Dios cuida de Sus ovejas que sufren

El Salmo 79 nos recuerda que, aun en la ruina, seguimos siendo ovejas en la mano del Buen Pastor, orando y alabando con la certeza de Su amor eterno.
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“Dios mío, ¿cómo has podido permitir esto?”
“Señor, ¿por qué estamos sufriendo así?”
“¿Hasta cuándo, Señor?”

Todos hemos experimentado la dolorosa confusión que da lugar a estas preguntas. El sufrimiento repentino llega como un invitado inesperado y no deseado. A medida que se prolonga su estancia, la desesperación comienza a oscurecer el débil rayo de esperanza de que esto pueda terminar pronto. “Señor, ¿no ves? ¿No oyes? ¿No vas a rescatarnos?”.

Cuando nos enfrentamos a una aflicción tan dura, ¿qué es lo que mantiene viva la esperanza?

Torres frágiles

El Salmo 79 comienza con las súplicas de Asaf, un santo que sufre y ha sido testigo de lo inimaginable. Jerusalén ha sido atacada, conquistada y dejada en ruinas. Los cuerpos del pueblo de Dios yacen esparcidos en montones, y su sangre fluye como ríos por la ciudad. El templo, el templo santo de Dios, ha sido profanado. El pueblo de Dios, a quienes rescató con mano fuerte y poderosa de Egipto y estableció en la tierra de Canaán, ha sido devorado. Además, no se trata de una prueba pasajera. “¿Hasta cuándo, SEÑOR? ¿Estarás enojado para siempre?” (79:5). ¿Nunca terminará nuestro sufrimiento? ¿Nos has despreciado y rechazado por completo, a tu pueblo del pacto?

El Salmo 79 comienza con las súplicas de Asaf, un santo que sufre y ha sido testigo de lo inimaginable. / Foto: Jhon Montaña

Todo esto traspasó el corazón de Asaf. Sí, Israel tenía una larga historia de infidelidad y había sido castigado, repetida y severamente, por sus pecados. Pero se trataba de Jerusalén, el monte Sion, que Dios amaba (Sal 78:68). Las ruinas humeantes que Asaf veía eran lo que antes había sido el templo, el santuario construido por la propia mano de Dios (78:69). El montón de escombros que tenía ante sí había sido la casa del bosque del Líbano, la gran sala del trono de la dinastía de David, a quien Dios había establecido como rey (78:70-71).

Ahora todo yacía en ruinas.

Nuestras propias vidas pueden parecer similares. Trabajamos mucho y duro para pastorear una iglesia, predicando fielmente, discipulando y aconsejando mientras buscamos edificar la congregación hasta la madurez en Cristo. Entonces, aparentemente de la noche a la mañana, todo se derrumba. Surge una facción y divide la iglesia. Un caso de disciplina divide. Los pecados de un líder aparecen en los titulares locales y todo queda destrozado. O, como muchos cristianos pueden experimentar en todo el mundo, llegan los enemigos, queman el edificio y matan a los fieles.

Cuando todo parece reducido a ruinas, recordamos que el Dios que amó a Sion sigue siendo fiel para restaurar lo que se ha perdido. / Foto: Lightstock

Quizás la ruptura se produce dentro de una familia: un matrimonio duradero roto por la infidelidad, un hijo que reniega de la fe. O tal vez sea en el lugar de trabajo: un socio falseó la contabilidad y desapareció, dejándote en bancarrota; una pérdida repentina arrasa con todo lo que has trabajado durante una década.

Lo que parecía tan seguro a nuestros ojos se derrumba de repente como una torre de Jenga, los bloques se esparcen por el suelo y la vida queda en ruinas. Oh Señor, ¿hasta cuándo?

Pronombres fundamentales

¿A qué esperanza podemos aferrarnos cuando parece que la mano de Dios está en contra nuestra?

El Salmo 79 termina con un versículo notable: “Y nosotros, pueblo Tuyo y ovejas de Tu prado, Te daremos gracias para siempre; a todas las generaciones hablaremos de Tu alabanza” (79:13).

Aun en la agonía, Asaf afirma: somos Tu pueblo, las ovejas de Tu prado, y siempre hablaremos de Tu alabanza. / Foto: Jhon Montaña

En medio de la agonía, permanece una confianza subyacente, escondida en los pronombres proféticos “nosotros” y “Tuyo/Tu”. La primera línea del versículo 13 podría reescribirse para resaltar la confianza del salmista: “Nosotros somos tu pueblo, las ovejas de tu prado”. Este indicativo pactual requiere un examen cuidadoso de todo el salmo: Asaf nunca pierde de vista el hecho de que el sufrimiento que presencia y experimenta es el sufrimiento del pueblo de Dios. Esto es lo que hace que la devastación parezca tan incongruente. “El pueblo de Israel es Tu herencia”. “El templo profanado es Tuyo”. “Los cadáveres sin sepultura son los de Tus siervos”.

El sufrimiento llena con frecuencia la vida de los santos. Isaías nos dice que sucederá: “Cuando pases por las aguas… cuando camines por el fuego” (Is 43:2). Pedro nos advierte que no nos sorprendamos por las pruebas (1P 4:12). A veces, nuestro sufrimiento es un medio para poner a prueba y refinar nuestra fe (Stg 1:2-4; 1P 1:6-7). Otras veces, Dios envía el sufrimiento a Su pueblo para disciplinarlo (Heb 12:7-8). Asaf reconoce esto último: “No recuerdes contra nosotros las iniquidades de nuestros antepasados; venga pronto a nuestro encuentro Tu compasión… Líbranos y perdona nuestros pecados” (Sal 79:8-9). Reconoce la ruina de Jerusalén como un juicio por el pecado, un fracaso del pueblo de Dios al no aferrarse a Él. Sin embargo, la convicción subyacente permanece: los que sufren pertenecen a Dios.

