Confrontar a creyentes que están en pecado es quizás una de las tareas más difíciles de nuestro llamado como hijos de Dios. Por un lado, muchos se sienten incómodos al entrar en una conversación difícil con otro cristiano; por otro, existe la tentación de herir al hermano al que se confronta si hay amargura en el corazón. A estos desafíos hay que sumar el hecho de que la persona puede estar a la defensiva y no responder bien, incluso al punto de entrar en un conflicto.
¿Qué consejos nos da la Escritura para confrontar a un hermano? En este artículo revisaremos 7 principios que nos ayudarán a mantener las motivaciones correctas, todos basados en el relato de la confrontación de Natán a David después de caer en adulterio.
La historia de David: “El pecado siempre nos lleva más lejos”.
Comencemos haciendo un recuento breve de la historia de 2 Samuel 11. El rey David mira y desea con lujuria a una mujer que no es su esposa. Atrapado por este deseo, la llamó hasta su recámara a pesar de ser advertido que era casada. Tristemente, cegado por sus pasiones pecaminosas, toma a esta mujer en una relación de adulterio, de la cual un hijo es concebido en el vientre de ella.
La degradación moral lleva a David a utilizar su posición real para hacer que Urías, el esposo de la mujer, caiga en la batalla. Primero intentó hacer que Urías volviera de la guerra para estar con su mujer y así justificar que ese bebé en realidad era de él. Pero, ya que Urías era temeroso de Dios y amante del pueblo, no quiso estar con su mujer mientras sus compañeros peleaban. Entonces, David ordenó al general Joab que lo pusiera en el frente de la batalla, en el lugar más peligroso, y luego retirara a las tropas para dejarlo expuesto y asegurarse de que muriera.
Aunque David sabía que es imposible esconderse de Dios, cometió este crimen pretendiendo que podía ocultar su adulterio. Una vez muerto Urías, él asume la tarea de tomar a la “viuda” Betsabé como una muestra pública de falsa piedad, engañando al pueblo y haciéndole pensar que el bebé que venía era producto de una nueva relación legítima. Así, lo que comenzó con una “sutil” mirada lujuriosa, terminó siendo una horrenda secuencia de pecados. Con mucha razón, el pastor Miguel Nuñez dijo: “El pecado siempre nos lleva más lejos de lo que pensábamos llegar”.
Así, David continuó en pecado durante aproximadamente un año, manteniéndose como rey mientras vivía en hipocresía. Durante ese tiempo, probablemente participó en las celebraciones espirituales de Israel e incluso podría haber cantado sus propios salmos, todo mientras ocultaba un adulterio, un hijo nacido de esa relación ilícita y un asesinato premeditado. Este episodio es un ejemplo estremecedor de la capacidad humana para llevar una doble vida, con graves pecados ocultos bajo una apariencia de rectitud.
En la iglesia del Señor, es nuestra responsabilidad confrontar pecados de este tipo. Adulterio, fornicación, embarazos fuera del matrimonio, adicciones, violencia intrafamiliar, robos, chismes y toda clase de obras de la carne deben ser abordados con verdad y amor. Por la gracia de Dios, el profeta Natán fue enviado para enfrentar a David con su vergonzosa realidad. A pesar de que David tenía el poder para quitarle la vida y seguir en su pecado, Natán fue valiente.
En 2 Samuel 12:1-14, Natán confronta al rey, y de ese pasaje extraemos los siete principios que exploraremos a continuación. Te animo a que revises el texto bíblico a medida que estudiamos cada uno de ellos.
1. Tener la razón no te da derecho a ofender (2S 12:1)
Todos estamos de acuerdo que David estaba en pecado y que el profeta tenía la razón en este asunto. Sin embargo, noten que el profeta no entró gritando a David: “Hipócrita, mentiroso, adúltero y asesino”, aunque todo esto habría sido cierto. En cambio, Natán tiene una actitud afable y de corrección hacia la persona que estaba enfrentando.
Creo que el siguiente dicho es apropiado: “No hay peor cosa que un necio que tiene la razón”. Siendo honesto, a veces yo he tenido la razón en algunas confrontaciones, pero mi falta de sabiduría al hablar ha cerrado el corazón de mi hermano. Debemos recordar que tener la razón no nos da permiso divino para lanzar un arsenal de ofensas que más suenan a carnalidad que a sabiduría divina. Así que, no es suficiente con tener la razón; es necesario mantener una actitud correcta y unas palabras santas.
