Oraciones largas o cortas, ¿cómo debemos orar?

Una invitación a meditar sobre la oración, por medio de versículos a veces olvidados o ignorados.
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Durante la mayor parte de mi vida, dos de los versículos bíblicos más importantes sobre la oración han estado perdidos en mí. Quizás debido a haber sido distraído por los versículos más famosos sobre la oración que estaban inmediatamente después.

¿Cuántos de nosotros nos hemos memorizado “El Padre Nuestro”, en la versión de Reina Valera de Mateo 6:9-13: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…”? Pero antes de que Jesús modele una oración para nosotros, Él nos enseña a orar en los dos versículos anteriores. No obstante, dos mil años de tradición acumulada y repetición pueden haber nublado los principios expresados por Cristo puestos en práctica en Su ahora famosa oración de ejemplo.

Irónicamente, al menos para mí, lo que Jesús dice inmediatamente antes fue ahogado, desde hace mucho tiempo, por la misma repetición sin sentido que Él tan claramente desaprueba en el preámbulo:

Y al orar, no usen ustedes repeticiones sin sentido, como los gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería. Por tanto, no se hagan semejantes a ellos; porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes que ustedes lo pidan (Mt 6:7-8).

En contra de nuestros instintos gentiles

Como humanos caídos, podemos entender por qué Jesús necesitaría enseñarnos a no repetir frases sin sentido. Somos propensos a esto. Fuera de la revelación especial de Dios hacia nosotros, este es nuestro instinto gentil a la hora de elevar peticiones a lo divino. Como los profetas de Baal en Carmelo, esperamos que invocar a la deidad “desde la mañana hasta el mediodía”, danzar alrededor del altar (1R 18:26) e, incluso, hacernos alguna forma de auto flagelo (1R 18:28), nos ayude a ser escuchados en el cielo. Y fuera de la obra especial de Dios en nosotros, somos propensos a convertir el Padre Nuestro en sí mismo en la mismísima cosa que Jesús nos advierte en esta enseñanza.

Un aspecto, entre otros, que es tan asombroso de la oración de Jesús en Mateo 6:9-13 (y Lc 11:2-4) es su simplicidad y ternura. Jesús manifiestamente no usa “repeticiones sin sentido, como los gentiles” (Mt 6:7). Él no pretende ser oído por Su palabrería.

Antes de modelar la oración del Padre Nuestro en Mateo capítulo 6, Jesús enseñó cómo deberíamos orar.

¿Lenguaje complicado?

En nuestro español, la oración de Jesús tiene apenas setenta palabras y cuatro frases. ¿Puedes recordar la última vez que escuchaste —si es que en alguna ocasión lo has oído— una oración pública tan simple, modesta y directa al punto? Y esta vino directamente de la boca de nuestro Salvador.

Tal vez es el lenguaje complicado del español antiguo lo que nos hace pensar que tal oración, tan manifiestamente simple, pudiera ser una especie de encantación, como lo hacen quienes rezan un rosario o se ponen de rodillas antes de un partido de fútbol. Podríamos memorizar una versión más contemporánea para resguardarnos contra la impresión errónea. Pero, probablemente, la raíz del asunto sea más profunda y no nos hayamos apropiado de la excepcional libertad a la cuál Jesús nos invita, o no hayamos conocido profundamente al Padre de gracia al cual Él nos llama a clamar.

Libre para orar de manera simple

El no tener que repetir oraciones gastadas, sin sentido y con muchas palabras, es la gloriosa libertad en la cual caminamos como hijos del Padre. Cuando oramos —notemos que Jesús dice cuando, no si— venimos a un Dios quien ya se ha acercado a nosotros. Nunca nos presentamos delante de Su alteza por primera vez, o nos volvemos a presentar sospechando que Él es demasiado importante y está demasiado ocupado como para recordar nuestro insignificante nombre. La oración no es una conversación que empezamos nosotros, sino una respuesta a Dios, quien habla primero, llama primero, y nos reclama como Suyos, incluso antes de que respondamos en fe y oración.

