Hay un mal que ocurre en el ser humano: desear lo que el otro tiene. Y, las mujeres no somos la excepción a tal mal; al contrario, hoy en día ha proliferado más por las redes sociales, la degradación del mundo, las filosofías anti cristianas y la abierta oposición a Dios.  Y aunque si bien es cierto que vivimos estos tiempos, es aún mas cierto que el problema a tal mal no sólo tiene un nombre, sino que se remonta a mucho antes que nosotras.   Recuerdo las peleas de mis hijos que en su mayoría trataban sobre quien tenía más juguetes, más tiempo para jugar, quien tuvo más postre, o su disciplina fue menor.  Es cuando la Palabra de Dios nos recuerda: “Yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre (Sal. 51:5)Ellos envidiaban lo que el otro tenía, sin tomar en cuenta lo que sí tenían. Por el pecado en sus corazones, la envidia se tornaba en enojo, pleitos y división. Pero este pecado no solo es de niños, sino de todos; porque todos somos pecadores y Dios nos ha coronado de gloria, tenemos un apetito insaciable de ella (Sal 8:4-5). 

¿Qué es la envidia? 

Es una creencia falsa motivada por un corazón engañoso, egoísta y orgulloso que nos hace sentir miserables, infelices cuando vemos que a otras personas les va mejor que a nosotras, que otras tienen lo que nosotras creemos que necesitamos, o simplemente lo que nosotras tanto anhelamos, o hemos soñado.  La envidia cambia de acuerdo con la etapa en la que estamos o lo que en ese momento estamos viviendo. Sin embargo, la envidia siempre es destructiva, asesina (Stg. 4:2); ella prefiere que se destruya todo antes de cederLa necesidad de aprobación alimenta la envidia por temor al rechazoLa envidia produce enojo, se convierte en un ídolo porque estás dispuesta a pecar por tenerlo o por no tenerlo. Su mejor escenario es en grupos homogéneos en dones, de estatus civil, talentos, edades, o similares en gustos.  Si quieres saber si tienes envidia, ve tus dones y observa a las que están a tu alrededor que hacen lo mismo que tú pero tienen más aceptaciónmás riqueza que tú, un mejor esposo, mejores hijos, oportunidades que tú no tienes y entonces no puedes ser mejor que ella.  

¿Por qué quiero lo que ella tiene? 

El problema es que nosotras creemos saber lo que merecemos tener, cuánto, cómo y cuándo. Vemos nuestra vida desde el “yo” que está sentado en nuestro corazón usurpando el lugar de Dios. Nos justificamos en nuestras buenas intenciones, en que hemos obrado de mejor manera¡Oh cuánta soberbia!   La envidia es pecado. Queremos lo que tienen otras porque no hay contentamiento de lo que sí tenemos, lo que nuestro buen Dios ha proveído en Su gracia, soberanía, sabiduría para Su plan de santificación y adoración a Él. A causa del pecado, perseguimos las cosas equivocadas. El pecado desvirtuó la gloria de Dios en nosotras para apropiárnosla en lugar de admirarla en la creación de Dios; esto incluye a nuestro prójimo, perseguimos todo lo que nos de esa gloria de tener lo que queremos en nuestra sabiduría.   

¿Qué codiciamos? 

En esa sabiduría diabólica y terrenal que nos dice Santiago 3:15, envidiamos el cuerpo, la belleza, el dinero o la posición económica, la personalidad, la inteligencia, los talentos y dones, las relaciones, las oportunidades, los estudios, anhelamos estar en ciertos círculos privilegiados, etc. Nos molesta que estas glorias no estén distribuidas de forma equitativa, lo vemos injusto.  

¿De quién depende todo lo que tenemos? 

Todo lo que tenemos y nos acontece viene de nuestro Dios soberano, justo y bueno, que en gracia ha repartido a todos como Él ha querido para recibir gloria por ello (Ef. 1:5-14). Toda la gloria procede de Él. La gloria de Dios es el fin último de Dios y de lo que Él ha creado (Sal. 19:1; Is 6:3). Su gloria nos debiese silenciar a admirarlaLa gloria minúscula que tenemos es una gloria prestada porque proviene de Dios, por tanto, nos demanda responder a ella con admiración, adoración, temor y alabanza.   Si creemos que todo ayuda a bien (Ro. 8:28), entonces podemos abrazar lo que Él nos ha dado, y lo que no tenemos. Hasta que Cristo no sea lo más hermoso que creemos tener, nunca estaremos realmente contentas, agradecidas y gozosas por nuestra situación pasada, presente y futura. Somos limitadas en espacio y tiempo. Somos limitadas en conocimiento y bondad verdadera. ¿Por qué deseamos lo que no tenemos? Porque simplemente, no apreciamos lo que tenemos, lo que señala que no apreciamos al Dador.   ¿Acaso Dios es injusto en no dar a todos por igual o lo que anhela o cree necesitar? ¡Por supuesto que no! Pero, eso creemos cuando nos frustramos, desanimamos o caemos en chisme, comparación e imitación.  

