La apologética es una rama de estudio que se desprende de la teología, significa simplemente «defensa»; una defensa de nuestra fe. Sin embargo, existen muchas personas cristianas que consideran que la apologética sirve solamente para dividir, y en casos extremos, dicen que «es del diablo». Esto está muy lejos de la realidad, la apologética es un asunto bíblico que fue utilizada por los discípulos como por Jesús. ¡Sí, Jesús! Cada vez que los encontramos derribando mitos, aclarando la verdad sobre Dios y el Reino de los Cielos, cada vez que refutaban falsas doctrinas y falsos dioses, estaban haciendo apologética. Y esa práctica la seguimos ejerciendo nosotros cuando evangelizamos. Cada momento en que dialogamos con Testigos de Jehová, mormones, ateos, agnósticos, hacemos apologética. Es decir, estamos defendiendo nuestra fe ante los argumentos en contra. Algo que puede sorprender a muchos, es que, la apologética es primeramente para nosotros los cristianos. ¿Quién alguna vez en su vida se ha preguntado si todas las religiones llevan a Dios? ¿Si Jesús clamó ser divino, si la Biblia en confiable, si los autores de ella solo copiaron las copias de las copias de las copias? ¿Alguna vez te has preguntado si Jesús realmente resucitó y ascendió? ¿Qué hay de la tumba vacía? Todas estas preguntas han sido hechas por todos y cada uno de nosotros. La manera lógica en que las respondemos es gracias a la apologética. Entonces ¿cómo puede haber personas que la adjudican a Satanás? La respuesta es simple: seguimos batallando con el orgullo. Cuando apologistas poco serios -yo diría poco comprometidos con Dios, el cristianismo y su fe- presentan respuestas revestidas de arrogancia, cuando se busca ganar la discusión más no evangelizar, cuando se ataca o se burla de la persona opuesta en pos de salir con una victoria intelectual, cuando se responde con el orgullo. Este es el pan de cada día en las redes sociales, y por ello muchas personas tildan a los apologistas como divisores. ¡Qué fuerte! ¿Verdad? Por ello, es importante recordar que todos necesitamos a Jesús. Porque Él quien nos ha dejado al Espíritu Santo para que nos transforme, redarguya, instruya y guíe en cada charla donde presentemos defensa de nuestra fe. Antes de salir a la batalla intelectual, debemos vivir nuestra fe, debemos estar sometidos al Espíritu Santo para que andemos sabiamente, brindando conversaciones llenas de gracia, sazonadas como con sal, para que sepamos cómo responder a cada persona (Col. 4:5-6). Este pasaje nos exhorta a ser amorosos en nuestras conversaciones con los incrédulos, que nuestras palabras estén llenas de la gracia que hemos recibido, y que estén sazonadas como sal para que perduren en la persona. Vamos a darles razones serias para creer en Dios, razones reales ¡esa es la apologética que Dios nos demanda! Cuando evangelizamos, por lo regular, las personas tienen muchas paredes que debemos derribar antes de poder presentarles las buenas nuevas, es ahí cuando aplicamos respuestas apologéticas, para derribar muros y poder hablarles de Dios, pero si lo hacemos de forma jactanciosa ¿creen que nos van a escuchar? ¿Qué nos tomarán en serio? Si les hablamos arrogantemente, van a ir con el resto de sus conocidos y dirán «esos cristianos son unos orgullosos, arrogantes, hipócritas». ¿Y saben qué? Lo somos. De nuestra boca emana lo que hay en el corazón, y si para hablarle de Dios a las personas, recurrimos a palabras orgullosas, por ende, en nuestro corazón hay orgullo. ¡Tenemos mucho trabajo por hacer! Por ello: necesitamos a Jesús. Necesitamos comprometernos con Él diariamente, leer las Escrituras, meditarlas, realmente vivirla; esto nos dará el empuje para ser apologistas efectivos, aquellos que dan respuestas que santifiquen al Señor (1 Pe. 3:15), que pone todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo (2 Co. 10:5) y que retienen la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen (Tito 1:9). Que nuestras palabras siempre le den la gloria a Dios, que sean siempre sazonadas como con sal. Dios te bendiga.