Dijo el conocido escritor C.S. Lewis: «Hubo una vez en el mundo un pesebre, y en ese pesebre, algo más grande que el mundo». Mientras los cristianos celebramos la época de navidad, lo que estamos celebrando es la maravilla de Dios haciéndose hombre, una maravilla que escapa a nuestros limitados entendimientos, una maravilla a la que solo podemos responder con asombro y adoración. Y al considerar algunas de las circunstancias que rodean el nacimiento de nuestro Señor, más nos asombramos. Dios en control de todo El primer detalle sobre el que quiero llamar la atención nos lo cuenta el evangelio de Lucas (2:1) cuando nos dice que el emperador romano Augusto César dictó un decreto para que todos los súbditos del imperio fueran censados. José y María vivían en el norte del país, en Nazaret de Galilea (Lc 2:4) y eso era un problema porque el Mesías prometido debía nacer en Belén. En una sola frase, Lucas nos deja saber que cada circunstancia en el nacimiento de nuestro Salvador estaba bajo el control de Dios. El emperador de Roma era uno de los hombres más poderosos del mundo en ese momento (si no el más poderoso), y, sin embargo, sin saberlo, también él estaba sirviendo a los propósitos del Dios eterno. El nacimiento del Señor es un evento determinado por Dios en la eternidad, como parte de Su plan bendito de rescatar para sí un pueblo mediante Su Hijo. Hasta ese mínimo detalle, anunciado por los profetas (Mi 5:2-5; Mt 2:4-6) está bajo el control soberano de Dios. Esto debería recordarnos que Dios está en control de todo, siempre. Nada escapa a Su providencia. Todo apunta a que Él está cumpliendo Su plan perfecto. Un niño digno de adoración Lucas nos cuenta que un grupo de pastores recibió el anuncio angelical del nacimiento de Jesús (2: 8-20). Los pastores estaban cuidando sus rebaños y de repente un ángel se presentó delante de ellos, para anunciarles que en la ciudad de David había nacido el Salvador. El temor inicial se convierte en iniciativa cuando los pastores van en busca del niño y lo encuentran tal como el ángel les ha dicho. Y luego prorrumpen en alabanza, al encontrar que lo anunciado por el ángel era así. Por otro lado, Mateo nos cuenta acerca de unos magos que vinieron del oriente, guiados por una estrella que los condujo hasta el Rey que había nacido en Belén (2:1-12). Al llegar al lugar donde Jesús estaba, sus corazones se llenaron de gozo y lo adoraron. Los pastores y los magos tuvieron el privilegio de que les fuera dado a conocer que el Hijo de Dios había nacido, y tuvieron el privilegio de estar entre los primeros que le rindieron adoración. De alguna manera, no puedo dejar de pensar que los religiosos de la época permanecieron ajenos al milagro de Dios viniendo a este mundo. Incluso Herodes permanece ajeno a esta maravilla y lo único que puede ver es un posible competidor en Jesús. Pero Dios nos sorprende haciendo partícipes de este maravilloso milagro a un grupo de humildes pastores y a unos extranjeros. El mundo en torno a un pesebre En el pesebre estaba el Hijo de Dios viniendo a este mundo. Impensable, asombroso, maravilloso. Y, en torno al pesebre… Cesar Augusto, ignorante de lo que está sucediendo, pero sirviendo a los propósitos de Dios. Herodes, sabedor de que el niño que nace es el cumplimiento de una promesa de Dios, y sin embargo cegado por la maldad y la corrupción que habita en su corazón. María y José, sirviendo con corazones humildes y dispuestos, siendo instrumentos escogidos en el cumplimiento de los propósitos de Dios. Los magos y los pastores, privilegiados de ser testigos de la maravilla de la venida del Salvador a nuestro mundo, asombrados ante lo que Dios está haciendo. Oración Señor, que al recordar hoy que un día Dios Hijo nació, nuestros corazones se llenen del mismo asombro que experimentaron los magos y los pastores. Ayúdanos a recordar la maravilla de que Tu Hijo Jesús se hiciera uno de nosotros y viniera a alcanzarnos con Tu amor. Señor, que ante el milagro del Verbo haciéndose carne nuestros corazones se llenen de gratitud amorosa. Gracias por Jesús. Amén.