Rechazamos la homosexualidad para la gloria de Dios al evaluar el bien y el mal por Su Palabra. Rechazamos para la gloria de Dios honrando la forma en que diseñó las funciones sexuales naturales del cuerpo humano.

No estoy interesado en hacer causa común con los no cristianos en mi desaprobación de la celebración de deseos o actos homosexuales. La razón es que la desaprobación del pecado verdaderamente cristiana está arraigada, sustentada y dirigida a realidades espectaculares que no gustan a los no cristianos. El claro rechazo del pecado tiene sus raíces en la sangre de Jesucristo que cubre el pecado. Está sostenido por la obra transformadora sobrenatural del Espíritu Santo. Y apunta a la gloria de Dios en el gozo que exalta a Cristo de tantos pecadores transformados como sea posible. La capacidad de experimentar una desaprobación claramente cristiana del pecado es un milagro de Dios. El mundo no cristiano puede sentir rechazo por muchas cosas. Pero no puede sentir un rechazo comprado con sangre, empoderado por el Espíritu y que honra a Dios. Ese es un don de gracia mediante la fe en Cristo. Es absolutamente único entre mil formas mundanas de rechazar.

Desaprobación transformada

Cuando una persona se vuelve cristiana, experimenta una transformación no solo de lo que rechaza, sino de cómo rechaza. No hay nada peculiarmente cristiano en la mera desaprobación de cualquier comportamiento humano. Por lo tanto, la desaprobación de los comportamientos pecaminosos no es evidencia de la gracia salvadora. Convertirse en cristiano es mucho más profundo que cambiar lo que desaprobamos. Convertirse en cristiano es un milagro, a veces llamado nuevo nacimiento. Implica poner nuestra confianza en la muerte de Jesús para cubrir nuestros pecados y depender del Espíritu Santo para que nos ayude a caminar en el amor de Cristo y dirigir todo nuestro comportamiento a la gloria de Dios. Solo entonces un ser humano será capaz de las imposibilidades naturales que conlleva una desaprobación peculiarmente cristiana. Todo esto lo he descubierto en la Biblia. No se encuentra en ningún otro lugar. He visto, como millones de otras personas que estas realidades espectaculares —la cruz de Cristo, el don del Espíritu y la magnificencia de la gloria de Dios— se fusionan en las páginas de las Escrituras con una verdad que se autentica a sí misma que estoy obligado a vivir con gozo aceptado a este libro como la revelación de Dios. En lo que sigue, trataré de explicar, a partir de las Escrituras, porqué los cristianos fieles a la Biblia desaprueban los deseos y prácticas homosexuales. Luego trataré de iluminar la naturaleza de los deseos homosexuales, mostrando cómo se relacionan con mis propios deseos pecaminosos. Por último, intentaré mostrar cómo es un rechazo peculiarmente cristiano. Esta última parte incluye la pregunta de si la repulsión ante el acto de sodomía es una respuesta moralmente apropiada o cristiana.

¿Por qué hay rechazo del todo?

El apóstol Pablo ubica el origen de los deseos homosexuales en el intercambio de la gloria de Dios por la gloria del hombre en toda la humanidad. Sostiene que, debido a este intercambio que infecta a la humanidad, hombres y mujeres intercambian relaciones naturales con el sexo opuesto por relaciones antinaturales con el mismo sexo. En otras palabras, esta valoración de los humanos sobre Dios encuentra una expresión en la valoración del tipo de humano en el espejo sobre el sexo opuesto: “Cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible… Por esta razón… porque sus mujeres cambiaron la función natural por la que es contra la naturaleza. De la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos el castigo correspondiente a su extravío” (Ro 1: 22-27). El rechazo verdaderamente cristiano del pecado apunta a realidades espectaculares que no gustan a los no cristianos. Pablo sabe que miles de personas, hombres y mujeres, intercambian la gloria de Dios por la gloria de sí mismos sin experimentar deseos homosexuales. La correlación entre cambiar lo diferente de Dios por lo igual del hombre no siempre resulta en homosexualidad. Hay millones que se prefieren a sí mismos antes que a Dios, pero que no son homosexuales. La homosexualidad es solo una expresión de las distorsiones que han entrado en la raza humana debido a la idolatría. Toda la pecaminosidad fluye de esta idolatría primordial en el corazón. Por lo tanto, la experiencia de la homosexualidad no siempre tiene sus raíces en la idolatría personal. Pablo no está diciendo que todos los que experimentan deseos homosexuales hayan tomado una decisión consciente de preferir al hombre sobre Dios. Hay cristianos que renuncian a la idolatría y experimentan deseos homosexuales. El punto de Pablo es que Dios ha entregado a la raza humana a la futilidad, la corrupción y el desorden de nuestros afectos debido a este intercambio primordial y degradante de Dios. La homosexualidad es una forma de ese desorden.

