El modelo de Dios para el ejercicio de la sexualidad humana es la relación entre un hombre y una mujer en el marco del matrimonio. En este ámbito, la Biblia sólo deja dos opciones para los cristianos: el matrimonio heterosexual y monógamo o la vida célibe. A la luz de las Escrituras, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo no son vistas como una opción o alternativa, sino como una abominación, un pecado y un error, siendo tratadas como una práctica antinatural. Sin embargo, en este tiempo que vivimos, está creciendo en la sociedad en general, y en sectores religiosos, una valoración de la homosexualidad no sólo como un comportamiento aceptable, sino supuestamente compatible con la vida cristiana. Se han propuesto diferentes enfoques teológicos para admitir que hombres y mujeres homosexuales pueden ser aceptados como parte de la Iglesia y expresar libremente su homosexualidad en el ámbito cristiano. Hay muchos pasajes en la Biblia que se refieren a la relación sexual patrón, normal, aceptable y ordenada por Dios, que es el matrimonio monógamo heterosexual. Desde el Génesis, pasando por la ley y la trayectoria del pueblo hebreo, hasta los evangelios y epístolas del Nuevo Testamento, la tradición bíblica apunta al sentido de que Dios creó al hombre y a la mujer con roles sexuales definidos y complementarios desde el punto de vista moral, psicológico y físico. Así, es evidente que no es posible justificar la relación homosexual desde las Escrituras, y mucho menos darle a la Biblia algún significado que minimice o neutralice su caracterización como un acto pecaminoso. En ningún momento la Palabra de Dios justifica o legitima un estilo de vida homosexual, como han tratado de hacer los defensores de la llamada “teología inclusiva”. Sus argumentos tienen poco o ningún apoyo exegético, teológico o hermenéutico. La “teología inclusiva” es un enfoque según el cual, si Dios es amor, aprobaría todas las relaciones humanas, cualesquiera que sean, siempre que exista este sentimiento. Esta línea de pensamiento ha llevado al surgimiento de iglesias donde los homosexuales, en esta condición, son admitidos como miembros y se les enseña que el comportamiento homosexual no es un impedimento para la vida cristiana y la salvación. Entonces, siempre que haya un amor genuino entre dos hombres o dos mujeres, su comportamiento se validará a la luz de las Escrituras. La falacia de este pensamiento es que la misma Biblia que nos enseña que Dios es amor también dice que Él es santo y que Su voluntad respecto a la sexualidad humana es que se exprese dentro del matrimonio heterosexual, estando prohibidas las relaciones homosexuales. En segundo lugar, la “teología inclusiva” sostiene que las condenas que se encuentran en el libro de Levítico se refieren únicamente a las relaciones sexuales practicadas en conexión con cultos idólatras y paganos, como fue el caso de las practicadas por las naciones alrededor de Israel. Además, tales prohibiciones se encuentran junto a otras normas contra el consumo de sangre o carne de cerdo, que ya estarían desfasadas y, por tanto, no serían válidas para los cristianos. También argumentan que la prueba de que las prohibiciones de las prácticas homosexuales eran culturales y ceremoniales es que estaban penadas con la muerte, algo que no se admite desde la época del Nuevo Testamento. Es un hecho que las relaciones homosexuales tuvieron lugar incluso, pero no exclusivamente, en los cultos paganos de los cananeos. Sin embargo, es evidente que la condena de la práctica homosexual trasciende las fronteras culturales y ceremoniales, como se repite claramente en el Nuevo Testamento. Forma parte de la ley moral de Dios, válida en todos los tiempos y para todas las culturas. La muerte de Cristo abolió las leyes ceremoniales, como la prohibición de comer ciertos alimentos, pero no la ley moral, donde encontramos la voluntad eterna del Creador para la sexualidad humana. En cuanto a la lapidación, baste decir que otros pecados punibles con la muerte en el Antiguo Testamento continúan siendo pecados en el Nuevo, aunque se ha abolido la pena capital para ellos, como, por ejemplo, el adulterio y la desobediencia habitual a los padres.