El éxito momentáneo de los malvados: reflexiones desde el Salmo 16

En el Salmo 16, David resalta la dicha de confiar en Yahweh en contraste con las aflicciones de quienes siguen dioses falsos. Este artículo nos insta a discernir la aparente prosperidad de los malvados, enfatizando que, a pesar de su éxito temporal, su desenlace no será promisorio.
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“Se multiplicarán las aflicciones de aquellos que han corrido tras otro dios; no derramaré yo sus libaciones de sangre, ni sus nombres pronunciarán mis labios”. 

— Salmos 16:4

Hasta este punto en el Salmo 16, David ha buscado refugio en Dios, le ha pedido que lo preserve y que lo guarde, ha confesado que Yahweh no solamente es el Señor, sino que es el Señor de David, el todo suficiente y que satisface plenamente, de quien proviene toda buena dádiva. Y bajo este Bien Mayor, uno de los más grandes bienes que David ha recibido son los santos en la tierra, el pueblo de Dios. Ellos son santos y majestuosos y deleitan a David por su grandeza. Debido a que ama estar cerca de Dios, David también ama estar cerca de Su pueblo.  

A medida que continúa orando, David considera otro grupo de personas, aquellos que corren tras otros dioses. Quizá tiene en mente las naciones que rodean a Israel, quienes no buscan refugio en Yahweh, sino en Baal, Dagón y Astoret. Israel está casada con Yahweh, unida a Él mediante un pacto como su Señor y Esposo. Las naciones, por el contrario, se han casado con falsos dioses, poderes demoníacos. Ellas corren tras ellos y se unen en matrimonio. 

¿Y qué ha sucedido como resultado? Cuando David considera a los santos y su matrimonio con Yahweh, piensa con gran deleite y placer en la majestad de las montañas. Cuando considera los idólatras que lo rodean, observa algo muy diferente, aflicción, dolor, lesiones, dificultades y heridas. Y no únicamente dolores estáticos, sino dolores que se multiplican, que crecen y que abundan más y más.   

Por haber corrido tras otros dioses y haberse unido a ellos, los impíos han traído sobre sí dolor, conflictos y aflicción. 

En el Salmo 16, cuando el rey David considera los idólatras que lo rodean, destaca su aflicción, dolor, lesiones, dificultades y heridas.

¿La prosperidad de los malvados?  

Para nosotros, esos dolores no son evidentes de forma inmediata. En el salmo 73, Asaf expresa su consternación ante la prosperidad de los malvados y su confusión ante su prosperidad. Los malvados no sienten dolores hasta su muerte; están bien alimentados y aislados de problemas. No experimentan las luchas ni las adversidades que la mayoría de las personas experimentan (vv 4-5). A pesar de su orgullo, violencia, necedad, malicia y opresión, ellos prosperan y tienen éxito en todo lo que hacen (vv 6-9). Siempre están tranquilos a medida que sus riquezas aumentan, burlándose de Dios de forma desvergonzada por no ver o no conocer su maldad (vv 10-12).  

Tal imagen presenta un intenso contraste con la observación de David en el Salmo 16. Entonces ¿cómo reconciliar ambas imágenes? ¿Se multiplican los dolores de los idólatras o los malvados siempre están relajados? ¿Su idolatría los daña o redunda en prosperidad y éxito? 

Asaf nos muestra el camino. Su irritación cede el lugar a la claridad, pero únicamente después de adorar a Yahweh en su santuario. Únicamente luego de buscar refugio en Dios como su más grande bien es cuando él es capaz de discernir el fin de los malvados (Sal 73:17). Y cuando lo hace, llega a la misma conclusión que David.  

Ciertamente Tú los pones en lugares resbaladizos; 

los arrojas a la destrucción. 

¡Cómo son destruidos en un momento! 

Son totalmente consumidos por terrores repentinos. 

Como un sueño del que despierta, 

oh Señor, cuando te levantes, despreciarás su apariencia .

— Salmos 73:18-20

En otras palabras, aunque los malvados prosperen por un momento, al final sus dolores se multiplicarán. Sus pies resbalarán a su debido tiempo. Luego de correr tras la vanidad, estas se desvanecerán; luego de haber adorado a las criaturas, caerán bajo maldición. Al final, sus cuentas le serán cobradas. 

