Hace poco cumplí un mes de haber sido ordenado pastor en mi iglesia local. Estoy muy agradecido por la gracia de Dios que me ha traído hasta aquí, obrando con Su Espíritu para hacerme más parecido a Cristo día tras día.
Sin embargo, no puedo evitar pensar que, a menos de que el Padre decida llamarme pronto a casa, probablemente tengo muchos años por delante en esta carrera de la fe y el pastorado. ¿Cómo haré para perseverar en la santidad, en la sana doctrina y en una pasión sincera por el evangelio? Son muchas las noticias lamentables sobre ministros que han abandonado a Cristo después de un largo tiempo de servicio.
Sin duda, la respuesta es que la gracia de Dios me va a sostener: “El que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1:6). Pero esta verdad no excluye mi responsabilidad de prepararme para la perseverancia. Por eso, he buscado el consejo en mis mentores y pastores, quienes me están capacitando para la carrera a largo plazo.
Quiero compartir aquí tres enseñanzas que he recibido de dos de mis libros favoritos sobre el ministerio pastoral: El llamamiento peligroso, de Paul Tripp, y Querido Timoteo, editado por Tom Ascol. He podido estudiar ambos libros junto con aquellos mentores que me han formado a lo largo del tiempo, y considero que todo pastor joven podrá aprovechar estas verdades tanto como yo.
1. El pastorado no es la máxima prioridad de un pastor
El primer capítulo de Querido Timoteo se titula “Establece prioridades” y responde a la pregunta: “¿En qué medida debo priorizar el ministerio pastoral?”. El orden que se propone es el siguiente:
1. Cristiano
2. Esposo
3. Padre
4. Pastor
5. Ayudador
“Cada prioridad descansa sobre la que le precede”, dice Ascol, mostrando que lo primero a lo que debemos poner atención es a nuestra relación con Cristo, lo cual será el fundamento para luego dedicarnos fielmente a nuestra familia. El pastorado no viene sino hasta el cuarto lugar, y solo será efectivo si hemos cuidado las prioridades anteriores:
No puedo ser un pastor fiel si descuido las prioridades más altas de cuidar a mi esposa y mis hijos. De hecho, de acuerdo a 1 Timoteo 3:4-5, un hombre es descalificado si ese descuido caracteriza su vida. Él debe ser un hombre “que gobierne bien su propia casa, tener sus hijos en sumisión con toda reverencia (porque si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo puede apacentar la iglesia de Dios?)” (Querido Timoteo, 9).
¿Cuál es el efecto más terrible de descuidar el orden correcto de las prioridades? Que el pastor pierda su asombro por las cosas divinas. Si no le damos el lugar correcto a la comunión sincera e íntima con Dios, el resultado será, como lo dice Paul Tripp, una fría familiaridad con las cosas divinas:
¿Cuál es el peligro? Que la familiaridad con las cosas de Dios va a hacer que pierdas tu temor reverente. Has pasado tanto tiempo en la Escritura que su grandiosa narrativa redentora, junto con su sabiduría integral, ya no te emocionan más. Has pasado tanto tiempo haciendo una exégesis de la expiación que te puedes parar al pie de la cruz con poco llanto y escaso gozo. Has pasado tanto tiempo discipulando a otros que ya no te asombra la realidad de haber sido escogido para ser un discípulo de Jesucristo. Has pasado tanto tiempo analizando la teología de la Escritura que has olvidado que su fase final es la santidad personal… Todo ha llegado a ser tan normal y común que ya nada te conmueve más; de hecho, existen momentos tristes cuando la maravilla da la gracia apenas si puede conseguir tu atención en medio de tu ocupado horario ministerial (El llamamiento peligroso, 143-144).
Por eso, los pastores jóvenes necesitamos cultivar una comunión íntima con Dios, que se traduzca en un cuidado sincero de nuestra familia. Si descuidamos eso, corremos el peligro de caer en el mero profesionalismo.
2. El pastorado es acerca de lo que somos y amamos, no de lo que sabemos
El pastor Tripp se lamenta al ver cuán común es que los seminarios solo entrenen las mentes y no los corazones. Durante sus muchos años de capacitar a otros pastores, él dice acerca de sus antiguos estudiantes:
Quería que ellos lucharan cuerpo a cuerpo con la pregunta de si estaban en el seminario porque amaban la superestructura compleja de los conceptos teológicos de la Escritura o porque ellos amaban a Jesús y querían ser Su instrumento de transformación en las vidas de personas que estaban confusas (El llamamiento peligroso, 43).
Es peligroso que el evangelio que ha traído salvación se convierta en una simple serie de ideas utilizadas en el contexto ministerial del pastor. Pablo no dice que el estar en Cristo significa que ahora sabemos más, sino que “si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2Co 5:17), es decir, es una nueva persona con una vida distinta. Sobre esto, Tripp añade:
Cosas malas suceden cuando la madurez se define más por saber que por ser. El peligro está a flote cuando llegas a amar las ideas más que al Dios que éstas representan y a las personas que están destinadas a liberar (41).
