Aprender a trazar la línea: lecciones de Daniel para vivir en medio de una cultura secular

¿Cómo podemos vivir como cristianos en una sociedad a la que no le agrada lo que los cristianos creemos, decimos y hacemos? El ejemplo de Daniel nos ayuda a trazar las líneas adecuadas.
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¿Cómo se ve el vivir como cristiano en una sociedad que cada vez está menos de acuerdo con lo que creemos, decimos y cómo vivimos? O, dicho de otro modo: ¿qué hacemos cuando nos damos cuenta de que el lugar donde vivimos se parece menos a Jerusalén y más a Babilonia?  

Durante siglos en Occidente, y quizá especialmente en los Estados Unidos, los cristianos han disfrutado de estar en los lugares donde suceden las cosas. Pero ahora, el viento de la sociedad ya no está a nuestro favor, sino en nuestra contra.

Por primera vez, tal vez, necesitamos aprender cómo vivir bien en Babilonia. Y encontramos los recursos para hacerlo en la Palabra de Dios. La experiencia de la mayoría del pueblo de Dios en la mayor parte de las Escrituras fue la de vivir como una minoría en una sociedad que, en el mejor de los casos, no los comprendía y, en el peor, se les oponía activamente.

Tenemos mucho que aprender, por ejemplo, de los primeros exiliados de Israel: Daniel y su generación. Y una lección de Daniel para nuestros días —cada vez más poscristianos— es esta: conoce a Dios y Su Palabra, aprende dónde trazar tus líneas y no las cruces.

La experiencia de la mayoría del pueblo de Dios en la mayor parte de las Escrituras fue la de vivir como una minoría en una sociedad. / Foto: Lightstock

Resuelve trazar la línea  

No podemos subestimar la presión que Daniel y sus amigos, Ananías, Misael y Azarías, enfrentaron cuando llegaron a Babilonia: su nación derrotada, su templo destruido, y ahora viviendo en la ciudad más deslumbrante y poderosa del mundo conocido. Fueron reclutados al servicio del rey de Babilonia… y lo aceptaron. Su educación fue la de Babilonia… y lo aceptaron. Sus nombres fueron cambiados por nombres babilónicos… y lo aceptaron. Pero la comida debía ser la del rey de Babilonia, y ahí fue donde Daniel y sus amigos trazaron la línea.

“Pero Daniel se propuso en su corazón no contaminarse con los manjares del rey ni con el vino que él bebía” (Dn 1:8). Daniel dijo: “Puedo aceptar esto y aquello, pero no puedo ir más allá. He trazado una línea; no la cruzaré y aquí tomaré mi posición”. Un pez muerto fluye con la corriente; un pez vivo nada contra ella. Daniel y sus amigos trazaron su línea y no la cruzaron, sin importar las consecuencias.

Esta es una vida fiel en un entorno impío, también conocida como la vida cristiana. Es lo que Pedro llamó a hacer a sus primeros lectores: “[Vivan] el tiempo que le[s] queda en la carne, ya no para las pasiones humanas, sino para la voluntad de Dios”, escribió. Y añadió: aunque los que los rodean “se sorprenden de que ustedes no corren con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y los insultan” (1P 4:2, 4).

Dado el rechazo del secularismo del siglo veintiuno, tú y yo enfrentaremos desafíos. Las crisis llegarán; habrá momentos en que se nos llame a seguir la corriente de nuestra cultura en lugar de obedecer a Dios: en el trabajo, en el equipo deportivo, en cómo criamos a nuestros hijos, en lo que decimos desde el púlpito, y más.

Esas crisis revelarán lo que hay dentro de nosotros. No asumas que te mantendrás firme en esos momentos. Tampoco asumas que tendrás que ceder. Resuelve ahora. Reflexiona sobre dónde trazarás las líneas que no cruzarás.

Dado el rechazo del secularismo del siglo veintiuno, tú y yo enfrentaremos desafíos. / Foto: unsplash

Aprende dónde trazar la línea

¿Cómo sabemos dónde trazar esas líneas? A veces, es sencillo. Cuando la Palabra de Dios nos dice que hagamos algo, obedecemos a nuestro Rey. Pero otras veces no es tan simple. Después de todo, ceder no siempre está mal. Hay una colina por la cual vale la pena morir, pero no todas las colinas lo son.

