En diversas ocasiones he dicho públicamente, “¡gracias a Dios porque en mi época de locura juvenil no había Facebook!” dando a entender que estoy feliz porque no hay evidencia de las cosas que hacía, de los pecados tan evidentes en mí y la vida desenfrenada que llevaba. “Quizá habría sido algún meme”, digo en broma, pero bien dicen que “entre broma y broma la verdad se asoma”. Y es posible que nuestros compañeros de años atrás o incluso nuestra propia familia recuerden la vida que llevábamos; de hecho, es también posible que aún tengamos contacto o amistad con aquellos con quienes vivimos todas esas experiencias, y ahora al hacer remembranza de todo ese tiempo nos provoca risa, pero también, pena en muchos casos por esa forma de vida. He estado en esa situación, en la que recuerdo situaciones y me pregunto “¿Cómo es posible que no me haya dado temor o vergüenza hacer tal cosa?”. Y debo confesar que ahora, años después de todo ello, me he encontrado con algunas de las personas con quienes viví esa época y con gran alegría descubrimos que no solo hemos envejecido (ja, ja,ja), sino que también hemos madurado, cambiado nuestra apariencia externa y por gracia de Dios, la interna también. Algunos son abuelos, otros han pasado por experiencias muy dolorosas, pérdida de seres queridos, divorcios, pero aquella época de desenfreno, donde creíamos que podíamos comernos el mundo de un solo bocado terminó hace mucho tiempo. Y, con tristeza he visto también a quienes siguen siendo esclavos de algún vicio, con familias destrozadas, con sueños devastados, con mirada vacía y sin saber hacia donde ir. El evangelio de Marcos nos narra la historia de un hombre endemoniado, un Gadareno quien Jesucristo conoció estando en ese lugar, lo conoció y liberó de la esclavitud en la que se encontraba. (Puedes leer la historia en Marcos 5:1-20). ¿Cuál es nuestra reacción cuando vemos a alguien que antes vivía entre los sepulcros, hoy estar sentado en su juicio cabal? (Mc. 5:3,15), y mira, no me refiero a que su condición haya sido de posesión demoníaca como el gadareno, sino a una vida entregada, esclavizada al pecado; lejos de su hogar y quizá sin que pensáramos en una posible restauración o conversión. Podemos ver sus hechos, las obras que han tenido durante tantos años y es posible que pensemos que ellos, con todo lo que han hecho, quizá no tendrán oportunidad de ver a Dios y podríamos mejor alejarnos de ellos, y lo que es peor, alejarnos sin hablarles de la verdad del evangelio. “Pero es que todo lo que ha hecho”, “¿En verdad crees que pueda cambiar?”, “Ahora resulta que después de todo lo que hizo ¿ya es diferente?, no lo creo”. Excusas que pueden estar dando vueltas por nuestra mente, pero es necesario recordar que no hay pecado tan grande que la gracia de Dios no pueda alcanzar. Tú y yo somos damos fe de que eso es posible, somos testigos del gran amor y perdón de Dios, de Su gracia y misericordia al limpiarnos de nuestros delitos y pecados, estábamos tan muertas como ese amigo o amiga que está en esclavitud (Ef. 2:1-3) y hoy podemos decir con toda seguridad: Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados). Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Ef. 2:4-5,8-9) Ahora que nosotras hemos sido adoptadas como hijas, que hemos recibido la salvación por medio de la fe en Cristo, vayamos con aquellos que necesitan escuchar las buenas nuevas de salvación. Sé que a muchas de nosotras se nos hace difícil ir y compartir de Cristo con aquellos que conocemos de mucho tiempo, quizá en nuestra mente pensemos “¿Qué se supone qué le diga si me conoció siendo tan pecadora?”, “¿Con qué cara le diré que ya no soy lo que antes fui?”, “¿Y si no me cree y piensa que soy hipócrita porque sabe mis secretos?” No temamos, nosotras somos solo un instrumento en las manos de Dios para compartir a otros de Él, de Su amor, gracia, restauración y también de su ira y la necesidad de reconocer que por nuestros medios no podemos salir de la esclavitud del pecado, no podemos salvarnos a nosotras mismas, es necesario el arrepentimiento para el perdón de nuestros pecados por medio de la obra de Cristo en la cruz. Al igual que tú y que yo, otros necesitan escuchar el evangelio porque es poder de Dios para salvación (Rom. 1:16). Es necesario que te pregunte, ¿dónde ha sido el lugar en el que más te ha costado hablar de la transformación que Dios ha hecho en ti? Probablemente sea en tu hogar, con tu familia de sangre y pienso que nos sucede a la gran mayoría porque los nuestros saben tanto de nosotros que se resisten a creer que lo que hablamos, decimos o hacemos, se debe a un cambio radical por medio de Cristo y por el encuentro que hemos tenido con Él. Ellos, nuestra familia, tiene conocimiento de nuestro anterior estilo de vida y es posible que estén escépticos a un cambio radical en nosotras. Pero, así como el gadareno, Jesús lo envió a su hogar donde había necesidad, donde quienes conocía sus secretos. su condición, su vieja manera de vivir, ahora escucharían lo que Dios hizo por él (Mc. 5:19). Que nuestra nueva vida en Cristo dé a conocer el amor y la gracia de Dios que puede transformar el corazón de un pecador arrepentido. El pasaje del gadareno nos enseña que una vida, una sola vida es valiosa para Jesús (Lc. 15:4), nos da esperanza al saber que la gracia y misericordia de Dios es más grande que nuestros pecados y nuestra maldad. El sacrificio de Cristo para el perdón de nuestros pecados fue suficiente, no lo merecíamos y aun así dio su vida por nuestro rescate, Él pagó el precio, Él recibió el castigo por nuestra maldad. Si el gadareno pudo ser cambiado al tener un encuentro con Jesucristo, si pudo ser liberado de las cadenas de opresión, si pudo ser rescatado del poder de Satanás y de una vida esclavizada al pecado, nuestros esposos, nuestros hijos, hermanos, vecinos, todos ellos también tienen esperanza. Esperanza para cambiar, para ser librados y vivir una nueva vida al tener un encuentro con Jesucristo. Por la gracia y obra de Cristo es que tú y yo hemos sido transformadas, vivificadas para la Gloria de Su Nombre, demos a conocer Su Verdad.