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Cuando consideré escribir un artículo sobre el tema de la oración ferviente, mi primer impulso fue decir que no. Después de todo, esta es un área en la que lucho, como lo hacen muchos pastores que conozco bien. ¿Qué persona piadosa puede examinar honestamente su propio corazón y decir: “Clamo bastante a mi Señor, me entrego a Su misericordia tanto como cualquiera debería hacerlo y hablo lo suficiente con el Dios del universo”? ¡En verdad no puedo decir eso de mí mismo!
Pensé en abordar el tema con un espíritu de confesión. Mi impulso más común como ministro es entrar al estudio, comenzar inmediatamente a leer el texto de la Escritura y planear el mejor método de ataque para mi sermón. Odio admitir que, más frecuentemente de lo que quisiera, mi primer impulso no es buscar el rostro de Dios y rogarle que me alimente a mí y a Su pueblo una vez más. Sinceramente, a menudo he avanzado bastante en la preparación del sermón antes de comenzar a sentir que he chocado con alguna clase de obstáculo o bloqueo. Solo entonces considero cuán carente ha sido mi oración y cuán enfocado he estado en simplemente realizar mi tarea.
En mis peores días llego a creer que la oración necesitada, ferviente y seria es algo opcional. Pero ¿es esto lo que dicen las Escrituras?
Oración ferviente en la Escritura
La primera vez que aparece la idea de “oración ferviente” en el Antiguo Testamento es en la versión griega del libro de Jonás. En un momento de desesperación, la gente de Nínive “clama con fuerza a Dios” (Jon 3:8). Lo que se traduce en la Septuaginta “con fuerza” es una palabra cuyo significado original es “fervientemente”. No solo clamaron a Dios, sino que lo hicieron “fervientemente”, con poder.
En el Nuevo Testamento, nuestro Señor no hace de la oración privada algo opcional para ningún cristiano. Jesús, no solo ordena que Sus santos oren en privado, sino que asume la necesidad que tienen de ella. Esto es claro en el sermón del monte: “Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6:6). ¿Por qué da por hecho que Sus discípulos orarán en privado? Porque sabe que necesitamos a Dios y todo lo que Él puede proveernos.
Pero Jesús no solo ordena a Sus discípulos que oren, sino que Él mismo es el ejemplo perfecto de ello. En cuanto a Sus hábitos de oración, Marcos dice que “Levantándose muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, Jesús salió y fue a un lugar solitario, y allí oraba” (Mr 1:35). También Lucas nos cuenta que Jesús oró en Su momento de mayor desesperación: “Estando en agonía, oraba con mucho fervor; y Su sudor se volvió como gruesas gotas de sangre, que caían sobre la tierra” (Lc 22:44).
Más tarde, vemos que la oración ferviente era vista como una práctica del cristiano en la iglesia primitiva. En el libro de Hechos, Lucas nos dice que cuando Pedro estuvo en la cárcel “la iglesia hacía oración ferviente a Dios por él” (Hch 12:5). En su epístola, Pablo exhortaba a los efesios a orar con fervor: “Con toda oración y súplica oren en todo tiempo en el Espíritu, y así, velen con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Ef 6:18). Desde Jonás, pasando por Jesús y hasta la iglesia primitiva, la oración ferviente está en esas situaciones de desesperación en las que se reconoce la necesidad de la gracia de Dios.
El secreto de la oración ferviente
Y es en esa necesidad en donde se encuentra la verdadera oración ferviente. No se necesita un exceso de espiritualidad o ser una persona especialmente santificada para orar fervientemente. Después de todo, si los ninivitas pudieron orar fervientemente, también puede hacerlo cualquier creyente. De hecho, el verdadero secreto de la oración no es una aureola brillante o una disposición muy justa. El verdadero secreto es la debilidad. Cuanto más entendemos que carecemos de santidad y espiritualidad, mayor será nuestra necesidad y más ferviente nuestro clamor.
Entre otras cosas, la oración es nuestra declaración de incapacidad. Cada cosa que llevamos a Dios en oración es algo que está fuera de nuestro poder, algo con lo cual no tenemos el poder de lidiar. Cuanto más creemos que la respuesta a nuestra oración descansa solo en Dios, más creemos que estamos en necesidad y más impotentes nos sentimos, nuestras oraciones serán más serias y fervientes.
La oración y el pastor
Quiero concluir meditando en la oración ferviente del pastor. Cuando nuestra gente nos escucha en el púlpito, ¿oyen a un orador confiado e informado? ¿O escuchan a una persona débil que suena más como Pablo, quien ministró en debilidad y mansedumbre? ¿Escuchan a un hombre que necesita algo de Dios?
La forma en la que un pastor ora en el púlpito no necesariamente refleja cómo ora en privado. Después de todo, es posible que una persona presente oraciones bien elaboradas en el púlpito y, sin embargo, ese sea el único lugar donde sus oraciones son fervientes y familiares. Una cosa es que alguien hable con Dios en el púlpito frente a todos. Otra muy distinta es saber lo que era tener lo que John Knox denominó una “conversación íntima” con Dios.
J. I. Packer nos recuerda en Conocer a Dios, el efecto de la oración: “La oración es un medio para obtener energía… La lucidez espiritual, el vigor y la confianza son los resultados habituales de la oración ferviente sobre cualquier tema. Los puritanos hablaban de la oración como el engrase de las ruedas del alma”. La oración privada ferviente, alimentada por un profundo sentido de necesidad, se convierte en el combustible para las oraciones públicas de un ministro y en su medio de sustento.
Pablo dijo: “Con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí” (2Co 12:9). Esta es la actitud de un ministro que ora con fervor.
Este artículo se publicó originalmente en Gospel Reformation Network.