¿Por qué escribir sobre la homosexualidad?

¿Cómo se relacionan los deseos homosexuales con otros tipos de deseos desordenados? Es importante preguntarse esto, porque afectará la forma en que hablamos sobre la desaprobación de los deseos homosexuales. Una forma de responder a esta pregunta es plantear otra: ¿Por qué estás escribiendo sobre la homosexualidad y no sobre el robo, la codicia, la borrachera, la injuria o la estafa? Menciono estos pecados porque la Biblia los enumera junto con la práctica homosexual como pecados que nos mantendrán fuera del reino de Dios (1Co 6: 9-10), a menos que seamos perdonados y justificados por la fe en Cristo (1Co 6:11). Mi respuesta: estoy escribiendo sobre la homosexualidad porque millones de personas la están celebrando este mes. Mi esperanza es ayudar a los cristianos a desaprobarla de una manera claramente cristiana. Me centraré principalmente en los hombres, a quienes conozco mejor, con la expectativa de que las mujeres puedan hacer aplicaciones adecuadas para ellas. Puedes estar seguro de que si millones de personas se reúnen en todo el mundo para celebrar la belleza de la codicia durante el mes del “Orgullo de la codicia”, escribiré sobre ello. De hecho, he escrito diez veces más sobre la codicia que sobre la homosexualidad, porque (bajita la mano) diez mil veces más personas estarán en el infierno por el pecado de codicia sin arrepentimiento que por la homosexualidad. Ningún pecado mantiene a una persona fuera del cielo, ninguno. Lo que mantiene a una persona fuera del cielo es la falta de arrepentimiento y el rechazo de la provisión de Dios para su perdón, en la muerte y resurrección de Jesús.

¿En qué se parecen los deseos homosexuales a mis deseos pecaminosos?

Los deseos homosexuales son similares y diferentes a otros deseos pecaminosos. Seamos específicos: son similares y diferentes a mis deseos pecaminosos. Por nombrar algunos de los míos: orgullo, ira, autocompasión, mal humor, miedo a la vergüenza, impaciencia, crítica. Tengo pocas dudas de que mi propio cableado cerebral y composición genética son parte de lo que me inclina a cometer estos pecados. No puedo probarlo. Simplemente parece obvio. Sea o no ese el caso, las raíces fisiológicas no eliminan la realidad de mi corrupción y culpa. Esto es cierto a pesar de que estos deseos pecaminosos surgen espontáneamente y se forman completamente en mi corazón. Yo no los elijo, no los planeo, no los quiero, me avergüenzo de ellos, simplemente se presentan de una manera que desapruebo y lamento enérgicamente. No solo porque soy propenso a mimarlos, sino también por el simple hecho de que están allí, son parte de mi condición natural, aparte de Cristo, ellos son quienes soy. Por la gracia de Dios, me vuelvo contra ellos, renuncio a ellos. Por la sangre de Cristo, y por el poder del Espíritu, y para la gloria de Dios, busco obedecer Colosenses 3:5: “Por tanto, consideren los miembros de su cuerpo terrenal como muertos a la fornicación, la impureza, las pasiones, los malos deseos y la avaricia, que es idolatría”. Me aferro a estrategias de batalla espiritual probadas durante mucho tiempo (por ejemplo, A.N.T.H.E.M. [recurso en inglés]) y hago la guerra. Situaría los deseos homosexuales en este mismo campo de batalla del alma humana. Pueden tener o no raíces fisiológicas, los deseos no necesitan ser elegidos, planificados o deseados, simplemente están ahí, o los enfrentamos como enemigos o hacemos las paces con ellos y arriesgamos nuestras almas. En este sentido, los deseos homosexuales son como mis deseos pecaminosos. Es tan probable que perezca por abrazar la ira y el egoísmo como mi vecino por abrazar los deseos homosexuales. Así de serio es todo pecado.

