¿Qué es y qué no es el evangelio?

La epístola a los Gálatas, que distingue claramente lo que sí es y lo que no es el evangelio, algo necesario en estos días.
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Vivimos en una era de analfabetismo del evangelio. Las personas no vinculadas a una iglesia nunca han escuchado este mensaje, y me cuestiono mucho sobre las personas que sí van a la iglesia. Pero siempre ha sido así. La recuperación de las buenas nuevas por parte de los reformadores no fue un evento único y definitivo. Diariamente corremos el peligro de sufrir amnesia del evangelio, por lo que siempre debemos estar recuperando el asombroso anuncio de la gracia.

Incluso en la iglesia primitiva, en los días de la novedad histórica del evangelio, había mucha confusión. Si reflexionamos lo suficiente, podemos sentir, por ejemplo, la exasperación de Pablo con los gálatas. Él dice en la introducción a su carta: “Me maravillo de que tan pronto ustedes hayan abandonado a Aquel que los llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente” (Ga 1:6). Y así dispara todos sus cañones en esta breve epístola, reprendiendo la herejía farisaica de los judaizantes, quienes insisten en que las buenas nuevas son Jesús más algo (en este caso, la circuncisión) y llamando a la iglesia de los gálatas a volver a la verdad pura y sin adulterar. Al llegar al capítulo 5 de esa carta, el apóstol realiza un meticuloso trabajo de lo que podríamos llamar “distinciones del evangelio”.

Aquí está Gálatas 5:13-25:

Porque ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; solo que no usen la libertad como pretexto para la carne, sino sírvanse por amor los unos a los otros. Porque toda la ley en una palabra se cumple en el precepto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Pero si ustedes se muerden y se devoran unos a otros, tengan cuidado, no sea que se consuman unos a otros.

Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra[d] el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues estos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen. Pero si son guiados por el Espíritu, no están bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, herejías, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales les advierto, como ya se lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.

Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.

Muchas personas tratan las buenas nuevas de Jesús como una especie de abstracción ideológica, como un “santo y seña”, como algo amorfo y ambiguo, como un buen sentimiento bíblico al que podemos asignar cualquier significado. Por lo tanto, es importante no solo entender el evangelio por sus afirmaciones, sino también por sus negaciones. Aquí, en Gálatas 5, encontramos tres cosas que el evangelio no es.

Diariamente corremos el peligro de sufrir amnesia del evangelio, por lo que siempre debemos estar recuperando el asombroso anuncio de la gracia. / Foto: Light Stock

1. El evangelio no es una licencia

Parece claro que Pablo está abordando una suposición bastante común de que, dado que la gracia es gratuita, no debe costar mucho. Es como decir que no importa mucho. Las buenas nuevas son un anuncio de gran libertad, que incluye, al parecer, la libertad de no tomarlo muy en serio. Él aborda esto en algunas de sus cartas y también dedica un poco de tinta a esa idea aquí, como en el versículo 13: “No usen la libertad como pretexto para la carne”.

O como en los versículos 16-17, cuando expone la importancia de la gracia. Ya que el evangelio viene por el Espíritu, está en oposición a los apetitos carnales. Los deseos de la carne están en contra del Espíritu. El punto que está argumentando es similar al que desarrolla en Romanos 6, cuando plantea hipotéticamente: “¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo!” (Ro 6:1-2). ¿Cómo puedes vivir en algo a lo que ya has muerto?

Aquí en Gálatas 5:24 dice: “Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”.

En resumen, las buenas nuevas no solo nos dan perdón; nos dan a Cristo mismo; es decir, nos dan una nueva vida.

En su obra Los concilios y la iglesia, Martín Lutero aborda este tipo de antinomianismo y lo expresa así:

Realmente, esto se reduce a que Cristo es despreciado y se vuelve sin valor en el mismo aliento con el que es más enaltecido. Significa decir sí y no en la misma materia… Según la lógica de Nestorio y Eutiques, estas personas, con maestría, predican un Cristo que tanto es, como no es, el Redentor. Son excelentes predicadores de la verdad de la Pascua, pero miserables predicadores de la verdad de Pentecostés. Porque no hay nada en su predicación acerca de la santificación del Espíritu Santo y de ser vivificados para una nueva vida.

Es apropiado exaltar a Cristo en nuestra predicación; pero Cristo ha adquirido redención del pecado y la muerte con el propósito de que el Espíritu Santo cambie a nuestro Viejo Adán en un hombre nuevo, que estemos muertos al pecado y vivamos para la justicia, pues Cristo ha ganado para nosotros no solo la gracia (gratiam), sino también el don (donum) del Espíritu Santo, para que obtengamos de Él no solo el perdón del pecado, sino también el cesar de pecar. Por lo tanto, cualquiera que no deje de pecar, sino que continúe en su antiguo camino malvado, debe haber obtenido a un Cristo diferente.

Cristo es demasiado precioso para vivir como si no lo fuera. Pero vivimos como si no lo fuera, ¿verdad? Todos los días lo hacemos. De hecho, a menudo parece que no podemos evitarlo, y esta es la razón por la cual la segunda negación es en realidad un consuelo.

Las buenas nuevas no solo nos dan perdón; nos dan a Cristo mismo; es decir, nos dan una nueva vida. / Foto: Light Stock

2. El evangelio no es ley

El evangelio no es licencia. Pero, además, el evangelio no es ley.

Pablo escribe en Gálatas 5:18: “Pero si son guiados por el Espíritu, no están bajo la ley”.

De hecho, este es el punto principal de Gálatas. (Ver el versículo 13: “Porque ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados”).