El sufrimiento llena con frecuencia la vida de los santos. / Foto: Lightstock

Aún somos Sus ovejas

Retomando la imagen del Antiguo Testamento de Israel como el rebaño de Dios, Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el buen pastor”, y las ovejas a las que doy vida eterna no pueden ser arrebatadas “de Mi mano” (Jn 10:11, 28). Sí, esas ovejas pueden ser perseguidas, calumniadas, atacadas. Sí, esas ovejas sufrirán dolor, pérdidas y dificultades, incluidas algunas como disciplina de Dios. A veces, la persecución o el sufrimiento pueden ser tan prolongados que se empezará a sentir que Dios ha abandonado a Su rebaño. Se pueden pasar años en prisión. Las pérdidas pueden no ser recuperadas. Las divisiones familiares o eclesiásticas pueden no sanar. La reputación puede no recuperarse. Jerusalén puede ser saqueada, el templo reducido a piedras, el pueblo asesinado o exiliado. Pero permanecemos en Su mano.

Si queremos enfrentar nuestras propias pruebas con esperanza, nos aferraremos a la misma confianza que sustentó la oración de Asaf: seguimos siendo Sus ovejas. Por lo tanto, aprendemos a decir con Pablo que nada “nos separará del amor de Cristo” (Ro 8:35). Y aprendemos a orar y alabar en medio de nuestras pruebas.

Si queremos enfrentar nuestras propias pruebas con esperanza, nos aferraremos a realidad de que somos ovejas de Dios. / Foto: Lightstock

Ovejas que oran

La confianza de Asaf en que la tribu de Judá, que estaba sufriendo, seguía siendo el pueblo de Dios, lo llevó no solo a preguntar cuánto duraría la prueba, sino también a orar por justicia, perdón y liberación.

Oró por justicia. “Derrama Tu furor sobre las naciones que no te conocen, y sobre los reinos que no invocan Tu nombre” (79:6). Asaf no rehuyó pedirle a Dios que juzgara a los pecadores. Hoy en día, esto puede causarnos repugnancia. Pero fíjate por qué Asaf oró así. No fue porque quisiera asegurar sus propios derechos. Cuando las naciones guerreaban contra Jerusalén, guerreaban contra Dios. Devoraban la herencia de Dios; profanaban el templo de Dios. El clamor de Asaf por justicia era un clamor para que Dios preservara Su honor y Su gloria. “¿Por qué han de decir las naciones: ‘¿Dónde está su Dios?’” (79:10). Cuando oramos por el regreso de Jesús, estamos orando por lo mismo, porque Él vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. “Venga tu reino”.

En medio del sufrimiento podemos orar con confianza por justicia, no para defender nuestros derechos, sino para que el honor y la gloria de Dios sean preservados. / Foto: Lightstock

Asaf oró por el perdón. Reconoció los fracasos de su propio pueblo. Interpretó sus sufrimientos como disciplina de Dios. Y así oró para que Dios perdonara, se apiadara y expiara sus pecados. Y una vez más, oró por la gloria del nombre de Dios (79:9). Algunos de nosotros ni siquiera nos planteamos si el sufrimiento que experimentamos es la disciplina de nuestro bondadoso Padre celestial. Asaf no tenía tales reparos. Reconoció el pecado. Confesó. Buscó el perdón y el fin de la vara de la disciplina. “Perdona nuestros pecados”.

Finalmente, Asaf oró por la liberación. Haciéndose eco de las oraciones del pueblo de Dios en Egipto, Asaf le pidió a Dios que escuchara los gemidos de Su pueblo y lo preservara (79:11). Anhelaba ver al pueblo de Dios salvado de sus enemigos y pruebas. Cuando Dios libera, revela Su poder soberano sobre el poderío de los hombres. Cuando Dios libera, revela Su fidelidad a las promesas que ha hecho, demostrando así Su carácter como Dios de amor inquebrantable y fidelidad. Cuando Dios libera, revela Su gloria. “Líbranos del mal”.

Clamar por liberación es confiar en que Dios mostrará Su poder, fidelidad y gloria al salvar a Su pueblo de la aflicción. / Foto: Envato Elements

Ovejas que alaban

Es notable que este salmo, que comienza como un lamento conmovedor por la ruina de Jerusalén, termine con la palabra alabar. “Te daremos gracias para siempre; a todas las generaciones hablaremos de Tu alabanza”. (79:13). La alabanza es una señal de confianza madura en Dios. Revela una confianza firme en que le pertenecemos, que nuestra herencia está asegurada, que Él está con nosotros en las aguas y en el fuego, que nada nos separa de Su mano. También revela una profunda confianza en que cumplirá Su promesa de establecer un día un nuevo cielo y una nueva tierra en los que terminarán todas las pruebas y los sufrimientos, se enjugarán todas las lágrimas, se corregirán todas las injusticias, un mundo en el que Su alabanza perdurará por los siglos de los siglos.

El pueblo de Dios se enfrenta a muchos dolores y perplejidades en esta vida. Pero incluso cuando caminamos por valles oscuros, seguimos siendo sus ovejas.


Publicado originalmente en Desiring God.

Seth Porch

Seth Porch es profesor adjunto de Bethlehem College & Seminary, así como editor contractual de Desiring God y de Centre for Pastor Theologians.

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