¿Qué significa seguir a Jesús a donde quiera que Él vaya?

Muchos dicen: “Te seguiré adondequiera que vayas”, pero pocos tienen el compromiso de un verdadero discípulo.
Foto: Light Stock

He escuchado a muchos decir que seguirán a Jesús hasta el fin del mundo. Hoy miles de personas se congregan en grandes eventos relacionados con Cristo, como conferencias masivas y conciertos. Muchos defienden la fe en las redes sociales y se aventuran a participar en diálogos de teología.

No dudo de que allí hay muchas personas sinceras queriendo adorar y buscando ser luz en el mundo. Sin embargo, ¿cuántos son, en realidad, verdaderos discípulos? Aunque eso solo lo sabe el Señor, nuestra labor es examinar qué tan real es nuestro compromiso con Jesús. Por eso, en este artículo quiero examinar brevemente Mateo 8:18-22 con una pregunta en mente: “¿Qué caracteriza a un verdadero discípulo?”.

El primer discípulo: expectativas incorrectas del discipulado

En la Judea del primer siglo pasó algo parecido a lo que sucede hoy: “Viendo Jesús una multitud a Su alrededor, dio orden de pasar al otro lado del mar” (Mt 8:18). Las multitudes lo rodeaban. Los portentos, milagros, sanaciones, expulsiones de demonios y enseñanzas de Jesús le hacían capturar la atención de miles. Pero todos sabemos que estas masas se diluyeron con el tiempo y solo unos pocos fueron fieles. En este contexto, Jesús dio la orden de pasar al otro lado del mar de Galilea, pues tenía un propósito que cumplir con Sus discípulos y con un endemoniado en territorio de gentiles.

El versículo 19 nos dice que “un escriba se acercó y le dijo: ‘Maestro, te seguiré adondequiera que vayas’”. Este entusiasta experto en la ley, que había pasado por una rigurosa formación rabínica e incluso quizás enseñaba a otros, se acerca a Jesús. Como escriba, ya sabía cómo ser un “discípulo”: ya había pasado por toda una escuela formativa con éxito, y, al notar que Jesús era un maestro de otra categoría, le anuncia que le seguirá adondequiera que vaya.

En el Evangelio de Mateo, capítulo 8, encontramos principios que nos ayudan a evaluarnos como discípulos de Cristo. / Foto: Jhon Montaña

En el versículo 20 Jesús le respondió: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. ¿Qué significa eso? Se han dado muchas explicaciones e interpretaciones de esta declaración, pero lo que más claridad arroja sobre su significado es la declaración adversativa: “El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”. Jesús viajaba de allá para acá y no contaba con un lugar propio dónde descansar.

Es muy probable que en Capernaúm su lugar para “pasar la noche” haya sido la casa de Pedro (Mt 8:14). Pero, aun así, vemos a Jesús expulsado de Gadara (Mt 8:34), fuertemente criticado en Galilea (Mt 12:22-37), rechazado en Nazaret (Mt 13:53-58), rechazado en Samaria (Lc 9:53), y condenado a muerte en Jerusalén (Mt 27:22-23). No tenía a dónde volver. A pesar de todo el bien que hacía Jesús (Hch 10:38), la mayoría lo rechazó. Las zorras salen a cazar, pero tienen dónde volver; las aves vuelan por los cielos, pero vuelven a sus nidos. El Hijo del hombre, quien es humilde y sencillo, y a la vez el Mesías glorioso (Dn 7:13-14), no tenía dónde recostar la cabeza: no tenía a dónde volver. Ninguna posesión ni ningún refugio terrenal.

Jesús destroza por completo la cosmovisión de discipulado de este hombre educado en la ley. Como escriba, no podía evadir el título “Hijo del Hombre”, pero claramente entró en un conflicto interno al escuchar que este Mesías no tenía dónde recostar la cabeza.

Jesús le invitaba a un viaje sin retorno, sin garantías de poder volver a gozar de un refugio permanente. Este hombre probablemente se había formado bajo la tutoría de un maestro en una escuela o casa de preparación. Aunque pudo haber salido de su hogar por un tiempo para formarse, tuvo la oportunidad de volver. Ahora era confrontado por el Maestro de maestros, quien le decía que no había garantía de regresar ni de tener un refugio terrenal.

Así, las aspiraciones de este hombre de ser un verdadero discípulo hallaron estorbo en las palabras de Jesús. Quizás llegó a pensar que, al ser escriba, correría con ventaja frente a pescadores, publicanos y zelotes. Sin embargo, este escriba tenía aún más para abandonar. Mateo deja el relato en suspenso, para hablarnos de un segundo discípulo que quería seguirlo.

En Mateo 8:19-22, se narra el encuentro entre un escriba y Jesús, a quien este experto en la ley buscaba seguir como su maestro.