2. La verdad debe decirse con sabiduría (2S 12:1-4)
El profeta Natán relató una historia que parece muy simple, pero que logró mostrarle al rey David cuál fue su error. Así también nosotros debemos expresarnos sabiamente, por lo que debemos rogar a Dios por palabras “sazonadas con sal” y dirigidas por el Espíritu Santo. Al respecto, Proverbios 16:6 dice: “Con misericordia y verdad se expía la culpa, y con el temor del Señor el hombre se aparta del mal”. Entonces, vemos que una simple historia fue el instrumento de Dios para tocar el corazón del rey y llevarlo hacia al arrepentimiento genuino. Debemos decir la verdad, pero no solo importa “qué” decimos sino también “cómo” lo decimos. ¡Seamos sabios para hablar bajo el control del Espíritu Santo!
3. Es más fácil juzgar el pecado en otros que en nosotros mismos (2S 12:5-6)
Como veredicto a la historia de Natán, el rey David indica que aquel hombre que mató a la única oveja del hombre pobre era digno de muerte. ¡El rey mismo decretó sentencia capital! Fue tan ilustrativa la historia que cualquiera podía darse cuenta que el hombre rico merecía morir. Pero ¿cómo no pudo darse cuenta de que él mismo era quien merecía la muerte?
Definitivamente es más fácil ver el pecado en otros que en nosotros mismos. Inclusive, hasta tenemos la tendencia pecaminosa de justificar nuestras faltas y pecados, como si hubiera razones lógicas para ello. Entonces, cuando confrontemos a alguien, debemos pedir al Señor en oración que Su Palabra, por obra del Espíritu Santo, obre en nuestro hermano para que pueda ver la realidad y la gravedad de su propio pecado. Nosotros no convencemos a nadie; solo el Espíritu Santo trae luz espiritual y arrepentimiento.
4. Decir la verdad requiere valentía (2S 12:7a)
David dicta pena capital y Natán le responde diciendo: “Tú eres aquel hombre”. Cuatro palabras que requirieron una valentía enorme. No era fácil señalar el pecado del rey porque él ya había dictado su propia sentencia de muerte y culpabilidad. Pero, en nombre de Dios, Natán con valor debe declarar la verdad: “Ese hombre eres tú, David; eres digno de muerte”. ¡Se requiere valentía para decir la verdad! Son los valientes, fieles y verdaderos hombres y mujeres de Dios quienes desean el bienestar, la restauración y la corrección en amor de un hermano que ha caído en pecado.
5. Debemos hablar lo que Dios ha dicho, no solo nuestras opiniones (2S 12:7b-9)
Existe el peligro de centrarnos en nuestras preferencias y opiniones personales. Pero, objetivamente hablando, lo único importante es lo que Dios ha dicho; el profeta tiene autoridad para confrontar al rey al decir “así dice el SEÑOR”. Este relato es un precioso recordatorio de que hasta el rey más grande en la tierra no se escapa de su responsabilidad ante la Palabra del Rey del Universo. Confrontamos en amor y gracia, pero con la verdad de Dios.
6. Hay perdón, pero el pecado trae sus consecuencias (2S 12:10-12)
Un creyente una vez me dijo: “Estoy sinceramente arrepentido de este adulterio. No debí hacerlo. Espero que no tenga consecuencias”. Le respondí: “¿En serio crees que se puede jugar con el pecado y salir ileso?”. No es posible pecar y salir ilesos. Hay perdón y gracia infinita en el Señor, pero las consecuencias por nuestra desobediencia vendrán.
Nosotros podemos elegir obedecer o desobedecer a Dios, pero no podemos escoger las consecuencias de nuestra decisión. En esta historia, a pesar de los ruegos y llantos del rey, su hijo murió como consecuencia de su crimen. Luego, a medida que avanza el libro de 2 Samuel, nos damos cuenta que las consecuencias se extendieron sobre su reinado, sobre la nación y sobre sus descendientes.
Así, recordemos que la misma gracia que perdona es la gracia que nos disciplina “para que participemos de Su santidad” (Heb 12:7-11).
7. Buscamos la honra del nombre de Dios, no del nuestro (2S 12:13-14)
Finalmente, en mi experiencia tratando casos de fornicación o embarazos adolescentes, la tendencia de los padres creyentes es preguntarse: “¿Qué van a pensar de nuestra familia?”, “¿qué van a pensar de mi hijo?”. Muy pocas veces he oído a alguien preguntar: “¿Qué se va de decir del nombre de Dios por este pecado?”, “¿cómo será deshonrado Su nombre con este pecado?”.
Nuestros pecados son una vergüenza y una ofensa al nombre de Dios. Por lo tanto, cuando confrontemos un pecado, tengamos en cuenta que el único nombre que importa glorificar y honrar es el de nuestro glorioso Señor, por encima de nuestras familias y ministerios. El profeta dice a David que su morirá “por cuanto con este hecho has dado ocasión de blasfemar a los enemigos del SEÑOR”. Blasfemar el nombre de Dios no es cosa menor.