¿Es bíblica la idea de la confesión positiva?
Un hombre recibe la mala noticia de que tiene cáncer. Al escucharlo reacciona diciendo: “Reprendo este cáncer de mi cuerpo. Confieso y declaro salud sobre mi vida en este momento y en el nombre de Jesús le arrebato a Satanás la salud que me quitó”. Por otro lado, una madre le comparte a su amiga que sospecha que su hijo puede padecer de autismo. Inmediatamente su amiga le manda a hacer silencio y le dice: “No digas eso. ¿No sabes que tu palabra tiene poder y que lo que sale de nuestros labios se vuelve realidad? Cancela lo que has dicho y declara bienestar sobre tu hijo”. Los casos mencionados anteriormente son ficticios, sin embargo, muestran una práctica común en muchas iglesias que profesan creer en la Biblia. Creen que sus palabras contienen poder, dado por Dios, para crear una realidad, ya sea positiva o negativa. Sin embargo, nos preguntamos, ¿tienen nuestras palabras tal poder? ¿Es correcto vivir cancelando con nuestra boca lo que no queremos y atrayendo por medio de la confesión positiva la realidad que deseamos? Consideremos este tema a luz de la Escritura.
¿Qué es un decreto?
La palabra decretar se usa en la Biblia en relación a Dios en dos maneras diferentes. Primero, los decretos de Dios son sus mandatos (a los cuales llamo decretos preceptivos), y deben ser obedecidos (Lv. 26:3, 15; Ez. 44:24). En segundo lugar la palabra decreto se usa para referirse a una determinación de Dios, la cual seguramente ocurrirá (a este decreto le podemos llamar decreto eficaz para diferenciarlo del anterior – 1 Re. 22:23; 2 Cr. 18:22). Cuando Dios dijo “Sea la luz” era imposible que eso no ocurriera y cuando Jesús dijo: “¡Effatá!” era seguro que ese hombre oiría y hablaría claramente (Mr. 7:32-35). A lo largo de la historia vivieron hombres con autoridad divina para hacer milagros, sin embargo, un sencillo análisis histórico es suficiente para darnos cuenta que, después de los apóstoles, nunca ha habido un tiempo de milagros como lo hubo en los comienzos de la iglesia primitiva. Adicional a esto, el poder para hacer milagros en nombre de Dios no era para todos (1 Co. 12:28-30), mientras que hoy día se enseña que todos los creyentes deben y pueden decretar creyendo que Dios respaldará esa confesión positiva. En la Escritura tenemos ejemplos de seres humanos decretando como lo son el rey Darío y el rey Asuero quienes emitieron decretos que debían ser obedecidos debido a la autoridad que tenían como monarcas (Esd. 6:12; Est. 4:3, 8). Si bien es cierto que un rey puede decretar, su decreto es preceptivo y no eficaz. Es decir, su mandato no tiene poder para crear una realidad y puede ser desobedecido.
Textos utilizados para apoyar la confesión positiva.
Uno de los textos más utilizados para apoyar la práctica de la confesión positiva es Romanos 4:17. En varias ocasiones he escuchado personas usar este texto para decir que “Abraham llamó las cosas que no son como si fuesen”. Esto es sencillamente una cita incorrecta del texto que lee: “Dios, que da vida a los muertos y llama a las cosas que no existen, como si existieran”. De manera que este texto, lejos de apoyar la confesión positiva, la contradice. Es Dios quien tiene poder para decretar que los eventos ocurran. Abraham simplemente creyó la Palabra de Dios que le había sido dicha (Ro. 4:18). Es decir, la palabra de Abraham no tuvo nada que ver con el cumplimiento de la promesa, sino la Palabra de Jehová. Dios habló y Abraham creyó. Otros textos usados para apoyar esta práctica son los versos que hablan de confesar. He escuchado a personas defender la confesión positiva simplemente diciendo: “La Biblia dice que tenemos que confesar con nuestra boca”. Es cierto que la Biblia habla de confesar, sin embargo lo que estamos llamados a confesar son cosas ciertas, como el señorío de Cristo (Ro. 10:9; Mt. 10:32) y la realidad de nuestros pecados (1 Jn. 1:9; Mt. 3:6). No estamos llamados a confesar algo que nosotros queremos que pase y que creemos que es la voluntad de Dios para nosotros. Otros textos utilizados para apoyar la confesión positiva son aquellos donde se nos manda a tener fe. Al parecer, de alguna manera se asume que la confesión positiva es la manera correcta de expresar la fe, aun cuando no hay apoyo bíblico para tal idea.
¿Cómo debemos responder a las circunstancias que nos rodean diariamente?
1. Adorando a Dios entendiendo que es la voluntad de Dios que pasemos por aflicciones para nuestro bien y Su gloria (Hch. 14:22; Job 1:20-22; Ro. 8:28).
“Cancelar” esas adversidades y “decretar” que estas se van de nuestra vida es presumir que Dios quiere eliminar de nuestras vidas lo que Él mismo ha traído. Cuando Job sufrió todas las tribulaciones que le vinieron no entró al plano espiritual a batallar con Satanás para atarle con siete nudos espirituales y arrebatarle las bendiciones que le había robado, más bien reconoció que, en sentido último, las circunstancias que le rodeaban venían de Dios (Job 2:3, 42:11) y adoró aun en medio del dolor diciendo: “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21). Debemos reconocer que Dios tiene derecho, no solo de dar, sino también de quitar.
2. Orando a Dios que nos conceda lo que deseamos si es Su voluntad.
La Escritura nos enseña a ir a Dios en oración (no confesar o declarar para que las cosas ocurran) y confiar que Él hará lo que es mejor para nosotros. Nuestras palabras no atan a Dios a hacer lo que decimos. Recordemos que a Pablo le fue dada una “espina en la carne”, la cual Dios no quiso eliminar de su vida aun cuando Pablo pidió a Dios tres veces que la eliminara (2 Co. 12:7-9). Dios no escucha nuestros decretos sino nuestras oraciones, cuando estas son hechas conforme a Su voluntad (1 Jn. 5:14-15).
Pensar que nuestras palabras tienen poder para crear una realidad no es una enseñanza bíblica. Es más bien una idea anticristiana, supersticiosa y pagana, que quiere utilizar a Dios como si fuera un genio en una lámpara listo para hacer nuestra voluntad. Sigamos el ejemplo de nuestro Señor, quien dijo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt. 26:39).