¿En qué se diferencian los deseos homosexuales de mis deseos pecaminosos?

Pero los deseos homosexuales también son diferentes a otros pecados. Pablo las llama “pasiones degradantes” porque implican “[cambiar] la función natural por la que es contra la naturaleza” (Ro 1:26). Los deseos homosexuales son diferentes por la forma en que contradicen lo que enseña la naturaleza. Creo que esto puede verse más claramente si reflexionamos sobre la pregunta: ¿Cuál es el significado moral de la emoción de repulsión ante el acto de sodomía? Estoy usando la palabra sodomía no como equivalente a homosexualidad, sino como emblemática de los tipos de prácticas involucradas en las relaciones homosexuales; en este caso, insertar el órgano masculino por donde los desechos son expulsados. Ni el sentimiento de deseo de sodomía, ni el sentimiento de repulsión por la sodomía son una guía moralmente confiable, esa sentencia es una convicción cristiana. Los cristianos no basamos lo que debemos hacer en lo que tenemos ganas de hacer o no hacer, los deseos pueden ser engañosos (Ef 4:22). Más bien, debemos “entender cuál es la voluntad del Señor” (Ef 5:17). La verdad de Dios, no nuestro deseo, señala el camino a la libertad: “Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8:32). Algunos no cristianos pueden argumentar que el deseo de sodomía es suficiente para hacerlo algo bueno, pero según ese mismo principio, el sentimiento de repulsión hacia la sodomía también es algo bueno. Si se siente bien, está bien. Por lo tanto, la sodomía está bien y la repulsión por la sodomía está bien. Un cristiano no piensa de esta manera, no argumentamos que la repulsión ante este acto hace que el acto sea incorrecto, no más de lo que pensamos que el deseo de una persona por el acto lo hace correcto. La sodomía es buena o mala dependiendo de si Dios dice que es buena o mala, hemos visto que dice que está mal y no solo es malo: si no es abandonado y perdonado por la fe en Cristo, destruirá el alma.

¿Cuál es el estado moral de la repulsión ante el acto de sodomía?

Hay una aptitud natural en la repulsión por la sodomía, pues en las relaciones sexuales, se conoce que hay un uso natural propio de la fisonomía masculina y femenina. En la sodomía, la distorsión de ese uso natural es tan flagrante que no es una mera desviación del órgano sexual masculino de su uso natural, sino una perversión del mismo. La repulsión es la contraparte emocional de esa realidad lingüística. Por el bien de las distinciones cuidadosas, debemos observar aquí que incluso la anti-naturalidad de los deseos homosexuales no es absolutamente diferente a todos los demás deseos pecaminosos, porque todo pecado es contrario a la forma en que deberían ser las cosas. Y todo pecado, más o menos, arruina lo natural. Otros pecados, además de los homosexuales, pueden despertar nuestro sentido de anti-naturalidad con intensa desaprobación o repulsión. Por ejemplo:

  1. Un hombre que toma el último chaleco salvavidas, dejando que mujeres y niños se ahoguen, despierta en nosotros no solo la desaprobación moral del egoísmo, sino una reacción más visceral de que este hombre ha hecho un detestable destrozo de su hombría.
  2. Una madre cuyo amante no está dispuesto a hacerse cargo de ella ni de su hijo. Entonces, arroja a su hijo de un año al río. Ese acto no solo es moralmente malo, sino que también despierta en nosotros una sensación de repugnancia visceral por haber masacrado su maternidad natural.
  3. Un hombre pasa toda su vida acumulando oro avariciosamente, mientras ignora todas las necesidades de los demás. Luego, para proteger su oro de los mendigos, se lo ata a la cintura y se ahoga al cruzar un río porque no quiere desatar la bolsa. Consideramos esa vida no solo como codiciosa, sino como una completa distorsión de su humanidad, como si una bolsa de oro fuera su vida.

