Reemplaza los ídolos de tu corazón

El corazón tiene muchos ídolos, y cada uno nos daña. Pensemos brevemente cómo el evangelio sana nuestros corazones.
Foto: Jhon Montaña

En la carta a los colosenses, Pablo los exhorta a “hacer morir” los malos deseos del corazón, incluyendo la “avaricia, la cual es idolatría” (Col 3:5). ¿Pero cómo? Pablo explicó cómo hacerlo en los versículos anteriores.

Ya que han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, que es la vida de ustedes, se manifieste, entonces también ustedes serán manifestados con Él en gloria. Por tanto, hagan morir todo lo que es propio de la naturaleza terrenal: inmoralidad sexual, impureza, bajas pasiones, malos deseos y avaricia, la cual es idolatría (Col 3:1-5).

La idolatría no es solo desobediencia a Dios; es tener nuestro corazón en algo diferente a Dios. Esto no se puede arreglar solamente arrepintiéndonos por tener un ídolo, o usando la fuerza de voluntad para tratar de vivir de una forma diferente. Alejarse de los ídolos no es menos que eso, pero también es mucho más. “Concentren su atención en las cosas de arriba” donde “su vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3:1-3) significa apreciar, regocijarse y descansar en lo que Jesús ha hecho por ti. Incluye gozosa adoración, y experimentar la realidad de Dios en la oración. Jesús debe volverse más hermoso en tu mente, más atractivo para tu corazón, que tu ídolo. Eso es lo que reemplazará tus dioses falsos. Si sacas de raíz el ídolo y no “plantas” en su lugar el amor de Cristo, el ídolo volverá a crecer.

La idolatría no es solo desobediencia a Dios; es tener nuestro corazón en algo diferente a Dios, llámese dinero o cualquier otra cosa. / Foto: Pexels

La alegría y el arrepentimiento deben ir de la mano. Arrepentirse sin alegrarse te llevará al desespero. Alegrarse sin arrepentirse es algo superficial y solo te inspirará de forma pasajera, en vez de traer un cambio profundo. De hecho, cuanto más nos regocijamos por el amor sacrificial de Jesús por nosotros, paradójicamente, más nos convencemos de nuestro pecado verdaderamente. Cuando nos arrepentimos por temor a las consecuencias, en realidad sentimos lástima por nosotros mismos, y no por el pecado. El arrepentimiento basado en el miedo (“si no cambio, Dios me va a castigar”) en realidad es autocompasión. En el arrepentimiento basado en el miedo, no aprendemos a odiar el pecado por sí mismo y por eso no pierde su atractivo. Solo aprendemos a abstenernos de él por nuestro propio bien. Pero cuando nos alegramos por el amor sufrido y sacrificial de Dios por nosotros —viendo lo que le costó salvarnos del pecado— aprendemos a odiar el pecado por lo que es. Vemos lo que el pecado le costó a Dios. Lo que más nos trae seguridad del amor incondicional de Dios (la muerte costosa de Jesús) es lo que más nos convence del mal del pecado. El arrepentimiento basado en el miedo hace que nos odiemos a nosotros mismos. El arrepentimiento basado en la alegría hace que odiemos el pecado.

Regocijarnos en Cristo también es crucial porque, casi siempre, los ídolos son cosas buenas. Si hemos convertido en ídolos al trabajo y la familia, no debemos dejar de amar nuestro trabajo y nuestra familia. Más bien, debemos amar más a Cristo, tanto que no somos esclavos de nuestros apegos. “Alegrarse” en la Biblia es mucho más profundo que simplemente estar feliz por algo. Pablo dijo que debemos “alegrarnos en el Señor siempre” (Fil 4:4), pero eso no significa “sentirse feliz siempre”, ya que nadie puede ordenarle a otra persona que tenga cierta emoción todo el tiempo. Alegrarse es atesorar una cosa, pensar en lo valiosa que es para ti, reflexionar en su belleza e importancia hasta que tu corazón descanse en ello y pruebe su dulzura. “Alegrarse” es una forma de adorar a Dios hasta que el corazón se endulza y descansa y hasta que suelta cualquier otra cosa que consideraba necesaria.

cuanto más nos regocijamos por el amor sacrificial de Jesús por nosotros, paradójicamente, más nos convencemos de nuestro pecado verdaderamente. / Foto: Pixabay