Somos libres para abandonar nuestras frases vacías y clichés, y de necesitar muchas palabras, extendiendo nuestros reclamos a una determinada longitud con el objetivo de impresionar, pues en Cristo ya somos conocidos, amados, apreciados y estamos seguros. No somos ciudadanos desconocidos acercándonos a un dignatario distante, sino hijos acercándonos a “nuestro Padre”.

El no tener que repetir oraciones gastadas, sin sentido y con muchas palabras, es la gloriosa libertad en la cual caminamos como hijos del Padre. / Foto: Envato Elements

Reverente y espiritual

Esto no significa que nos acerquemos de manera irreverente. Él es, después de todo, nuestro Padre que está en el cielo. ¿Y si los hijos deben respetar a sus padres terrenales, cuánto más nosotros a nuestro Padre celestial? Un lenguaje simple, como el de un niño, no es igual a hablar con ligereza, frivolidad ni indiferencia.

Y el lenguaje simple no es igual a peticiones carnales. ¡Eso sería totalmente contrario a la oración de Jesús! Aunque Su oración es liberadoramente simple, su contenido no lo es. En lugar de comenzar con el pan de cada día, Jesús empieza con la santificación del nombre de Dios, no el nuestro, y la venida del reino de Dios, no del hombre. Estos son los anhelos y las expresiones de corazones renacidos, no los susurros de personas mundanas.

Sin el nuevo nacimiento, vamos a orar, si es que oramos, con pretensión (y longitud profana), y con los mismos deseos carnales que cualquier otra persona en el mundo. Pero con el nuevo nacimiento, cuando oremos —no si, sino cuando—, lo haremos con simpleza y profundidad, con nuevos deseos para con Dios y Su honor.

Sin el nuevo nacimiento, vamos a orar con pretensión y con los mismos deseos carnales que cualquier otra persona en el mundo. Pero con el nuevo nacimiento, lo haremos con simpleza y profundidad. / Foto: Envato Elements

Nuestro Dios ama dar

Jesús no solo nos advierte de las frases vacías y las muchas palabras, sino que nos dice la razón: “Porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes que ustedes lo pidan” (Mt 6:8). La presciencia de Dios (que conoce todo de antemano) no es razón para guardar silencio. Esa no es la lógica de Jesús, sino exactamente lo contrario. Que nuestro Padre ya sepa lo que necesitamos es un impulso a orar (y a usar lenguaje simple y directo) porque, no solo sabe nuestras necesidades, sino que Él es nuestro Padre, quien ama a Sus hijos y quiere suplir nuestras necesidades.

En conclusión, el cómo oramos dice mucho sobre cómo vemos a nuestro Dios. ¿Confiamos en que tenemos ya Su atención, o sospechamos que necesitamos pedirla? ¿Asumimos que Él desconfía de nuestras necesidades o que tiene la presión de contar con un suministro limitado en medio de una demanda creciente? ¿Está distante o cerca? ¿Es soberano y bueno? ¿Es justo y misericordioso?

El cómo oramos dice mucho sobre cómo vemos a nuestro Dios. / Foto: Black Rancho

Incluso mejor de lo que pedimos

Cuando los cristianos oran, oramos como aquellos que hemos sido liberados de orar como el mundo. Oramos como aquellos que primero hemos oído de nuestro Dios en Su Palabra, quienes hemos recibido Su regalo de gracia insuperable en la persona de Su Hijo, y quienes no tenemos necesidad de ganarnos Su favor con nuestra repetición, pose y pretensión.

Más bien, podemos pedir con sencillez, como hijos. Podemos pedir profundamente, con nuevos corazones que están enfocados en Él y no solo en las cosas de la tierra. Y podemos pedir con confianza humilde, sabiendo que nuestro Padre ya sabe nuestras necesidades y las conoce incluso mejor que nosotros, y que está, incluso, mucho más comprometido que nosotros a suplirlas en las maneras más profundas y duraderas.


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

David Mathis

Es editor ejecutivo de desiringGod.org y pastor de Cities Churchin Minneapolis. Él es esposo, padre de cuatro hijos y autor de «Habits of Grace: Enjoying Jesus through the Spiritual Disciplines» (Hábitos de Gracia: Disfrutar a Jesús a través de las Disciplinas Espirituales).

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