El segundo discípulo: conflicto entre Jesús y la familia

En el versículo 21 leemos que otro de los discípulos le dijo a Jesús: “Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre”. Es lógico pensar por el argumento del texto, que este discípulo también quiere seguir a Jesús adondequiera que fuera. Pero, luego de enterarse de que sería un viaje sin retorno, inmediatamente pone un impedimento momentáneo: “Permíteme que vaya primero y entierre a mi Padre”.

¿Qué significa ese impedimento? Hay dos posiciones interpretativas al respecto:

  1. El hombre se irá y esperará a que muera su padre.
  2. El hombre tiene a su padre muerto y debe enterrarlo.

No voy a afirmar aquí cuál de las dos es la más acertada, pero la cultura de la época nos dice que, para ambos casos, el judío consideraba que enterrar al padre era una acción derivada de obedecer Éxodo 20:12: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da”. De hecho, de no hacerlo, tanto la Mishná como el Talmud privan de privilegios al infractor. Sería muy mal visto en la cultura judía que alguien no honre a su padre sepultándolo, más aún si acaba de morir.

El ciudadano judío de aquel entonces, consideraba que enterrar al padre era una acción derivada de obedecer Éxodo 20:12. / Foto: Light Stock

Pero Jesús le responde en el versículo 22: “Ven tras Mí, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. Muchos teólogos señalan que Jesús quiso decir: “Deja que los espiritualmente muertos entierren a los físicamente muertos”. De ser así, es más probable que el padre de este hombre estuviera realmente muerto. Lucas añade: “Pero tú, ve y anuncia por todas partes el reino de Dios” (Lc 9:60). Jesús le llama a un quehacer que tiene por propósito anunciar vida entre los espiritualmente muertos, en contraposición a un quehacer en favor de los físicamente muertos. Wilkins dice: 

Los discípulos de Jesús deben guiarse por el mandato divino de honrar a sus padres, pero hay que prestar atención a la supremacía de Jesús como Señor y Maestro. Esta era la lucha típica de aquella cultura, intentando equilibrar la responsabilidad para con la familia y el compromiso con Dios, porque en varias ocasiones Jesús desafía a la multitud y hasta a Sus propios discípulos a que no permitan que ningún compromiso familiar tenga prioridad sobre el compromiso con Él (10:37-39; Lc 14:25-26).

Los verdaderos discípulos de hoy

Jesús confrontó a ambos discípulos en base a sus propias pretensiones y declaraciones para sacar lo que había en sus corazones. Hoy estamos ante la misma confrontación. Comencé diciendo que muchos se congregan alrededor de Jesús, “fascinados” por lo que puede hacer, y declarando (o cantando): “Señor, te seguiré adondequiera que vayas”. Pero no son muchos los que deciden son discípulos comprometidos y están dispuestos a abandonar las cosas que el mundo ofrece. Ya sea seguridad, un lugar donde vivir, un nombre, una posición, un lugar al que volver, un testimonio que guardar, un padre o madre a los que honrar: el verdadero discipulado implica darle más valor a Cristo que a todo eso. 

El discípulo comprometido busca vivir como Jesús vivió. El apóstol Pedro dijo que Él nos dejó ejemplo para que sigamos sus pasos (1P 2:21). No podemos quedarnos estáticos viendo cómo el Señor obra en otros y por medio de otros. Pedro sabía esto tan bien que, imitando las pisadas del Maestro, terminó en una cruz, imitando a Aquel a quien seguía. El escriba era impetuoso y el otro discípulo era muy conservador, pero aparentemente ambos fallaron cuando permitieron que “algo” en su corazón fuese más importante que Jesús.

Es Jesús quien define las reglas del discipulado, no nosotros. Este mismo Jesús es todo lo que el verdadero discípulo necesita. Escuché a alguien decir con mucha razón: “El gran problema de los discípulos de hoy es que quieren vivir mejor que el Maestro”. Hay un costo que debemos pagar por seguir al Maestro. ¿Estamos dispuestos a que todo quede en segundo lugar por amor a nuestro Señor?

Quiero concluir resaltando la belleza del versículo 23: “Cuando entró Jesús en la barca, Sus discípulos lo siguieron”. ¡Sus discípulos le siguieron sin importar el costo! Seguir a Jesús los llevó directo a una tormenta, no a una vida de comodidades y placeres. Pero fue en esta tormenta que los apóstoles pudieron ver la gloria del Maestro, y una vez que llegaron al otro lado, contemplaron Su poder liberando a un esclavo de Satanás y enviándolo como el primer misionero gentil en Decápolis.

Los que no eran verdaderos discípulos se quedaron a la orilla del mar esperando que Jesús regresara, simplemente para verlo hacer algún otro milagro. Que el Señor, en Su gracia, nos permita ser verdaderos discípulos.

César Pedraza

César tiene el privilegio de servir al Señor Jesucristo como Pastor en el sur de Chile, colabora en el Instituto de Capacitación Teológica de Temuco, y está felizmente casado con Katherine Rivas con quien tiene dos hijos: Miguel y Gabriel.

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