¿Quién tiene la culpa? ¿Tú o yo?

Piensa en ese momento incómodo cuando algo sale mal en tu trabajo o en la iglesia y uno o más compañeros te acusan del error ¿En qué piensas en ese momento?
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Piensa en ese momento incómodo cuando algo sale mal en tu trabajo o en la iglesia  y uno o más compañeros te acusan del error ¿En qué piensas en ese momento? En tu mente se generan miles de argumentos para explicar lo sucedido y demostrar tu inocencia. Mientras las acusaciones salen de la boca de los otros (sea tu responsabilidad o no)  te sientes agredido, traicionado, avergonzado e incapaz. El evangelista Marcos nos relata en el capítulo 9 que en una ocasión los discípulos de Jesús experimentaron algo similar cuando una multitud esperaba, llenos de expectación, que echaran fuera a un demonio que había poseído a un joven. Sin embargo, luego de intentarlo ellos fracasaron. Entre la multitud surgieron dudas con respecto a ellos ¿Habían perdido su poder? ¿No eran los mismo discípulos a quiénes Jesús envió a echar fuera demonios? Ante estos hechos Marcos nos dice que los discípulos en lugar de guardar silencio o tener compasión, entraron en discusión con la multitud. ¿Qué discutían? Discutían por la misma razón que tú lo harías en tu oficina o en tu reunión en la iglesia: por defender su reputación, su posición, su fama y su poder ante la multitud. En este contexto, cuando Jesús llega y observa la discusión acalorada de sus discípulos con la multitud, a todos ellos les acusa de dos cosas: incredulidad e idolatría. “¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?”, exclamó Jesús (v. 19).

Incredulidad

En ese momento los discípulos tenían fe en su fe, en su don, en su condición popular de discípulos del Maestro, pero no en Jesús y por eso no pudieron echar al demonio. Muchas veces confiamos nuestro trabajo o ministerio en el título que poseemos, en el rango o en los dones y talentos que hemos recibido, pero esto sólo manifiesta nuestra incredulidad en el poder y la gracia de Dios obrando, manifestándose y proveyendo para cada área de nuestra vida. Cristo, quién es nuestro todo suficiente para la vida diaria, es a quien necesitamos para la vida y la piedad, su gracia nos dirige en el ministerio, en el gobierno de nuestro hogar, en nuestro trabajo, familia, en todo cuanto pertenece a la vida humana gobernada por Dios. Es en nuestra debilidad y dependencia de él que su fortaleza obra en nosotros en cada cosa que hacemos.

Idolatría

Los discípulos se amaban a sí mismos, tanto que no soportaron la vergüenza de ser vistos incapaces de expulsar al demonio y no toleraron las acusaciones, por eso entraron en la discusión para defender su posición, su reputación, y su imagen, tal y como muchos de nosotros lo hacemos. Nos consideramos infalibles, incuestionables y discutimos con todo aquel que quiera dañar nuestra imagen y reputación. Al confundir lo que hacemos con lo que somos trasladaremos nuestra fe en Dios a la criatura, a lo que nos capacita para hacer lo que hacemos. Eso es idolatría. Nos amamos tanto que nos consideraremos infalibles, sin tolerar la confrontación de nuestros hermanos en la iglesia, compañeros de trabajo, de nuestros padres o cónyuges. ¿Cuál fue el mandato de Jesús para sus discípulos en esta confrontación? Orar y creer en el evangelio.

Orar

¿Por qué nos manda a orar? Por dos razones. La primera, porque la gloria por lo que ocurra como respuesta a esa oración será de Dios y no nuestra. Y la segunda para comunión real con Dios, porque si nos damos cuenta notaremos que los idólatras e incrédulos son los que no oran, porque no confían en Dios sino en ellos mismos, viven de su reputación e imagen y discuten con quién amenazan dañarla, y en lugar de exponer su causa a Aquel que todo lo puede, ellos mismos lo hacen, pues creen que ellos lo pueden todo. En Proverbios 8:17, Dios declara: “Amo a los que me aman, y los que me buscan con diligencia me hallarán.” Que hermoso es pensar que Dios quiere tener comunión con nosotros porque nos ama. Es en esa intimidad que nuestra admiración y confianza se establecerá sobre Aquel que con su Palabra nos consuela, nos guía y dirige nuestros pasos. Por eso, a la par del mandamiento a orar, Jesús les dio su evangelio.

Creer en el evangelio

Marcos narra que luego de que Jesús les dijo que deben de orar, comenzaron su viaje hacia Capernaúm, y mientras iban por el camino él volvió a enseñarles el evangelio, hablándoles de su padecimiento, muerte y resurrección que pronto enfrentaría. Esto nos dice mucho. Si nosotros entendemos y creemos que Jesús, Dios encarnado fue quien murió por nuestro pecado en la cruz, y que en él hemos obtenido como herencia todas las cosas, entonces no solo querremos vivir para él, sino que el impulso por discutir menguará en gran manera porque ya no lucharemos para ser, tener o retener algo, porque sabremos que ahora somos y tenemos todo en él. Dice el Salmo 119:1 “¡Cuán bienaventurados son los de camino perfecto, los que andan en la ley del Señor!”. El evangelio no solo tiene el poder de salvarnos, sino de santificarnos. Es cuando andamos en la ley de Dios que, por su gracia, observaremos una conducta intachable o camino perfecto, y aunque nuestra identidad sea cuestionada, atacada, hostigada o perseguida, será la gracia de Dios obrando en nosotros lo que impartiremos a los demás. Recordemos que todas las cosas necesarias para la vida y la piedad se nos han sido dadas en Cristo Jesús.

Javier Dominguez

Javier Domínguez es Pastor de la Iglesia CIA El Salvador, así mismo Presidente de la Fundación Véritas y fundador del ministerio «Regresando a la Palabra”. Casado, padre de tres hijos. Puedes seguirlo en Twitter

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