El objetivo de nuestro sistema económico capitalista de obtener un beneficio o de aumentar el valor para los accionistas es un aspecto bueno e integral. No quiero de ninguna manera minimizar la importancia de esta mayordomía para cualquier empresa. Sin embargo, la Escritura enseña que nuestro trabajo trata de algo más que el deseo de obtener una remuneración económica, un ascenso profesional o cualquier otro tipo de ganancia. Fuimos creados para trabajar, pero la naturaleza y la responsabilidad del trabajo que Dios tenía en mente para nosotros están relacionadas con nuestra comunidad. Como seguidores de Jesús, una de nuestras responsabilidades primarias es ser guardianes de nuestros hermanos, y una de las principales formas en que cumplimos ese mandato es a través de nuestras vocaciones. El trabajo que estamos llamados a hacer es un medio ordenado por Dios a través del cual podemos, de maneras muy tangibles, cuidar la buena creación de Dios, contribuir a las necesidades de los demás y fomentar el bien común.
Cuando viajo, suelo recordar mi responsabilidad de procurar el bien común. Casi todas las veces que me registro en un hotel, una de las primeras cosas que me encuentro cuando entro en mi habitación es un pequeño folleto de papel reciclado. Me recuerda la importancia de mi rol en el ahorro de energía y el uso sabio de los recursos ecológicos. Al apagar las luces cuando salgo y al reutilizar mis toallas en vez de reemplazarlas cada día, estoy protegiendo el medio ambiente y promoviendo el bien común. Las otras tantas cosas en mi mente mientras viajo son pequeños recordatorios que necesito y aprecio mucho. Siendo una empresa comercial, la gerencia del hotel sabe que mi comportamiento como viajero no solo afectará significativamente sus gastos, sino que también promoverá un mundo mejor para todos. Obtener beneficios es importante, pero ser un colaborador responsable que procura el bien común es crucial.
Fomentando el bien común
Cuando hablamos del bien común, estamos hablando de toda la diversidad de aspectos de la vida contemporánea que contribuyen positivamente a la prosperidad humana, como individuos y como comunidades. Los reformadores protestantes conectaron la vocación con la prosperidad humana y con el bien común. Martín Lutero entendía que la vocación estaba profundamente arraigada en nuestro llamado como trabajadores a promover el bienestar de los demás y de nuestro mundo en general. Basándose en el Gran Mandamiento de Jesús de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, Lutero señala que aunque Dios realmente no necesita nuestras buenas obras, está claro que nuestro prójimo sí las necesita. Su teología enfatizaba que una de las principales formas de amar a nuestro prójimo es en y por medio de nuestro trabajo. Juan Calvino también vio el trabajo humano a través del lente del bien común y escribió: “No es suficiente que puedas decir: Bueno, yo trabajo, tengo mi oficio, voy a mi ritmo. Esto no es suficiente; cada uno debe preguntarse si su labor es buena y rentable para la comunidad, y si realmente es útil para nuestros prójimos”.
Buscando el bienestar de la ciudad
La Escritura nos enseña claramente que debemos preocuparnos por el bienestar de los demás y por el desarrollo de nuestra sociedad en general. El profeta Jeremías habló al respecto durante un tiempo oscuro en la historia de la redención. El pueblo con el que Dios había hecho un pacto había sido conquistado por los babilonios. Jerusalén había sido saqueada y quemada. Muchos de los israelitas habían sido llevados al exilio. Anhelaban pronto regresar a casa. Después de haber sido golpeados, brutalizados y desplazados, estoy seguro de que lo último que querrían hacer sería asentarse allí y promover el bien común de sus captores y de la ciudad de Babilonia. Y sin embargo, esto es exactamente lo que Dios les pide que hagan. Jeremías predicó un mensaje seguramente inesperado por el pueblo, pero ese mensaje revelaba el corazón compasivo de Dios.
Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel, a todos los que he deportado de Jerusalén a Babilonia: “Construyan casas y habítenlas; planten huertos y coman de su fruto. Cásense, y tengan hijos e hijas; y casen a sus hijos e hijas, para que a su vez ellos les den nietos. Multiplíquense allá, y no disminuyan. Además, busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad” (Jer 29:4–7).
Aun estando en una ciudad pagana, los judíos debían seguir su vida de manera normal, trabajando duro y cuidando de sus familias. Sorprendentemente, también fueron llamados a orar por el desarrollo de Babilonia y a procurar el bien común de todos sus habitantes. Para dejarlo bien claro, Jeremías repite tres veces la palabra hebrea shalom. Shalom, o paz, no solo se refiere a que no haya guerras, sino al florecimiento de la creación de Dios. Shalom refleja el diseño brillante de Dios y Sus buenos deseos para Su buena creación. El deseo del corazón de Dios es que la ciudad de Babilonia florezca y que Su pueblo pueda florecer con ella. Shalom también es lo que Dios desea para las personas con las que trabajamos, los lugares en los que trabajamos y la sociedad a la que pertenecemos. La buena noticia del evangelio es que ahora el verdadero shalom es posible, pues el Príncipe del Shalom vino a la tierra y un día regresará. Experimentamos shalom en y por el evangelio. Vivir el evangelio del shalom nos lleva a promover el bien común.
Haciendo el bien a todos
Al igual que los escritores del Antiguo Testamento, los escritores del Nuevo Testamento asocian el bien común con nuestra fidelidad como creyentes. Mientras que los escritores del Nuevo Testamento se enfocan primariamente en animar a los seguidores de Jesús a relacionarse los unos con los otros en la iglesia local y a proclamar el evangelio, ellos también enfatizan la importancia de procurar el bien común de todos, incluyendo a los que no son parte de la comunidad de fe. En su carta a las iglesias de Galacia, Pablo anima apasionadamente a aquellos que han abrazado el evangelio a ser hacedores del bien para todos: “Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe” (Gá 6:10). Para Pablo, cuidar de los hermanos en Cristo era muy importante, pero también lo era procurar el bien de todos los demás.
Aquí tenemos otro ejemplo del énfasis de Pablo acerca de nuestra mayordomía del bien común. Él escribe a los Tesalonicenses: “Asegúrense de que nadie pague mal por mal; más bien, esfuércense siempre por hacer el bien, no solo entre ustedes sino a todos”(1Ts 5:15). En su emotivo discurso de despedida a los ancianos de la iglesia en Éfeso, las últimas palabras de Pablo se centran en la consolidación de una comunidad de fe donde la generosidad sea tangible, en especial hacia los más vulnerables económicamente hablando. Pablo les recuerda a los líderes de la iglesia en Éfeso su propia ardua labor como fabricante de tiendas, y les dice que su capacidad de promover el bien común está conectada con la diligencia con que hagan su trabajo. “Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: Hay más dicha en dar que en recibir” (Hch 20:35).
Uno de los propósitos principales de nuestro trabajo es poder satisfacer nuestras necesidades prácticas y a la vez fomentar el bien común en y por medio de nuestras vocaciones. El teólogo Miroslav Volf resume la importancia que la Palabra de Dios le da al bien común: “Si estudiamos la Biblia y los primeros siglos de tradición cristiana, nos quedará claro que el propósito más importante del trabajo era satisfacer las necesidades personales y las necesidades de los que pertenecían a la misma comunidad (especialmente de los miembros desfavorecidos)”. Aunque no siempre sintamos o veamos directamente hacer nuestro trabajo como un acto de adoración para la gloria de Dios, podemos estar seguros de que estamos contribuyendo a la importante labor que Él está llevando a cabo en nuestro mundo. Si queremos que la fe que profesamos cada domingo esté más claramente conectada con nuestro trabajo cada lunes, nuestra teología de la vida diaria debe ser sólida. Esto significa abrazar una vida de gracia común para el bien común.
Libro: Trabajo y redención
Autor: Tom Nelson
Páginas: 128 – 132