasta que regresemos al arrepentimiento.

Despertar al arrepentimiento
Pero ¿por dónde empezamos? Un lugar para comenzar es nuestras propias vidas. Martín Lutero una vez dijo que “toda la vida cristiana es una de arrepentimiento”. Si ese es el caso, y creo que lo es, entonces el arrepentimiento debe comenzar con los detalles cotidianos de nuestra vida diaria. Como seguidores de Cristo, debemos esforzarnos continuamente por apartarnos de todo mal, toda impureza y todo pecado hacia nuestro Señor Jesucristo.
Hay una colina a unas dos millas de mi casa a la que recientemente he disfrutado correr y luego tratar de subir tan rápido como pueda. Es una de esas colinas, como las que solíamos temer en una caminata del cuerpo de Marines, que requiere toda la energía y concentración para llegar a la cima. Su inclinación y longitud agotan tanto las piernas como los pulmones, así que para cuando llego a la cima, debo detenerme y recuperar el aliento. Las últimas veces, mientras caminaba lentamente en la cima, recuperando el aliento, mi conciencia ha sido punzada con esta pregunta: “¿De qué necesito arrepentirme?”. Es una pregunta inquietante. Una pregunta de la que, a menos que uno afirme ser perfecto, no es posible esconderse. Una pregunta que me ha llevado Coram Deo: delante del rostro de Dios. Es solo aquí, cara a cara ante un Dios santo, donde veo mi propia impureza e indignidad. Es al hacer esta pregunta que empiezo a conocer verdaderamente tanto a Dios como a mí mismo a la luz de quién es Él.

Aquí es donde debemos comenzar a vivir vidas continuas de arrepentimiento. ¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste: “¿De qué necesito arrepentirme?”. Es este acto de arrepentimiento continuo —apartarse del pecado hacia Cristo— el que nos preparará para compartir el mensaje del arrepentimiento.
El mensaje del arrepentimiento fluye naturalmente de una vida de arrepentimiento. Tal vez por eso se perdió el mensaje del arrepentimiento en primer lugar. ¿Cómo podemos hablar de lo que no conocemos nosotros mismos? Una iglesia no arrepentida simplemente no puede hablar del mensaje del arrepentimiento porque no lo entendemos nosotros mismos. Pero por eso el arrepentimiento debe comenzar por la casa de Dios (1P 4:17).
En este sentido, el arrepentimiento es el despertar. Cuando Dios nos despierte al arrepentimiento, entonces estaremos preparados para proclamar este mensaje al mundo. Cuando proclamemos el mensaje del arrepentimiento con corazones arrepentidos, Dios honrará eso. La iglesia de Cristo será verdaderamente despertada, los pecadores serán verdaderamente convertidos, y Dios será glorificado. Pero ¿estamos dispuestos a arrepentirnos por nuestra falta de arrepentimiento?
Referencias
[1] Louis Berkhof, Systematic Theology. Eerdmans. Grand Rapids, MI, 1996, 481.
[2] David F. Wells, Turning to God. Baker, Grand Rapids, MI, 2012, 72.
Este artículo se publicó originalmente en el blog de Peter Cocktrell.