Hace unos meses, cuando se acercaba el cumpleaños de mi esposa, me hizo mucha ilusión descubrir que un grupo musical que le gusta tenía previsto tocar el año que viene en una ciudad cercana. Reservé buenos asientos, gastando un poco más de lo normal en los cumpleaños, y esperé su reacción.
La mañana de su cumpleaños, abrió mi regalo, vio las entradas para el concierto e inmediatamente empezó (para mi sorpresa y consternación) a reírse. Y mucho. Cuando pudo volver a respirar, me recordó que ya habíamos reservado entradas para ese mismo concierto: misma noche, mismo lugar. Entonces recordé que sí, que lo habíamos hecho meses antes. Un largo aplazamiento por el COVID me había hecho olvidar por completo el concierto. Ahora teníamos cuatro entradas caras. Y, para colmo de males, los asientos que había reservado para el cumpleaños no eran tan buenos como los que habíamos reservado juntos.
Por suerte, mi esposa supo reírse de mi error. Pero, por supuesto, también fue un poco doloroso, dado que me había olvidado por completo de un plan especial que habíamos hecho juntos.
Intimidad resistente
Cuando mi esposa y yo reflexionamos más tarde, nos dimos cuenta de que conocemos a matrimonios para los que mi “metida de pata” no habría provocado risas, sino una discusión, para los que no se habría convertido en una anécdota divertida, sino en un incidente importante. Para las esposas, habría constituido la prueba A de la cruel indiferencia de su marido, y la historia se habría recordado (a menudo) con amargura, rabia y disgusto. Por su parte, los maridos probablemente se habrían retractado, sin disculparse ni atreverse a admitir su culpa.
Nos preguntamos qué es lo que marca la diferencia en nuestro caso, por qué nuestro matrimonio puede soportar pequeños desaires, descuidos estúpidos, inconvenientes, palabras mal elegidas, choques de opinión y pecados de actitud y acción del uno contra el otro. Y creo que una parte importante de la respuesta es la intimidad conyugal. Por intimidad conyugal me refiero a un profundo conocimiento mutuo y afecto entre marido y mujer, un matrimonio en el que ambos cónyuges disfrutan compartiendo experiencias, emociones, ideas y romántica sexualidad el uno con el otro.
Nuestro propio matrimonio es ciertamente un trabajo en progreso, y no soy ni la mitad del marido que debería o quiero ser, pero a través de la bondad de Dios hemos saboreado esta intimidad y deseamos más.
Obstáculo para la intimidad: el ajetreo
A pesar de la belleza y la bendición de la verdadera intimidad, he encontrado numerosos obstáculos para ella, tanto en mi propio matrimonio como en los años que llevo aconsejando a parejas casadas. Uno de los más comunes es el ajetreo del trabajo.
Si la intimidad implica compartir experiencias, emociones, ideas y romance sexual, va a requerir mucho tiempo juntos. No se puede encajar en intervalos de quince minutos aquí y allá. Para muchas parejas casadas, sin embargo, el tiempo escasea. Los compromisos laborales, las tareas domésticas, la participación en la iglesia, el transporte de los niños a sus actividades… todas estas buenas responsabilidades llenan nuestras vidas y nos mantienen viajando en diferentes direcciones. Cuando marido y mujer solo se cruzan como barcos en la noche, no hay tiempo suficiente para profundizar bajo la superficie.
Obstáculo para la intimidad: falta de esfuerzo
Un obstáculo estrechamente relacionado es la falta de esfuerzo invertido en cultivar la intimidad. Tal vez esto sea, en parte, una consecuencia de la idealización errónea de las relaciones en nuestra cultura, en la que el escenario soñado es encontrar a nuestra alma gemela y experimentar una relación instantánea, mágica, profunda y sin esfuerzo. Nos desilusionamos cuando descubrimos que no funciona así.