Poner el evangelio en video

Henry y Kevin perdieron su empleo por causa de una acción injusta de sus jefes y ambos vinieron a verme en consejería con menos de un año de diferencia. Henry perdonó a su jefe y siguió con su vida y le estaba yendo muy bien. Sin embargo, Kevin no pudo superarlo; no dejó su amargura y pesimismo y eso afectó su carrera laboral en el futuro. Algunas personas trataron de ayudarlo, enfocándose en sus emociones. Pero, entre más compasión le mostraban, más sentía que su ira era justificada y crecía más su autocompasión. Otras personas trataron de ayudarlo, enfocándose en su voluntad (“superarlo y seguir adelante”). Eso tampoco funcionó. El evangelio funciona de una forma diferente. No actúa directamente en las emociones o la voluntad, sino que pregunta, ¿qué está actuando como tu salvación y Salvador real y funcional en lugar de Jesucristo? ¿Qué estás buscando para que sea tu justificación? Sea lo que sea, es un dios falso, y para que haya un cambio en tu vida, debes identificarlo como tal y rechazarlo.

Kevin buscaba demostrar su valor a través de su carrera profesional y cuando algo salió mal, se sintió condenado. Quedó paralizado porque las bases mismas de su identidad se estaban cayendo. No logró progresar hasta que reconoció que había convertido su carrera en su forma de salvarse. No se trataba solamente de que tenía que perdonar a su jefe, su problema real era que algo diferente a Jesucristo estaba actuando como su Salvador. Siempre hay algo debajo de tus problemas, deseos, patrones, actitudes y emociones extremas y descontroladas. No podrás tener vida y paz hasta que descubras qué es.

Incluso el trabajo puede convertirse en un ídolo cuando lo concebimos como nuestro “salvador”. / Foto: Envato Elements

Kevin se dio cuenta de que, aunque técnicamente creía que era amado con la gracia costosa de Dios, esta verdad no se había asimilado ni había capturado su corazón y mente. Lo que le dijo su jefe fue más real y afectó más su corazón de lo que le había dicho el Rey del universo. Se puede escuchar una grabación de audio mientras se hacen otras cosas en la casa, pero ver y escuchar una presentación visual es mucho más absorbente. Eso llena tu visión. De la misma forma, puede que conozcas del amor de Cristo con tu cabeza, pero no con tu corazón, como en el caso de Kevin. ¿Cómo podemos remediarlo? ¿Cómo ponemos las verdades del evangelio “en video” en nuestra vida para que moldeen todo lo que sentimos y hacemos?

Aquí se requieren las “disciplinas espirituales”, tales como oración en privado, la adoración en comunidad y la meditación.[1] Las disciplinas toman el conocimiento cognitivo y lo convierten en una realidad que moldea la vida en nuestros corazones y mentes. Las disciplinas espirituales son básicamente formas de adoración, y la adoración es la forma definitiva en la que puedes reemplazar los ídolos de tu corazón. No puedes encontrar alivio simplemente descubriendo cuáles son tus ídolos de forma intelectual. Tienes que recibir la paz que da Jesús y que solo viene cuando lo adoras. Los análisis te pueden ayudar a descubrir verdades, pero entonces necesitas “orarlas” para que entren a tu corazón.

Libro: Dioses que fallan

Autor: Timothy Keller

Páginas: 160 – 165


[1] Un buen lugar para empezar sería Kenneth Boa, Conformed to His Image [Conformados a Su imagen] (Grand Rapids, Mich.: Zondervan, 2001). Un libro que vale la pena leer como introducción a las disciplinas espirituales es de Edmund P. Clowney, Christian Meditation [Meditación cristiana] (Vancouver, B.C.: Regent, 1979). Clowney hace distinciones importantes entre las técnicas de meditación del misticismo oriental y las del cristianismo ortodoxo.

Timothy Keller

Timothy Keller (1950-2023) estudió en Gordon-Conwell y Westminster Theological Seminary. Fundó la iglesia Redeemer en la ciudad de Nueva York y la pastoreó por más de 25 años. Fue autor de reconocidos libros como Encuentros con Jesús, Dioses que fallan y Esperanza en tiempos de temor, entre otros.

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