¿Cómo vivir contenta con lo que tengo? 

Como explica Efesios 4:2024: “Pero ustedes no han aprendido a Cristo de esta manera. Si en verdad lo oyeron y han sido enseñados en Él, conforme a la verdad que hay en Jesús, que en cuanto a la anterior manera de vivir, ustedes se despojen del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que sean renovados en el espíritu de su mente, y se vistan del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad”.   Nos enseña que no solo tenemos que dejar de envidiar como un “mal comportamiento”, sino que necesitamos de la obra de Cristo en nuestro lugar por fe para arrancarlo de nuestro corazón, y sustituirlo con Su Verdad. Una Verdad que es nuestraque está siendo perfeccionada en nosotras para crecer en humildad y conocimiento de Él.   Así que, despójate de la envidia, para renovar tu mente en la Palabra y vestirte diariamente de:   Amor (Pe. 1:22). El amor y la envidia no pueden coexistir. Practica el amor. Ora por aquellas que tienen lo que tú quieres, da gracias a Dios por ver en la diversidad de dones y talentos. Si puedes, díselo y aliéntala. El mal se vence haciendo el bien (Ro. 12:21), tal cual Jesús lo hizo con nosotras, crucificando nuestro mal y venciéndolo con Su bien en la Cruz (Gal 3:13).  Usa tus dones (Mt. 25:14-29). Somos llamadas a usar los dones y talentos que Dios nos ha dado en la situación que estamos y con las relaciones que tenemos. No pasemos tiempo viendo el jardín de otras, sino trabajemos en el nuestro. Si estamos más ocupadas haciendo lo que nos corresponde, siendo obedientes, creciendo en santidad; tendremos menos tiempo de ver lo que otras hacen o cómo les va con lo que les envidiamos.  Arrepentimiento y fe (Col. 3:13). Esto es un caminar diario. Desear lo que otras tienen tocará a nuestra puerta cada vez que puedaConfiesa a Dios diariamente tu pecado de queja, enojo, o auto compadecerte por lo que no tienes. Más bien, corre a Dios urgentemente y llévalo a la Cruz. Pide perdón al Dios fiel y justo que te limpia de toda maldad (1 Jn. 1:9). Si tienes la oportunidad, pide perdón a la persona si la relación está fracturada precisamente por ese pecado. En cuánto más rápido confieses y te arrepientas, más libertad tendrás de expresar el amor.  Adoración (Ef. 1:6-14). Fuimos hechas para adorar a Dios, para adorar Su gloria (Is. 43:7). Nos sentimos vacías regularmente sino estamos alimentándonos de Cristo. Creemos que ese sentimiento de vacío viene de lo que no tenemos y sí tienen otras. Pero la realidad es que viene de no estar en la Palabra, meditando en Sus misericordias y agradeciendo Sus bondades.   Adoremos al Señor porque Él está haciendo justo lo que dijo, un pueblo de varias naciones para ser Suyo y mostrar al mundo quién es Él; y para ello, está usando los dones que Él ha dado. Su mensaje nos abrió los ojos a Él, proclamamos el evangelio siendo ojos, manos, pies, de Su Cuerpo. No se trata de nosotras, se trata de Él.   Nuestro mayor gozo es que el Cuerpo de Cristo florezca porque Cristo es el centro; porque Cristo está mostrándose fiel en la obra que hace en otros. ¡Qué bondad de Dios es tener a Cristo para vivir nuestras vidas para Su Gloria!   Quitarnos la envidia cada día es una señal de que queremos ser lo que Él ha prometido: ser como Cristo (Ro. 8:29); y, seremos más que vencedoras en ello (Ro. 8:37). Aquello que envidiamos palidece frente a Cristo y las riquezas de gloria que tenemos en Él (Ef. 1:17-18)  Dejemos la envidia y escojamos el amor. Dejemos la envidia y escojamos a Cristo, Cristo es mejor, Cristo es suficiente. Aprendamos a amar aquí y ahora a nuestras hermanas, porque con ellas viviremos eternamente. 

Susana De Cano

Susana de Cano, está casada con Sergio y tienen tres hermosos hijos. Es diaconisa de Iglesia Reforma en Guatemala, donde sirve en discipulado y consejería. Estudia una Licenciatura en Teología en Semper Reformanda y Consejería Bíblica en CCEF. Puedes leer lo que escribe de Su Salvador Jesucristo en Instagram @ella_habla_verdad, y en su blog https://medium.com/hablemos-verdad

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