¿Te has fijado alguna vez en que algunas de nuestras más fuertes tentaciones surgen en torno a los mayores dones de Dios? La comida, el dinero, el sexo, el ministerio, la autoridad; todo esto puede ser usado para un enorme bien, y, no obstante, constantemente descubrimos que están acompañados por enormes dificultades. Así es la vida en este mundo pecaminoso, un mundo en el que convertimos las bendiciones en maldiciones, los dones en tentaciones. Los dones de Dios amenazan muy rápidamente con desplazar a Aquel que los otorga. Dios no aprecia la competencia. Esto lo hallamos en toda la Biblia, pero encontré cierta evidencia particularmente interesante al respecto cuando estudiaba Deuteronomio 17 la semana pasada. Dios había salvado a su pueblo de la esclavitud y destruido a su archienemigo, Egipto. Ahora él reinaba como su bueno y bondadoso rey. No obstante, aunque él amaba a su pueblo, también lo conocía. Sabía que en el futuro ellos iban a exigir un nuevo rey, un rey humano. Así que, cientos de años antes que el pueblo aclamara al rey Saúl, Dios les dijo quién y cómo debía ser su rey: debe ser un hombre que Dios escoja, debe ser un israelita, y debe conducirse por tres importantes reglas: «El rey no deberá adquirir gran cantidad de caballos, ni hacer que el pueblo vuelva a Egipto con el pretexto de aumentar su caballería, pues el Señor te ha dicho: “No vuelvas más por ese camino”. El rey no tomará para sí muchas mujeres, no sea que se extravíe su corazón, ni tampoco acumulará enormes cantidades de oro y plata» (Deuteronomio 17:16-17). ¿Te fijaste en lo que Dios destacó ahí? Destacó la guerra, las mujeres, y la riqueza. Prohibió la temeraria acumulación de las tres. ¿Por qué? De todas las cosas que podrían importarle a Dios, ¿por qué estas tres? No es que hubiera algo intrínsecamente malo en ellas. Más bien se debe a lo que la guerra, las mujeres y la riqueza representaban para un rey y un reino en aquel tiempo y lugar. Cada una de estas cosas era una tentación para que un rey hallara su reputación y su seguridad fuera de Dios. De esa forma, ellas amenazarían con desplazar a Dios de una posición que él reclamaba legítimamente para sí. Una total obsesión con alguna de estas cosas o las tres sería un total rechazo de Dios. Obsesión con la guerra. Un gran ejército incentivaría al rey a descansar en sí mismo, confiado en que su seguridad depende de su capacidad de hacer guerra. Inevitablemente olvidaría que su seguridad última está en Dios: Dios le había prometido a su pueblo que los cuidaría, y ya lo había demostrado una y otra vez. Un gran ejército también representará una gran reputación, pues haría que un rey luciera poderoso a ojos de otros reyes. No obstante, el pueblo de Dios debía preocuparse por obedecerle a él, no por acomodarse a las demás naciones. Obsesión con las mujeres. Aquí la preocupación de Dios no se relacionaba en primer lugar con la lujuria sexual sino con el poder político. En aquel entonces, un rey poderoso se casaba con princesas de otras naciones como un medio de establecer tratados políticos. Estos tratados harían el país más seguro y fortalecerían la reputación del rey como un gran estadista. Pero Dios no quería que su pueblo hallara su seguridad en alianzas políticas, y no quería que su pueblo se entrelazara en matrimonio con extranjeras, porque aquellas mujeres poderosas e importantes traerían consigo sus dioses. Con esos dioses vendría la tentación de abandonar al Dios verdadero por los ídolos. Obsesión con la riqueza. En lo que respecta a la riqueza, un rey se vería tentado a confiar en que su dinero lo mantendría seguro en lugar de confiar en su Dios. El dinero se podría usar para contratar o financiar un enorme ejército, o se podría usar para sobornar a los atacantes. En cuanto a la reputación, un rey era considerado especialmente poderoso si usaba su riqueza para construir grandes palacios, templos, y monumentos. Pero, una vez más, Dios quería que su pueblo hallara su seguridad en él, y las promesas de su pacto. Dios quería que su pueblo se preocupara mucho más por su reputación delante de él que delante de cualquier otro. No es de extrañar, entonces, que Dios advirtiera a sus reyes acerca de las tres tentaciones de la guerra, las mujeres y la riqueza. ¿En qué ámbito te ves tentado a buscar reputación a los ojos del mundo antes que a los ojos de Dios? ¿Y en qué ámbito te ves tentado a buscar seguridad en cosas que puedes acumular antes que en las promesas de Dios? ¿En qué ámbito te ves tentado a transigir? ¿Puedo sugerir algunos ámbitos comunes? Sexo, género y sexualidad. Hoy, una enorme y creciente tentación a ese tipo de transigencia está en el ámbito del sexo, el género y la sexualidad. En la Biblia leemos la clara verdad de que «hombre y mujer los creó». Pero ahora se nos dice que el sexo y el género son fluidos, que creer algo distinto es una terrible forma de intolerancia y discriminación. Hay una gran presión sobre nosotros para que cedamos, para que permitamos que un poquito de lo que ellos creen se introduzca en lo que nosotros creemos, solo lo suficiente para estar a salvo, lo suficiente para ser respetables. Esta es la razón exacta por la que todos los políticos se están subiendo al carro. Nosotros podemos enfrentar la misma tentación, pero eso implica nada menos que hacer un trato con el mundo. Es obtener la ilusión de la seguridad y el tipo de reputación equivocado mediante la transigencia. Finanzas. Otra grave tentación está en el área de las finanzas personales. Podemos mirar al dinero para establecer y potenciar nuestra reputación. Grandes casas, bellos autos, ropa de diseñador, todo esto son medidas mundanas de éxito. No necesariamente son malas, pero sí nos piden que seamos cautos, queseamos sabios, para discernir el estado de nuestro corazón. Es mucho mejor tener poco mientras nos vemos grandes a los ojos de Dios. Y en lo que respecta a la seguridad, muchos nos sentimos seguros cuando tenemos mucho dinero e inseguros cuando tenemos poco. Sabemos que las promesas de Dios se encargan de cada una de nuestras necesidades, pero esas promesas nos resultan mucho más fáciles de creer cuando tenemos montones de dinero acumulado en nuestras cuentas de ahorro y jubilación. Si solo creemos en las promesas de Dios cuando ya tenemos lo que necesitamos, ¡no hemos entendido nada! Nuestra seguridad proviene de que Dios nos haya adoptado en su familia, no del tamaño de nuestra cuenta bancaria. En la era de los reyes, las riquezas, la guerra y las mujeres eran un desafío para Dios. Dios estaba conforme con que sus reyes fueran débiles, castos y modestos, porque entonces tendrían que confiar en él para su reputación, para su protección. En nuestra época tenemos nuestros propios desafíos. Dios, por medio de su Palabra, nos llama a hallar nuestra reputación y protección en él, a ser fuertes en él aun si eso nos hace débiles a ojos del mundo. Nota: Teniendo en cuenta todo esto, ve y lee 1 Reyes 10-11, el relato del reinado y la caída del Rey Salomón. ¿Cres que el autor intentaba destacar alguna obsesión en particular de Salomón? ¿La guerra? Sí. ¿Mujeres? Sí. ¿Riqueza? Sí. ¡Todo está ahí!