No matarás, no robarás, no cometerás adulterio. Si preguntáramos por el top 3 de los mandamientos, no cabe duda que el podio estaría entre ellos.
Cuando se trata de los Diez Mandamientos, tenemos la tendencia a categorizarlos. Pensamos en aquellos que son, a nuestro parecer, “más graves” y otros más “inocentes”. Pero esto no es una buena idea. De acuerdo con el Supremo legislador, todos tienen exactamente la misma relevancia y el mismo castigo para quien los quebrante, aunque se trate del que consideramos más pequeño (Stg 2:10).
Uno de esos mandamientos que, consciente o inconscientemente, se pone en una lista menor es el relacionado con nuestros padres, el quinto del decálogo. ¿Qué significa “honrar a padre y madre” (Ex 20:12)? ¿Cuál es la razón de un mandato tan específico? En este artículo pretendo mostrar no solo la importancia de este mandamiento cuando fue escrito, sino la relevancia que tiene para nosotros hoy como creyentes.
La naturaleza del mandamiento
No voy a discutir la vigencia que tienen los mandamientos; asumo que el lector comprende que los creyentes en la actualidad continuamos con la responsabilidad de observar la ley moral de Dios (Jn 14:15-25). Por tanto, conviene que nos detengamos a pensar no solo en las implicaciones del quinto mandamiento, sino en su naturaleza.
La ley de Dios fue consagrada en dos tablas, las cuales agrupan las diez ordenanzas. Una buena manera de dividir el decálogo es ver los cuatro primeros mandamientos como los que regulan nuestra relación con Dios, y los otros seis como los que regulan nuestra relación con nuestro prójimo. Después de todo, ese es el resumen de la ley dado por Jesús mismo (Mt 22:40).
El mandamiento de honrar a padre y madre aparece como la transición entre lo que representa amar y servir a Dios, y amar y servir al prójimo. Pudiéramos pensar que su posición en el decálogo se trata de una casualidad. Sin embargo, cuando vemos el propósito del mismo, notamos una intencionalidad de parte de Dios.
Honrar a padre y madre es un mandato familiar, y hay dos principios universales que gobiernan dicha relación. Por un lado, deja claro que en este mundo vivimos bajo autoridad: una autoridad divina, pero también una autoridad humana. Por otro lado, hemos sido creados para relacionarnos con personas que Dios también creó a Su propia imagen, en una relación de respeto y honra. De hecho, la palabra hebrea da la idea de valorar, apreciar y estimar.
Así, honrar padre y madre es la recreación a pequeña escala de lo que es someterse a Dios como autoridad y amar a nuestro prójimo. Es el resumen práctico de toda la ley. Ahora bien, ¿cuáles son las implicaciones prácticas de este mandamiento? Creo que podemos abordar la práctica de este mandamiento desde dos perspectivas: una inmediata y otra extensiva.
La implicación inmediata
La ordenanza natural es que debemos honrar a nuestros padres. El significado es bastante simple: honrar a nuestros padres significa obedecerlos. Pablo hizo mención de esto: “Hijos, obedezcan a sus padres en el Señor, porque esto es justo” (Ef 6:1). Esta obediencia está sujeta al grado relacional. Es obvio que no obedecemos a nuestros padres en el mismo grado cuando somos adultos que cuando somos niños o adolescentes. Sin embargo, la obediencia sigue manifestándose en la medida en que mostramos respeto y damos valor a sus opiniones.
Pero honrar también implica un reconocimiento económico y cuidado de ellos. Jesús se refirió a esto cuando exhortó a los fariseos por la hipocresía de condenar a los discípulos por comer con las manos sucias. Evidentemente, tal reproche de los fariseos no estaba basado en la Palabra de Dios, sino en sus tradiciones. Jesús les dice que han menospreciado el mandamiento de Dios, dándole prioridad a sus propios preceptos y negando el cuidado de sus padres:
Porque Dios dijo: “Honra a tu padre y a tu madre”, y: “Quien hable mal de su padre o de su madre, que muera”. Pero ustedes dicen: “Cualquiera que diga a su padre o a su madre: ‘Es ofrenda a Dios todo lo mío con que pudieras ser ayudado’, no necesitará más honrar a su padre o a su madre”. Y así ustedes invalidaron la Palabra de Dios por causa de su tradición” (Mt 15:4-5).
Por increíble que parezca, los fariseos habían creado una ley para no tener que estar obligados a reconocer económicamente a sus padres. La ley consistía en declarar su patrimonio como parte de lo que ellos daban en el templo (corbán), invalidando así el mandamiento.
Es nuestro deber como hijos participar en las necesidades y el cuidado de nuestros padres. De la misma manera en que pensamos en nuestro deber de participar con nuestros bienes en las contribuciones para la obra del Señor, debemos hacerlo, y con una mayor responsabilidad, por nuestros padres. Honrar la obra del Señor y honrar a nuestros padres no son dos cosas en pleito. Es necesario hacer lo uno sin dejar de hacer lo otro.
La implicación extensiva
Por otro lado, hay una implicación extensiva de este mandamiento. Honrar padre y madre es la manera en que aprendemos a reconocer las autoridades. Es la forma en que se nos muestra el orden del sistema en el que vivimos. En efecto, una persona que no reconoce a sus padres, no tendrá problemas en desconocer las autoridades civiles o de cualquier otro orden.
Este es uno de los grandes fracasos de esta generación. Los pensamientos de anarquía y subordinación social provienen del deterioro de este valioso mandamiento, que en última instancia es el laboratorio mismo del funcionamiento de una sociedad. Como bien lo describe el pastor Thomas Montgomery:
La obediencia a este mandamiento tiende a preservar la vida de la familia, la sociedad y las naciones en general. La rebelión y la desobediencia por parte de los hijos produce efectos desastrosos en la familia, la sociedad y el país en general. Produce hijos irresponsables, negligentes y desobedientes a toda clase de autoridad (Montgomery, El creyente y la ley moral de Dios, 21).
En efecto, la preservación de la sociedad está ligada a la promesa que sigue a este mandamiento: “Para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Ex 20:12). Hay un sentido de preservación y prevención aquí. Este pasaje no dice que los hijos que obedecen a sus padres literalmente morirán con más edad que los otros. En cambio, es claro que sus vidas serán menos golpeadas por errores y desaciertos, al aprender de la experiencia y la madurez que sus padres proveen por medio de la corrección y el consejo (Pro 4:10-13; 6:20-23).
Hijos cristianos
No debemos menospreciar la ley de Dios. El cristianismo y la vida de piedad no tienen relación con hijos rebeldes, desobedientes a sus padres y altaneros. No puedes decir que tienes una profesión de fe verdadera si no respetas y obedeces a tus padres. Si ese es el caso, entonces debes arrepentirte, al igual que aquel que comete adulterio, mata o roba.
El Señor nos ayude a obedecer Su ley.