En esta vida, los dolores de los malvados están distribuidos de manera desigual. Por momentos, vemos que su destrucción llega pronto cuando Dios les da un gustazo de la cosecha que sembraron. Lo vemos en las consecuencias de sus acciones, el quebrantamiento, el dolor y la pérdida que trae el pecado. Esto es una misericordia severa, una bondad de Dios cuyo propósito es guiar a los malvados (y a nosotros) al arrepentimiento. 

Sin embargo, otros evitan tales dolores y temporalmente los evaden. No obstante, aun estos están acumulando ira para “el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios” (Ro 2:5). Y cuando ese día llegue, sus dolores se multiplicarán para siempre. 

En el salmo 73, Asaf expresa su consternación ante la prosperidad de los malvados. Después de buscar refugio en Dios como su más grande bien, el autor es capaz de discernir el fin de los malvados.

Falsa adoración y falsa confesión 

Habiendo observado y discernido el destino final de la idolatría, David debe actuar en base a lo que sabe. Y, por lo tanto, se compromete a evitar sus sacrificios idolátricos y sus falsas confesiones. De forma particular aquí, menciona evitar sus “libaciones de sangre”. 

Israel ofrecía libaciones a Yahweh como parte del sistema sacrificial (Lv 23). En las libaciones de Israel, el sacerdote derramaba vino de parte del adorador, junto a uno de los sacrificios primarios, ya fuera un holocausto, una ofrenda de paz o una de purificación (Nm 15; 28 — 29). Estos sacrificios debían ser ofrecidos únicamente luego de que Israel entrara y tomara posesión de la tierra. En la Biblia, el vino simboliza triunfo, celebración y descanso. Como dice un comentarista, el pan es el alimento matutino, ingerido para dar fortaleza para la labor del día; el vino es una comida vespertina, bebida al final del día en gratitud por una labor concluida y bien realizada. De esta manera, las libaciones eran hechas para celebrar el triunfo de Dios sobre Sus enemigos y Su fidelidad a Sus promesas. 

Así que, en el Salmo 16, David se rehúsa a participar en libaciones idolátricas. De forma más específica, rechaza “las libaciones de sangre”. Aunque la sangre era utilizada en los sacrificios de Israel, se rociaban los cuernos del altar o era derramada en la base de este, a Israel se le había prohibido estrictamente ingerir sangre. Sin embargo, al parecer, las naciones a su alrededor parecen haber ingerido sangre y también la ofrecían a sus dioses en libaciones. Ya que “la vida de la carne está en la sangre” (Lv 17:11), es posible que lo hicieran para recibir vida del animal que había sido muerto. En contraste, Israel, recibía vida directamente del mismo Yahweh. 

Más que simplemente rechazar sus sacrificios, David también rechaza su confesión. Rehusarse a tomar su nombre en sus labios es más que simplemente evitar decir la palabra equivocada. David está rehusando invocar los nombres de los dioses falsos, rehusándose a llamarlos su señor. Esta es la contraparte de buscar refugio en Yahweh y confesarlo como Señor. 

Un modelo de resistencia fiel 

Para nosotros hoy, la clara fidelidad de David hacia Dios es un modelo. A menudo vemos a los malvados prosperando en el mundo. Su pecado, lejos de lastimarlos, parece capacitarlos para el éxito y esto se convierte en una tentación para nosotros. La presión de ser cómplices, de calmar los falsos dioses de nuestra era malvada, de invocar los objetos de confianza y de adoración del mundo, de correr tras otros dioses para encajar y encontrar éxito terrenal, es real. 

Sin embargo, debemos discernir su final. Sus dolores se multiplicarán. Su descanso, si es que existe, durará tan solo un momento. El éxito momentáneo de los malvados está obrando en ellos un eterno peso de aflicción que sobrepasará toda prosperidad terrenal. 

Y cuando discernimos su final, somos fortalecidos a resistir la presión de nuestros tiempos. En lugar de conformarnos al patrón de este mundo, somos transformados al renovar nuestras mentes. En lugar de buscar aplicar los dioses falsos o los falsos hombres, nos ofrecemos únicamente a Dios como sacrificios vivos (Ro 12:1-2). En lugar de unirnos a las mentiras y falsedades de nuestra sociedad, decimos con nuestros labios y con nuestros corazones: “Jesús es nuestro Señor; ningún bien tengo fuera de Él”. 


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Joe Rigney

Joe Rigney es miembro de teología en New Saint Andrews College. Es esposo, padre de tres hijos y autor de varios libros, entre ellos Más que una batalla: cómo experimentar la victoria, la libertad y la curación de la lujuria.

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