La aptitud natural de la repulsión por la sodomía corresponde a nuestra reacción visceral hacia el hombre cobarde, la madre insensible y el avaro deshumanizado. Es apropiado sentir una aversión visceral a estas distorsiones del bien natural. Mirar una hombría tan detestable, una maternidad tan repugnante y una codicia tan deshumanizadora, y sentirse neutral, no es un signo de salud moral. Tampoco la indiferencia hacia la sodomía, ni su celebración. Dios le dijo al profeta Ezequiel: “Pasa por en medio de la ciudad. . . y pon una señal en la frente de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella” (Ez 9:3-4). Hay abominaciones que deberían producir en nosotros más que meros juicios morales. Esto debería dar a algunas respuestas físico-emocionales (como suspiros, gemidos o repulsión) una dimensión moral. Sin embargo, la aptitud natural de la repulsión a la sodomía no hace, en sí misma, que la repulsión sea moralmente buena, y mucho menos cristiana. Algo puede ser natural y pecaminoso. Natural y no cristiano. Por lo tanto, como dije al principio, no tengo ningún interés en unirme a los no cristianos que sienten repulsión por la homosexualidad. El cristianismo no es una cruzada contra nada. Es una misión para salvar a los pecadores y restaurar la belleza moral de la novia de Cristo, una misión perseguida por la cruz de Cristo, mediante el poder del Espíritu, para la gloria de Dios. Oponerse al pecado nunca es un fin en sí mismo. La denuncia cristiana del pecado es en aras del santo júbilo en la presencia de Dios. Entonces, los deseos homosexuales son diferentes a los deseos pecaminosos que me acosan en ser contrarios a la naturaleza, pero no completamente diferentes a ellos porque todos los pecados son contrarios a la forma en que las cosas deberían ser. Algunos inciden en la naturaleza de forma más directa que otros. La gran mortandad de cualquier deseo no se deriva del hecho de que va en contra de la naturaleza, sino del hecho de que está en contra de Dios, por lo que Pablo puede enumerar la borrachera, el robo y la codicia junto con la práctica de la homosexualidad como una amenaza para el alma (1Co 6:9).

¿Cómo es peculiar el rechazo cristiano?

Pasamos ahora a preguntar: ¿Qué hace que la desaprobación cristiana de los deseos y prácticas homosexuales sea peculiar? ¿Cómo la cruz de Cristo, el poder del Espíritu y la gloria de Dios transforman la desaprobación?

La cruz de Cristo

El rechazo cristiano hacia la homosexualidad deriva su carácter peculiar primero por la forma en que la muerte de Cristo ha formado el corazón del cristiano. Pablo habla de que Cristo fue formado en nosotros (Ga 4:19) y de que nosotros somos conformados a la semejanza de Cristo (Ro 8:29). Esto sucede primero a través de la muerte de Cristo.

Perdonar y recrear

“Él mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz” (1P 2:24). “Fue traspasado por nuestras rebeliones; fue molido por nuestras iniquidades” (Is 53: 5). Por tanto, “en Él tenemos redención mediante Su sangre, el perdón de nuestros pecados” (Ef 1:7). “Todo el que cree en Él, recibe el perdón de los pecados” (Hch 10:43). La cruz de Cristo declara mi depravación y me libra de ella. El corazón cristiano es un corazón quebrantado y perdonado. Pero algo más sucedió cuando Jesús murió. Toda Su gente murió con Él. Cuando estamos unidos a Cristo por la fe, Su muerte se convierte no solo en el castigo de nuestros pecados, sino también en la muerte de nuestra naturaleza pecaminosa. Nuestra naturaleza vieja, rebelde, egoísta y arrogante muere. “Has muerto, y tu vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3:3). “Así también ustedes, considérense muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Ro 6:11). Nace una nueva creación. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas” (2Co 5:17). Por lo tanto, que se “vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4:24). Ser amados por Cristo con amor abnegado y morir a nuestra vieja naturaleza egoísta, nos moldea a la imagen de nuestro Padre celestial: “Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y anden en amor, así como también Cristo les amó y se dio a sí mismo por nosotros” (Ef 5:1–2).

