Rendidos ante Su voluntad

“Los verdaderos mansos son, antes que nada, sumisos a la voluntad de Dios. Todo lo que Dios quiera, ellos lo quieren”. -Charles H. Spurgeon
Rendidos ante Su voluntad

“Los verdaderos mansos son, antes que nada, sumisos a la voluntad de Dios. Todo lo que Dios quiera, ellos lo quieren”. —Charles H. Spurgeon

La oración: Una relación de amor

Edward M. Bounds dijo en cierta ocasión: “La oración es relación con Dios”. La oración es un medio de gracia que el SEÑOR dio a Sus hijos para que fortalezcan su comunión con Él:

“Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. (Mateo 6:6)

En Mateo 6:6 contemplamos un cuadro completo de intimidad: Entrar en el aposento, cerrar la puerta, orar en el secreto; es una búsqueda constante de estar a solas con Dios e inquirir lo que Él quiere. Es salir a Su encuentro con desesperación y anhelo de obedecerle y amarle. Hoy, la voluntad de Dios se expresa por medio de Su Palabra (Léase Romanos 12:1-2; 2 Timoteo 3:16-17); solo así oramos con entendimiento si la escudriñamos debidamente. No hay mayor gozo para el Padre Celestial que el que Sus hijos, motivados por el amor, anden en Su verdad (Léase 3 Juan 4). 

Orar sin consultar Su voluntad

Ahora bien, ¿Se puede orar sin consultar Su voluntad? ¡Claro que sí! Hay quienes oran de esta forma: “Sí, Padre, yo haré esto, yo haré aquello, creo que es bendición para mi vida, creo que es lo mejor para mí; he tomado la decisión de hacerlo, muchas gracias por escucharme, Tú eres muy bueno. ¡Amén!…”. Esta es una oración que jamás será respondida por Dios; porque es más una oración consigo mismo que para Él (Léase Lucas 18:11-12). Reflexionemos honestamente: “¿Decidiré yo sobre mi propia vida, cuando el SEÑOR que la compró con Su sangre preciosa es desestimado? ¿Viviría sin estudiar Su Palabra y sin extender mis necesidades, sueños e inquietudes? ¿De verdad tengo áreas de  mi vida que aún retengo?…”. Orar sin consultar la voluntad de Dios es una muestra de nuestra falta de confianza y dependencia de Él. Por tanto, revisemos cuál es el estado de nuestro corazón en estas cosas.   

Sin embargo, nuestro Sabio Dios permite que nos alejemos de Él para que aprendamos bajo Su amorosa disciplina lo que es la obediencia y la consagración (Léase Hebreos 12:1-11). El ejemplo de un hijo de Dios que se aparta de Su voluntad lo hallamos en Jonás: Dios le había mandado a Nínive a predicar juicio, pero el profeta prefirió huir en sentido contrario a Su voluntad; lo que trajo como consecuencia el ser tragado por un pez (Léase Jonás 1:1-3). Luego de tres días en lo profundo del mar, Jonás, humillado, se arrepintió y oró a Dios para rendirse enteramente a Su voluntad (Léase Jonás 2). En este episodio bíblico podemos admirar la soberanía y la bondad de Dios a un mismo tiempo. ¿No lo hará también con nosotros? ¿No nos llevará de vuelta Su redil? ¡Gracias a Su fidelidad es un hecho!

Lo que es rendirse ante Su voluntad

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. (Mateo 6:10)

¿Qué es rendirse, pues, ante Su voluntad? Mateo 6:10 nos da una respuesta. Este texto del “Padrenuestro” se interpreta como la espera del establecimiento total del Reino de Dios en el futuro (Léase Mateo 25:34), así como el establecimiento de Su reino entre los convertidos por medio de la evangelización y la obra eficaz del Espíritu Santo (Léase Mateo 12:28; 24:14; Marcos 1:14-15; Juan 3:3, 5). Pero también tiene tres implicaciones prácticas:

(1) Su Reino. «Venga tu reino» equivale a que Dios sea Rey. Es orar con actitud de adoración: «Gobierna siempre sobre mi vida, sobre mi familia, mi matrimonio, mi trabajo, mis estudios; porque Tú eres mi SEÑOR…» (Léase Salmo 103:19; 145:13).

(2) Su propósito. «Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo», es orar porque nos muestra el alcance de Su soberanía y control: «Que los propósitos que has determinado desde antes de la fundación del mundo para Tus hijos se hagan realidad; porque Tú eres Dios…» (Léase Isaías 14:27).

(3) Su modelo perfecto. Otra implicación es que este versículo nos señala de quién estamos aprendiendo: Del mismo SEÑOR Jesucristo. El mejor ejemplo de abandonarse en la voluntad del Padre, nos lo da Él, horas antes de Su pasión y muerte en la cruz:

“Apartándose de nuevo, oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si ésta no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad”. (Mateo 26:42)

Es curioso que el “Getsemaní”, lugar donde oró Jesús, en hebreo significa: “Prensa de aceite”. El Hijo de Dios había sido triturado para hacer la Voluntad de Su Padre. El momento más decisivo de la Historia de la salvación pendía en el hilo de esta oración: “Hágase tu voluntad”. Hacía eco de lo que siempre había enseñado ante multitudes: «Ora a tu Padre en el secreto». Pudo haber huido de Su misión y la razón de Su venida al mundo: Salvar a Su pueblo de sus pecados (Léase Mateo 1:21). Pero prefirió rendirse y humillarse a lo que Su Padre quería para Su gloria:

“Estas cosas habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique a ti, por cuanto le diste autoridad sobre todo ser humano para que dé vida eterna a todos los que tú le has dado”. (Juan 17:1-2)

¿Hay algo más urgente que someterse a Su voluntad y dar gloria a Su nombre? (Léase Salmo 115:1). Siendo uno con el Padre, los pensamientos del Hijo eran exacta y milimétricamente afines con los de Él. Dios ha sido glorificado en Jesucristo al ser satisfecho Su propósito de redención. ¡Precisamente haciendo Su voluntad! ¿Cuánto más nosotros?

En conclusión

Reconocemos que nosotros no somos capaces de hacer Su voluntad. Pero gracias a Dios tenemos este consuelo y promesa: Si somos Sus hijos, nuestro Padre nos dará Su gracia para hacer lo que es agradable delante Él por mediación de Jesucristo (Léase 2 Corintios 12:9-10; Hebreos 13:20-21). Nos ayudará a ser dependientes de Él el resto de nuestras vidas; a pesar de nosotros mismos y de las circunstancias (sean cuales sean). Es parte de nuestro crecimiento diario a la semejanza de Cristo.

Que nuestra oración resuene en nuestro secreto como el eco de un corazón manso y humillado: “Hágase tu voluntad, y no la mía…”.

¡Sólo a Dios la Gloria! 


NOTA: Las referencias bíblicas están tomadas de la versión “La Biblia de las Américas” (LBLA) por preferencia personal del autor de este artículo, a excepción de que se indique expresamente otra versión.

Albert Rodriguez

Reformado, Calvinista y miembro de la congregación cristiana Amistad Reformada de Tampico. Trabaja en el ministerio Soldados de Jesucristo.

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