Una guía más realista para el matrimonio viene de Hebreos 10:24, que habla en general de las relaciones dentro de la comunidad cristiana. La NBLA traduce el versículo así: “Consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras”. Pero una traducción más literal sería: “Considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”. Nota la sutil pero significativa diferencia.
El autor de Hebreos nos insta a considerar no principalmente un proyecto (cómo estimular a los demás), sino a las personas (“los unos a los otros”). La palabra considerar sugiere la observación directa de algo, junto con un pensamiento deliberado sobre ello. Puesto que la comunidad cristiana requiere una reflexión tan cuidadosa de los unos hacia los otros, sin duda el matrimonio lo requiere aún más. Debemos considerar a nuestro cónyuge, observarlo y reflexionar sobre él, convertirnos en expertos mundiales en conocerlo, para que nadie lo conozca mejor. Como cualquier campo de investigación, este estudio conyugal a largo plazo requiere energía, concentración y atención. Si no se trabaja, se pierde la recompensa de la intimidad.
Obstáculos bajo los obstáculos
Aunque tanto la falta de tiempo como la falta de esfuerzo son obstáculos importantes, no son los únicos ni, desde luego, los más profundos. En general, salvo otros factores, dedicamos tiempo y esfuerzo a lo que realmente nos importa. Si nos apasiona la última serie de Netflix, el club de modelismo ferroviario o la liga de fútbol, dedicamos tiempo y nos involucramos a fondo. Entonces, ¿qué impide esta misma dedicación a nuestro matrimonio? He descubierto que suele haber obstáculos debajo de los obstáculos.
Uno de los más profundos es el egoísmo. La verdadera intimidad con un cónyuge requiere tiempo, trabajo, vulnerabilidad y sacrificio. Es mucho más fácil evitar esos costes, sobre todo si obstruyen nuestros otros objetivos y deseos. A veces, al final del día, cuando estoy cansado de hablar y prefiero guardar silencio, la mejor manera de servir a mi esposa es conversando. Otras veces, la situación se invierte, y soy yo quien necesita un oído atento. Nuestras respuestas en esos momentos (y en miles de otros) nos acercarán o nos alejarán de la intimidad.
La ignorancia también paraliza la intimidad. Puede que anhelemos intimidad emocional, relacional y sexual en el matrimonio, pero nunca hemos visto un modelo de tal intimidad ni hemos aprendido de los demás. Para muchos, la intimidad es un misterio, una tierra extraña, y no tenemos ningún mapa, ninguna idea de cómo llegar más allá de las cortesías o las conversaciones funcionales para explorar el corazón de otra persona. Cuando encontramos tiempo a solas con nuestro cónyuge, nos quedamos en la rutina de las conversaciones sobre “el calendario y los niños”.
O puede que el obstáculo no sea la ignorancia, sino la inseguridad; nos han hecho mucho daño en otras relaciones y hemos cerrado ciertas áreas de intimidad emocional como zonas prohibidas para protegernos. No estamos seguros de cómo (o si) podríamos volver a abrir esos recovecos de nuestra vida a otra persona.
Por último, uno de los obstáculos más graves para la intimidad es la falta de perdón. Cuando uno o ambos cónyuges han sido heridos por el otro, y ese daño no ha sido abordado, no se ha arrepentido y no ha sido cubierto con gracia, el resentimiento se agudiza. Cada interacción posterior está cargada con el dolor del pasado, interpretado a través de una lente de sospecha. La amargura se acumula, socavando la intimidad.
Cómo buscar la intimidad conyugal
Así pues, frente a varios obstáculos importantes, ¿cómo podemos avanzar hacia la intimidad conyugal?