Creando amor para todos

Una nueva forma de rechazar el pecado se construye al ser perdonados, morir a nuestra vieja naturaleza y ser recreados en Cristo. Los cristianos no dejan de desaprobar lo que destruirá a las personas (el pecado). Empiezan a desear el bien de los auto-destructores (pecadores). Los cristianos perdonados quieren que otros se unan a ellos para ser perdonados. Los cristianos llenos de esperanza quieren que otros se unan a ellos con la esperanza de la gloria. Los cristianos rescatados a costa de la vida de Cristo están dispuestos a sacrificarse por rescatar a otros. Esto incluye a todos los demás, ya sean enemigos o amigos, heterosexuales o homosexuales. Nuestro Salvador crucificado dijo: “Amen a sus enemigos; hagan bien a los que los aborrecen; bendigan a los que los maldicen; oren por los que los insultan” (Lc 6: 27-28). El apóstol Pablo dijo: “hagamos bien a todos según tengamos oportunidad” (Ga 6:10). “Miren que ninguno devuelva a otro mal por mal, sino que procuren siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos” (1Ts 5:15). Este amor por todos los demás está arraigado y formado por el sacrificio de Cristo. Su corazón de siervo sacrificado forma el nuestro. Pablo lo expresó así: “Con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo. . . Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo. . . hasta la muerte” (Fil 2:3–8). Considerar a los demás como superiores a nosotros mismos no significa aprobar lo que sienten o hacen. Significa convertirse en siervo de su perdón, de su rescate, de su esperanza que exalta a Cristo. Los cristianos no tienen mala voluntad hacia nadie. Vivimos por el bien de todos. Por lo tanto, el rechazo de los deseos y prácticas homosexuales es un rechazo en el amor, rechazo en esperanza.

Haciendo lo feo hermoso

Uno puede preguntarse si es realmente posible sentir repulsión por algunos deseos o prácticas homosexuales y al mismo tiempo sentir amor y esperanza. Sí lo es. Un cirujano militar puede asquearse por la espantosa herida de un soldado, pero le importa lo suficiente como para usar toda su habilidad para salvarlo. Jesús tocó al leproso inmundo, contagioso y condenado a la lepra (Mr 1:40–41). Cuando Dios eligió a Israel como Su pueblo, lo describió así: “Ningún ojo se compadeció de ti. . . fuiste aborrecido el día que naciste. Y cuando yo. . . Te vi revolcarte en tu sangre, te dije en tu sangre: ‘¡Vive!’ . . . Cuando volví a pasar junto a ti. . . Te hice mi voto y concerté un pacto contigo, declara el Señor Dios, y te hiciste mía” (Ez 16:5-8) Dios no nos persiguió porque fuéramos atractivos. Éramos aborrecibles en nuestro pecado. La Biblia incluso puede hablar de los pecadores que “odian” a Dios y, sin embargo, los toma con amor como si fueran Suyos (Sal 95:10). En la venida de Cristo, nos persiguió para perdonarnos; nos buscó en nuestra fealdad para hacernos atractivos. “Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella. . . para presentarse a sí mismo la iglesia en esplendor” (Ef 5:25-27). Por lo tanto, la peculiaridad más fundamental de la desaprobación cristiana de la homosexualidad es esta combinación humanamente imposible de tres cosas: Primero, está la evaluación moral de que los deseos y prácticas homosexuales son pecaminosos basados ​​en la Palabra de Dios. En segundo lugar, existe una cierta medida de disgusto basado en lo que no es natural. Finalmente, estos se combinan con un anhelo por la salvación de la persona: su perdón, su alegre obediencia a Jesús y su gozo eterno.

El poder del Espíritu Santo

Esa combinación de valoración moral negativa, disgusto natural y amor sacrificial en forma de Cristo es humanamente imposible. Aparte de una obra sobrenatural del Espíritu de Dios, el corazón humano caído no evalúa el pecado por lo que es, ni ve las verdaderas lecciones de la naturaleza, ni atesora la cruz de Cristo, ni siente la preciosidad del perdón divino, ni anhela ser gastado por el bien eterno de los demás. Estos milagros son obra del Espíritu Santo. No hay desaprobación del pecado peculiarmente cristiana sin Él. Antes de que Jesús regresara al cielo, prometió enviar al Espíritu Santo para que estuviera con Su pueblo. El ministerio esencial del Espíritu sería permitir que las personas vean y saboreen la gloria de Cristo. “Él me glorificará”, dijo Jesús (Jn 16:14). Ver y saborear el valor infinito de la gloria de Cristo es la fuente de toda desaprobación peculiarmente cristiana. Sin el Espíritu, toda nuestra desaprobación, de cualquier cosa o de alguien, sería simplemente natural, no cristiana, no exaltadora de Cristo. Por medio de Él tenemos vida espiritual (Jn 3:7-8). A través de Él, los ojos de nuestro corazón se abren a la realidad (Ef 1:17-18). A través de Él cumplimos resoluciones humanamente imposibles (2Ts 1:11). A través de Él, experimentamos el perdón y la aceptación de Dios (1Co 6:11). Por medio de Él abundamos en esperanza (Ro 15:13). A través de Él crecemos en santidad (1P 1:2). Cuando el Espíritu domina nuestras vidas, el fruto es “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre, templanza” (Ga 5:22–23). Él transforma radicalmente cada acto de desaprobación.

