Hace tiempo fui expositora en un evento de una iglesia local. Era una serie de conferencias para ayudar a padres de familia, mentores y coordinadores a discipular a las nuevas generaciones. Se expusieron una variedad de temas relacionados con el desarrollo de hijos y el evangelio. A mí me tocó hablar de sexualidad y pornografía. Al final, hubo un panel de preguntas y respuestas para los asistentes.
La primera pregunta decía: “Con todo esto que escuchamos en la jornada ¿significa que los padres tenemos que adaptarnos a los hijos?”.
Nos pidieron respuestas muy breves. En los pocos segundos que tuve para pensar y orar, yo intentaba deducir si quizás la intención de la pregunta es que los padres tenemos que vivir subyugados a los hijos, por lo que respondí: “Necesitamos educar con amor y flexibilidad. Aquel proverbio de instruye al niño en su camino, a veces lo tomamos como que son solo regaños y la vara. Pero instruir también es amar, valorar, tener paciencia, mostrar empatía…” y se acabó mi turno.
Quisiera compartir contigo las reflexiones con las que habría respondido de haber tenido más tiempo.
El péndulo de la maternidad y la paternidad
Muchas facetas de la vida funcionan como un péndulo que viaja de un extremo a otro. Por ejemplo, en un extremo está la explotación y el maltrato infantil. En un intento por solucionar este problema, se tomaron diversas medidas, pero el péndulo terminó llegando al otro extremo: niños con demasiado poder que son como dictadores tiranos y los papás son los esclavos, a merced de sus caprichos.
Criar hijos es al mismo tiempo una responsabilidad y una dicha privilegiada. Otro péndulo. La clave está en encontrar la dirección de Dios en Su Palabra para no irnos a los extremos, sino estar en el centro del diseño de Dios:
Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes (Dt 6:6-7).
Un don del Señor son los hijos, Y recompensa es el fruto del vientre (Sal 127:3).
Deuteronomio nos enseña sobre la responsabilidad de criar a los hijos con diligencia. No podemos pasar por alto el hecho de que el Señor nos ha encargado una labor importantísima: darles a conocer personalmente al único Dios verdadero. Por otro lado, el Salmo 127 nos habla del gran regalo que Dios nos da. Los hijos también son para disfrutarlos, para reír y jugar con ellos. En pocas palabras, ni la responsabilidad quita el disfrute, ni el disfrute quita la responsabilidad. Ambos aspectos son parte del plan de Dios.
Que seamos uno
Cuando Jesús estaba compartiendo su proyecto con Sus discípulos, les dijo que Él esperaba “que sean uno, así como Nosotros somos uno” (Juan 17:11, 21, 22). Para Dios, la unidad es muy importante; por ello, la meta de cada discípulo es ser uno con otros discípulos al mismo nivel que Jesús y el Padre ¿te das cuenta de qué meta tan alta tenemos como mamás y papás? Ser uno con esos mini discípulos que son nuestros hijos. A eso apuntamos.
¿A qué se refiere Jesús con que Él y el Padre son uno? A una unidad en entendimiento, en voluntad, en afecto, en amor, en armonía, en santidad, en propósito, en integridad, en espiritualidad, en su distinción respecto a lo de este mundo… y así es la unidad que debemos construir con nuestro hijos. Y para ser uno, definitivamente necesitamos una adaptación consistente e intencional.
Honestamente, es una meta muy alta ¿no es cierto? Pero esa meta tiene un propósito: “Para que el mundo crea que Tú me enviaste” (Jn 7:21). Cuando la unidad entre los discípulos se parece a la unidad que tienen Jesús y el Padre, entonces transmite el verdadero mensaje del evangelio, entonces somos dignos representantes del reino de Dios. El problema está en que a veces cultivamos más la unidad con otros creyentes que con los que viven bajo nuestro mismo techo.
La actitud de Jesús
En las últimas décadas, sacrificarse por amor se ha vuelto cada vez menos relevante. El egocentrismo y el hedonismo han tomado su lugar. Tristemente, esto es una realidad en la iglesia evangélica también. Uno escucha conversaciones acerca de niños criados por niñeras con mamás emocionalmente ausentes o chicas que prefieren dedicar su vida a su carrera profesional o al ministerio sin la molestia de tener hijos.
Creo que a la familia le urge regresar a la práctica del amor abnegado. La palabra abnegación está prácticamente obsoleta para el entorno en el que vivimos. Pero en Filipenses 2:5 se nos pide que tengamos la actitud que tuvo Jesús ¿cuál actitud? La de no aferrarse y despojarse. Cuando dejamos “lo nuestro” y nos despojamos, podemos ser más como Jesús y servir mejor a nuestros hijos, tal como Jesús nos sirvió a nosotros (Mr 10:45).
En griego, la palabra traducida como despojarse, significa vaciarse. Cuando tenemos una actitud de abnegación estamos cumpliendo el mandamiento de Dios. Pero parece que hoy lo que cuenta es nuestra comodidad, nuestros derechos, nuestra satisfacción. Luchamos en contra del mandato de vivir abnegadamente, no queremos vaciarnos. Pero la maternidad conforme al diseño de Dios, requiere la actitud correcta.
Jesús se adaptó a nosotros
Dejó Su trono para bajar a nuestro nivel y cumplir lo que nosotros no pudimos (Fil 2:8). Se humilló para nuestro beneficio. En griego, humillarse significa bajar y llegar al nivel del suelo ¡vaya que Jesús se adaptó a nosotros! A lo que Jesús nunca se adaptó fue al pecado del ser humano. Por ejemplo, cuando Jesús habló con la mujer sorprendida en adulterio, se adaptó a la situación, pero le dijo: “Vete; y desde ahora no peques más” (Jn 8:11). La trató conforme a su inmadurez, pero fue firme respecto a continuar pecando. Y ahí está la diferencia.
Cuando los hijos son bebés adaptamos nuestro horario al suyo y adaptamos la decoración de casa para que sea más segura para ellos. Cuando son adolescentes, adaptamos el tiempo para dedicarlo a escuchar sus historias, adaptamos el menú semanal y adaptamos el uso del auto. Toda la dinámica familiar se adapta a la llegada de un hijo o dos o cinco. Biológicos o adoptados por igual.
Nuestro trabajo como mamás (y papás) es seguir el ejemplo del Señor. Necesitamos adaptarnos a los hijos conforme a su edad, madurez y necesidades particulares, pero jamás debemos adaptarnos a sus actitudes pecaminosas. Una mamá sabia busca la manera de instruir a cada hijo conforme a su perfil, unos niños aprenderán mejor escuchando y otros haciendo y otros cantando. Y aquellas que ya hemos criado hijos sabemos que cada hijo batalla con tentaciones y pecados diferentes, por ello hay que adaptar la enseñanza a cada uno.
Adaptarnos a nuestros hijos no significa que les permitiremos hacer su voluntad, sino que intentaremos amarlos como Jesús nos amó a nosotros y enseñarles como Jesús enseñó a Sus discípulos. Adaptarnos a su nivel significa estar dispuestos a ser flexibles y hacer lo necesario para que perciban el amor del Padre y se vuelvan discípulos de Cristo. Entonces sí, sí tenemos que adaptarnos a los hijos, pero nunca a su pecado.