Visión para la intimidad
Un primer paso crucial es ver y celebrar la intimidad en el matrimonio como una meta preciosa y deseada. Haríamos bien en recordar que el matrimonio es una imagen de la relación entre Cristo y la iglesia y que, por tanto, la intimidad emocional, intelectual, experiencial y sexual de marido y mujer refleja y expresa el amor íntimo entre Cristo y Su pueblo. Efesios 5:28-31 enseña que Cristo “alimenta y cuida” a la Iglesia, que los maridos deben “amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos” y que los maridos y las mujeres se convierten en “una sola carne”. Son visiones atractivas y convincentes de la intimidad.
Fuente de intimidad
Una vez que deseamos esta intimidad, ¿cómo la alcanzamos? Podemos empezar por pedir ayuda a Dios. Él es glorificado cuando nuestros matrimonios expresan el amor íntimo entre Su Hijo y Su pueblo. Por eso, cuando le pedimos ayuda en este terreno, con sinceridad y perseverancia, Él nos responderá. A veces nos hará crecer de formas agradables, y a veces de formas dolorosas. Las épocas de sufrimiento pueden profundizar y endulzar nuestras relaciones.
Al principio de nuestro matrimonio, mis inseguridades y ansiedades fueron expuestas a mi esposa de una manera particularmente dolorosa en el transcurso de meses, y ella respondió constantemente a mi vulnerabilidad con ternura y compasión. Su amor paciente marcó la pauta de todo nuestro matrimonio, que perdura hasta hoy.
Intimidad en comunidad
Dios actuará en nuestro favor, pero también nos llama a la acción. Puede parecer paradójico, pero uno de los medios más importantes para lograr la intimidad conyugal es rodear nuestros matrimonios de otras personas. La verdadera intimidad conyugal requiere un núcleo interno del evangelio y un contexto externo de comunidad cristiana; la intimidad debe tener su origen en la buena noticia y estar rodeada por la iglesia.
En comunidad, nuestros pecados de egoísmo y falta de perdón son amorosamente identificados, se ora por ellos y somos desafiados. En comunidad, se nos dan ejemplos de matrimonios sanos e íntimos de los que podemos aprender y que podemos imitar. Esos matrimonios nos proporcionan una hoja de ruta para el nuestro. La consejería matrimonial con una pareja sabia y piadosa es estupendo, pero también lo es simplemente pasar tiempo con ellos y observar sus interacciones en la vida cotidiana. Podemos ver por nosotros mismos cómo ocurre la comunicación, se resuelven los conflictos, se extienden las cortesías y se disfruta de la colaboración en el ministerio. Si tu matrimonio es rancio y superficial, ¿por qué no te comprometes a profundizar en el evangelio y en una comunidad de creyentes saturada del evangelio?
¿Qué falla en mi matrimonio?
Si la comunidad cristiana es el contexto que nutre la intimidad matrimonial, el evangelio es el núcleo necesario. Solo el evangelio puede abordar plenamente nuestro egoísmo innato, nuestra falta de perdón y nuestra inseguridad, esos obstáculos que se esconden bajo los demás obstáculos. El evangelio atrae nuestros corazones hacia Cristo, que se entregó a la muerte por nosotros y cargó con nuestro castigo. Al empaparnos de esa buena nueva, experimentamos la magnificencia del amor de Dios y la magnitud de nuestro propio pecado.
Una vez pedí a una pareja enemistada que identificara el principal problema de su matrimonio, y luego escuché durante 45 minutos cómo cada uno de los cónyuges señalaba los defectos del otro. Para cada uno, el pecado de su cónyuge era el verdadero problema. Los defectos del otro eran grandes; los suyos, pequeños. El evangelio destruye esa visión deformada, porque nos dice que el Hijo de Dios tuvo que morir por nuestro pecado. Pero también anuncia que, en Cristo, somos perdonados, limpiados y atesorados por Dios. Dios nos ve, nos conoce y nos ama. Así que tal vez sea posible que otro ser humano haga lo mismo.
La verdadera intimidad conyugal es una joya preciosa por la que hay que orar, valorar y perseguir. Vale la pena el esfuerzo.
Publicado originalmente en Desiring God.