Ahora, una de las mayores muestras de lo que hay realmente en nuestro corazón es nuestro amor hacia el rebaño. ¿Las personas a las que servimos son parte de una clientela desconocida que requiere nuestros servicios, o son nuestra familia y nuestro cuerpo? El pastor Tedd Tripp, en el tercer capítulo de Querido Timoteo, titulado “Ama a tu rebaño”, nos dice:
Si no amamos a nuestros rebaños, seremos absolutamente incapaces de cumplir cualquiera de nuestras responsabilidades con la motivación correcta. Todo lo que hagamos se hará descuidadamente y como la labor mecánica de un mero profesionista. Estoy seguro que ya aprendiste, durante tu breve pastorado, que el preparar sermones bien estudiados, predicar con sinceridad y pasión, interceder fervientemente por cada una de tus ovejas, ejercer un genuino cuidado sobre ellas, darle un liderazgo valeroso a los diáconos y a la congregación, etc… ¡Todo esto es un trabajo pesado y agotador! ¿Cómo deben sentirse esas mismas tareas para aquel ministro que en realidad no tiene un amor dado por Dios para su pueblo? (Querido Timoteo, 37).
Sin duda, la capacitación teológica constante es parte esencial de nuestras responsabilidades. Sin embargo, como pastores jóvenes, debemos tener cuidado de cultivar santidad y amor antes que un conocimiento vacío de piedad.
3. El pastorado es un proyecto comunitario
En El llamamiento peligroso, el pastor Paul Tripp narra un episodio de su infancia que ilustra muy bien cuán alejados están muchos cristianos de una comunidad de creyentes:
Nadie conocía ni a mi papá ni a mi mamá; quiero decir, realmente conocerlos. Nadie tenía una pista de lo que estaba pasando en nuestra casa. Nadie ayudó a mi padre a ver a través de la ceguera que le permitió vivir una vida doble de hábil engaño e hipocresía. Nadia sabía qué atribulada estaba mi madre debajo de su conocimiento enciclopédico de la Escritura. Nadie sabía. Éramos una familia cristiana con una participación activa en una iglesia pero, en lo que estábamos involucrados le faltaba uno de los ingredientes principales e indispensables del cristianismo saludable del Nuevo Testamento: un cuerpo de Cristo instruido, activo y funcional (El llamamiento peligroso, 99).
Efesios 4 nos muestra que el crecimiento del cuerpo depende del correcto funcionamiento de todas sus partes, que se edifican unas a otras. Hebreos 3 nos muestra que las personas perseveran por medio del cuidado y exhortación de la comunidad. 1 Corintios 12 nos da la imagen de un cuerpo en el que nos necesitamos unos a otros. De principio a fin, el Nuevo Testamento hace evidente que estar separados de una comunidad conlleva el peligro de la inmadurez y, aún peor, de la apostasía.
Lastimosamente, muchos pastores pasan años sin entender esta verdad. “Durante gran parte de mi vida y parte de mi ministerio no tenía ni idea de que mi caminar con Dios era un proyecto comunitario” (100), dice el pastor Tripp. Y el gran problema con todos los años que una persona está lejos de la comunidad eclesial es que da vía libre al poder cegador del pecado.
En línea de lo que menciona Tripp, el pastor C. J. Mahaney habla de la urgencia que tenemos de rendirles cuentas a otros:
Obviamente, uno debe confesar los pecados primero a Dios. Pero también estamos llamados a confesar los pecados (cuando es apropiado) a otras personas. Tú sabes cuan fuertemente opino que cada pastor, aun en la iglesia más pequeña, debe tener un grupo de hombres al cual le rinde cuentas. Dios seguramente te enviara hombres así. Tu trabajo es encontrarlos, reclutarlos para que te ayuden y ser transparente con ellos, confesándoles tus pecados de forma libre y regular (Querido Timoteo, 78).
Así, Tripp aprendió una gran lección para su vida y la nuestra: “He llegado a entender que necesito a los demás en mi vida. Ahora sé que yo mismo me tengo que comprometer a vivir en una congregación redentora, intencionalmente intrusa, centrada en Cristo, avivada por la gracia” (El llamamiento peligroso, 100). Entonces, es fundamental que los pastores jóvenes busquemos el cuidado y la supervisión de otros hermanos maduros, pues sin ellos corremos el peligro de fracasar.
Gracia suficiente para perseverar
Son muchos los peligros que nos esperan en la carrera de la fe y el ministerio pastoral: el pecado que llevamos dentro, los falsos maestros que distorsionan la verdad, la cultura que promueve el individualismo y la vanagloria, entre otros. Incluso abrazando las tres verdades que acabamos de mencionar, debemos reconocer que no somos suficientes para sostenernos por nosotros mismos a lo largo del tiempo.
Por eso, al igual que el apóstol Pablo, le damos la gloria a Dios, quien es el único que tiene el poder de sostenernos hasta el final:
Y a Aquel que es poderoso para hacer todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén (Ef 3:20-21).
Referencias
Tom Acasol. Querido Timoteo (Publicaciones Faro de Gracia).
Paul David Tripp. El llamamiento peligroso (Publicaciones Faro de Gracia).