Daniel permitió ser llevado al servicio del estado babilónico, recibir una educación babilónica y ser renombrado con un nombre babilónico. Ninguna de estas cosas habría sido su preferencia, pero no se negó. Entonces, ¿por qué trazar la línea en la comida babilónica? ¿Y por qué, décadas después, ya anciano, se negó a dejar de orar a la vista de todos (Dn 6:10)?

En el Antiguo Testamento, una de las características distintivas del pueblo de Dios eran las reglas sobre lo que podían o no comer y beber. Las elecciones dietéticas no eran solo una manifestación externa sin importancia, sino una expresión visible de sus profundas convicciones sobre lo que significaba pertenecer a Dios. Para Daniel, aparentemente, renunciar al control sobre su dieta era ir en contra de su conciencia y comprometer su identidad como seguidor del único Dios verdadero, algo que el cambio de nombre no implicaba.

En cuanto a su oración, Daniel enfrentaba intimidación directa y se negó a someterse. El edicto del rey no buscaba el bien público, sino exaltar su nombre por encima del de Dios (Dn 6:6-9). Daniel trazó la línea para no dar la impresión de estar de acuerdo con el edicto ni de que su lealtad a Dios era secundaria a su obediencia al rey. Por eso continuó orando, como siempre lo hacía.

¿Qué vemos? La línea debe trazarse cuando se nos pide desobedecer a Dios; también debe trazarse cuando se nos pide comprometer un asunto que nuestra conciencia considera fundamental para nuestra identidad cristiana. No podemos dejarnos intimidar para aceptar algo que eleve al hombre por encima de Dios. Esto nos ayuda a evitar la presión de privatizar completamente nuestra fe, y también la tentación de politizarla en exceso.

La línea debe trazarse cuando se nos pide desobedecer a Dios o comprometer un asunto esencial para nuestra identidad cristiana según nuestra conciencia. / Foto: Pexels

Tiempo para ambas cosas

El Nuevo Testamento también nos llama a pensar sabiamente sobre cómo trazar nuestras líneas. Romanos 13 nos manda a someternos a las autoridades gobernantes, pero Hechos 4 – 5 muestra al pueblo de Dios negándose a hacerlo. Hay un momento para ambas cosas. Esto significa que no necesariamente todos trazaremos las líneas en los mismos lugares.

Un ejemplo: recientemente, las iglesias en mi nación natal, Escocia, desafiaron al gobierno escocés porque se les dijo que no podían reunirse para adorar en absoluto. Creo que en ese punto habíamos entrado en el ámbito de Hechos 4 – 5, y era necesario trazar la línea.

Al mismo tiempo, en mi estado de residencia de Ohio, el mandato era que si nos reuníamos en espacios públicos como un edificio de iglesia, debíamos usar mascarillas y mantener distancia física. Nos sometimos a eso, pues parecía un momento de Romanos 13 y no un lugar para trazar una línea en ese momento. (¡No todos estarían de acuerdo, por supuesto!).

Vale la pena preguntarnos: ¿a qué estoy naturalmente inclinado? Algunos de nosotros podemos sentir la tentación de trazar líneas y entrar en conflictos innecesarios cuando la fidelidad no lo requiere. Recordemos la instrucción del apóstol Pablo: “Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres” (Ro 12:18).

Otros, especialmente aquellos acostumbrados a vivir en una nación cuyas normas morales han sido en su mayoría cristianas, pueden sentir la tentación de mantener la cabeza baja y hacer concesiones cuando la fidelidad exige trazar una línea y, de manera gentil pero firme, negarse a cruzarla. Aquellos inclinados de esta manera pueden necesitar aprender a decir “no” sin importar el costo a su reputación, economía o incluso libertad, porque “debemos obedecer a Dios en vez de obedecer a los hombres” (Hch 5:29).

Sea cual sea nuestra disposición, debemos recordar que los hermanos y hermanas pueden trazar las líneas en lugares diferentes a los nuestros, y eso no necesariamente los hace estar equivocados. A veces es claro dónde debe trazarse la línea, pero no siempre, y nuestra unidad depende de reconocer humildemente estas diferencias.


Publicado originalmente en Desiring God.

Alistair Begg

Alistair Begg

Alistair Begg is the senior pastor of Parkside Church in Cleveland, Ohio, the Bible teacher at “Truth For Life,” and the author of Brave by Faith: God-Sized Confidence in a Post-Christian World. He is married to Susan, and together they have three grown children and five grandchildren.

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