Anteriormente en el capítulo, dice en los versículos 1-3:

Para libertad fue que Cristo nos hizo libres. Por tanto, permanezcan firmes, y no se sometan otra vez al yugo de esclavitud. Miren, yo, Pablo, les digo que si se dejan circuncidar, Cristo de nada les aprovechará. Otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a cumplir toda la ley.

Pablo reconoce el gran peligro de no hacer una distinción adecuada entre ley y evangelio. Es el mismo peligro que enfrenta la iglesia en cada era. Es el mismo peligro que tú y yo enfrentamos todos los días, y marca la diferencia más grande entre ver la vida cristiana —el camino de Jesús mismo— como una carga o como una liberación. En cierto sentido, la carta de Pablo a los Romanos trata sobre el evangelio para el mundo. Gálatas es el evangelio para la iglesia.

Crecí en la iglesia escuchando sobre personas que habían “caído” en pecado, personas que se habían “alejado”, y generalmente se refería a personas que habían cedido al pecado sexual o alguna forma de inmoralidad o libertinaje. Pero ese no es el peligro que Pablo está enfatizando aquí en absoluto. No; en el versículo 4 él define “haber caído” como ¡aquellos que se apartan de la verdad de la gracia! No aquellos que se entregan al pecado licencioso, sino aquellos que adoptan el legalismo. ¡Son los legalistas los que se han alejado!

Tanto la licencia como el legalismo son proyectos de autosalvación. ¿Qué puede salvarnos?

¿El verdadero evangelio? El Espíritu Santo obrando a través del anuncio de la obra consumada de Cristo.

Tanto la licencia como el legalismo son proyectos de autosalvación. / Foto: Envato Elements

No; el evangelio no es ley. No es un consejo. No son instrucciones, mandamientos o exhortaciones. No es elevación moral. No es un máximo inspirador o un aforismo religioso. No es un imperativo espiritual. No es nada que hagamos. A veces escuchamos a la gente decir cosas como “Solo necesitamos ‘ser’ el evangelio para la gente”. Mira, si pudieras ser el evangelio, no necesitarías el evangelio.

No; no es algo que tú ni yo hagamos. Es una declaración de algo que ya se ha hecho.

¡Es un titular de periódico! Es un anuncio. Son buenas nuevas de gran gozo. Es una proclamación de algo que ocurrió. El evangelio no exige “Ponte a trabajar”, sino que anuncia “Consumado es”.

Ya que el evangelio no es ley, tú no eres tu pecado. No eres tu peor día, ni tu mejor. Ya que el evangelio no es ley, el llamado no es venir a demostrar quién eres, sino venir a ser tú mismo.

¿No es asombroso? Para calificar para el evangelio, todo lo que debes ser es un pecador. ¿Quién no calificaría para eso? Tú calificas. Si no te parece demasiado admitirlo.

La libertad del evangelio parecía demasiado buena para ser verdad para los gálatas. Lo cual es solo una manera de decir que ellos eran demasiado buenos para ser verdad… para decir la verdad sobre sí mismos. De hecho, el gran problema del legalismo no es pensar demasiado bien de la ley, sino no pensar lo suficiente en ella. ¡Pensar demasiado bien de nosotros mismos como para creer que es posible cumplirla! Pero nosotros somos pecadores miserables. Esa es la verdad. Y por cuanto eso es cierto, el evangelio nunca puede ser ley.

El evangelio no es ley, consejo, instrucciones ni mandamientos. No es moralidad, inspiración, aforismo religioso ni un imperativo espiritual. / Foto: Light Stock

Pero lo que ni la licencia ni el legalismo pueden hacer, el evangelio sí puede hacerlo. Lo que nos lleva a la tercera negación:

3. El evangelio no carece de poder

La licencia afirma exaltar mucho la gracia, pero la menosprecia; dice que el evangelio es grande, pero no lo suficientemente grande para capacitar a alguien para la obediencia. El legalismo afirma exaltar mucho la ley, pero la menosprecia; dice que la ley es en última instancia manejable, cumplible. Así, la licencia y el legalismo son más parecidos de lo que a menudo pensamos. Básicamente, ambos son proyectos de autosalvación. Uno busca liberar al yo a través del alimentar la carne. El otro busca elevar al yo a través del mérito religioso. Ambos son viajes en tren bala hacia las duras paredes del cañón.

Si deseas una verdadera liberación y una verdadera elevación, ésta solo puede venir a través de la gracia pura y no adulterada de Jesús. Solo la gracia tiene el poder para salvar. Solo la gracia tiene el poder para transformar.

Así que miramos esas dos listas que Pablo contrasta entre sí en los versículos 19-23 con una nueva luz. Notamos una diferencia. La primera lista (en los versículos 19-21) es en gran parte una lista de acciones, aunque son mentales. La segunda lista (el fruto del Espíritu en los versículos 22-23), por el contrario, es una lista de cualidades. ¿No es interesante? Pablo no contrasta una lista de cosas malas que hacemos con cosas buenas que hacemos; en cambio, contrasta una lista de cosas malas que hacemos con cosas buenas que ser.

Ya que el fruto del Espíritu no se puede falsificar, porque es el resultado, no de un cambio de comportamiento religioso, sino de una transformación del corazón espiritual, solo puede florecer en nosotros a través del evangelio de Jesús. Solo el evangelio tiene el poder para llevar a cabo un verdadero y profundo cambio de corazón. Eso es verdadero poder.


Artículo publicado originalmente en For The Church.

Jared Wilson

Jared C. Wilson es el Director de Content Strategy para Midwestern Seminary, editor en jefe de For The Church y autor de más de diez libros, entre ellos Gospel Wakefulness, The Pastor’s Justification y The Prodigal Church.

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