En las últimas semanas hemos visto en la prensa nacional, así como en redes sociales, un activismo inusual por parte de líderes evangélicos. Alguien pudiese señalar que esa fuerte presencia en los medios tiene su origen en una preocupación justificada en el descalabro de las fibras morales de nuestra sociedad. Este descalabro se refleja en el alto índice de inseguridad ciudadana, en el eminente aumento de la corrupción pública y privada, así como en el debilitamiento de la familia como núcleo de la sociedad. Ese rompimiento visible de las fibras morales de la sociedad, acompañado de una desatinada actitud injerencista y colonialista de parte de la comunidad diplomática, es algo que llama a preocupación. Ahora bien, este contexto no puede convertirse en el marco de pensamiento a través del cual el cristiano se relacione con el resto de la sociedad. Nostalgia por un pasado más cómodo o temor por posibles leyes dañinas no pueden ser el motor que nos impulse en nuestro accionar político. Los líderes evangélicos, y las iglesias en sentido general, deben evitar caer en el error de tratar de generar un cambio social a través del simple activismo político. Más bien, deben enfocarse en tratar pastoralmente con las implicaciones de una sociedad  cada día mas hostil hacia las verdades bíblicas. Esto no significa que se arrinconen socialmente. El cristiano debe participar en la política como ciudadano responsable defendiendo la verdad y la dignidad humana. Un ejemplo de esto fue William Wilberforce, el miembro de la Cámara de los Comunes que lideró la abolición de venta de esclavos en Inglaterra. Nuestra llamado es que la participación política se haga de forma tal que nunca se ponga en juego el testimonio y la proclamación del Evangelio al aliarse a grupos y fuerzas que nunca han representado el evangelio de arrepentimiento de pecados y fe en Cristo Jesús. No cometamos el error de Israel durante los tiempos del profeta Isaías que trató de poner sus esperanzas en el poder militar y político de naciones vecinas, para que no terminemos como ellos (Isaías 30:1-3; 39:6-7). La espada del estado y las leyes de los hombres no cambian un corazón muerto, el evangelio de Cristo sí. El verdadero cambio viene a través del nuevo nacimiento, no a través de un simple “aceptar” los llamados valores tradicionales. En el infierno hay muchas personas que amaban los valores tradicionales y que eran grandes moralistas. La meta de la iglesia no es simplemente que la gente se “comporte decentemente”. La misión de la iglesia es que las personas conozcan a Cristo como Señor y Salvador. Tengamos discernimiento. No todo el que dice “Señor, Señor” conoce a Dios de una forma salvífica. No actuemos en desesperación o en pánico tratando de manipular procesos o alianzas políticas para imponer una mera opinión pública. Cuidemos el testimonio de santidad de la iglesia y no se avergüencen del Evangelio que es el poder de Dios para salvar. Actuemos con convicción y gracia recordando que la prostituta de hoy puede ser la misionera de mañana, que la activista del aborto de hoy puede ser la consejera cristiana de mañana, y que el borracho de la esquina puede ser el pastor de mañana. Si Dios me ha salvado a mí y a usted, Él puede salvar a cualquiera. Publicado originalmente por Acento.

Edgar Aponte

Es Vicepresidente de Movilización para la Junta de Misiones Internacionales. Previamente sirvió como Director de Desarrollo de Liderazgo Hispano en el Southeastern Baptist Theological Seminary en Wake Forest, North Carolina. Le acompañan en su ministerio su esposa Sara y dos hijos. 

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