La gloria de Dios

Todas las cosas existen para la gloria de Dios, para mostrar Su grandeza y la belleza de Su santidad. “Los cielos cuentan la gloria de Dios” (Sal 19:1). Los seres humanos existen a imagen de Dios y para Su gloria (Gn 1:27; Is. 43:7). Todo el plan de redención es “para alabanza de la gloria de Su gracia” (Ef 1:6 mi traducción). Por lo tanto, el deber primordial de todas las personas es vivir de una manera que llame la atención sobre el valor supremo de la gloria de Dios. “Ya sea que coman o beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1Co 10:31). Eso incluye toda nuestra aprobación y desaprobación. Rechazamos la homosexualidad para la gloria de Dios al evaluar el bien y el mal por Su Palabra. Rechazamos para la gloria de Dios honrando la forma en que diseñó las funciones sexuales naturales del cuerpo humano. Rechazamos para la gloria de Dios al estar siempre listos y ansiosos por perdonar como Él nos perdonó misericordiosamente. Rechazamos para la gloria de Dios al anhelar y orar por el bien eterno y el gozo que exalta a Cristo de todos aquellos cuyos deseos y prácticas desaprobamos. Desaprobamos para la gloria de Dios al estar dispuestos a sacrificarnos por otros para mostrar que Dios mismo es una recompensa mayor que toda exaltación o venganza propia.

Desaprobación peculiar y sobrenatural

Los cristianos fieles a la Biblia no desaprueban el Orgullo Gay como lo hacen los no cristianos. La desaprobación cristiana es peculiar. Está arraigada, sostenida y dirigida a realidades que a los no cristianos no les gustan: la cruz de Cristo, el poder del Espíritu Santo y la gloria de Dios. Es trinitario: Dios Hijo, Dios Espíritu y Dios Padre. Debido a la cruz, los cristianos rechazan el Orgullo Gay como siervos gozosos, llenos de esperanza, perdonados y con el corazón quebrantado que declaran la verdad de Dios con amor y coraje, mientras anhelan ver a las personas homosexuales abrazar a Cristo, recibir el perdón, probar el poder del Espíritu, y vivamos para la gloria de Dios como nuestros hermanos y hermanas para siempre. Debido al Espíritu Santo, los cristianos desaprueban el Orgullo Gay sin autosuficiencia o exaltación propia. Dependemos por completo del poder sobrenatural de Dios para realizar cosas humanamente imposibles, como sentir repulsión por los actos homosexuales y, al mismo tiempo, sentir un amor que nos llevaría a dar la vida para ver a los que cometen tales actos convertirse en nuestros más queridos amigos eternos. Debido a la gloria de Dios, los cristianos rechazan el Orgullo Gay con una asombrosa sensación del asombroso propósito de por qué existen todas las cosas, es decir, mostrar el valor de la belleza de Dios que todo lo satisface. “Nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro 5:2). Es el tipo de alegría que no se puede proteger cubriendo a los demás, muere atesorando y se intensifica al ser compartido. No excluimos a nadie de esta alegría, vivimos y morimos para incluir a tantos como sea posible en ella, es la única alegría que dura para siempre, por esto Cristo murió, por eso el Espíritu nos da vida, cuanto más estamos satisfechos con Él, más Dios es glorificado en Él. Ésta es la peculiar desaprobación cristiana del Orgullo Gay. Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

John Piper

John Piper

John Piper (@JohnPiper) es fundador y maestro de desiringGod.org y ministro del Colegio y Seminario Belén. Durante 33 años, trabajó como pastor de la Iglesia Bautista Belén en Minneapolis, Minnesota. Es autor de más de 50 libros.

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