Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. Que cada situación que acontezca en el día a día me haga anhelar más y más la eternidad y el regreso de mi Salvador. “Vengo pronto; retén firme lo que tienes, para que nadie tome tu corona” (Ap. 3:11). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. Nada de este mundo satisface mi alma, nada llena el vacío que se siente al estar lejos de Dios nada nadie sólo Él. “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Sal 73:25). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. Cuando fije mi mirada en el horizonte y vea el sol caer para dar bienvenida a la noche, que nunca jamás olvide que estoy de paso en este mundo. Peregrina soy en esta tierra, no pertenezco aquí, estoy de paso rumbo a la ciudad celestial. “Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo” (Fil. 3:20). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. Esa eternidad a la cual tengo acceso por la muerte y resurrección, del unigénito de Dios. “Pero en realidad, anhelan una patria mejor, es decir, celestial. Por lo cual, Dios no se avergüenza de ser llamado Dios de ellos, pues les ha preparado una ciudad” (Heb. 11:16). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. ¿Por qué habría de anhelar lo terrenal? ¿por qué desear lo que a mi Dios no glorifica? ¿por qué aferrarme a un mundo que le aborrece? “Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. Las riquezas, el reconocimiento y lo que el mundo atesora, no se comparan en nada con la riqueza de la futura Gloria. “Y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó” (Rom. 8:30). Que nada me até a este mundo que nada desvié mi mirada de lo eterno. Que cada día tenga presente que le necesito, que lejos de Él nada puedo hacer. Cada día su gracia es suficiente, el sacrificio en la cruz, la victoria sobre la muerte. “Quien nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, y que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio” (2Tim. 1:9-10). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. La liberación de la esclavitud del pecado y el sacrificio que hizo Su Hijo amado, es lo que aplaca la ira de Dios sobre mí, una pecadora que ha sido rescatada, redimida, perdonada, justificada, amada, adoptada. “Y esto erais algunos de vosotros; pero fuisteis lavados, pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1Cor. 6:11). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. Y que, con devoción, urgencia y amor, implore por la salvación de aquellos quienes aún no le conocen. Mis hijos, mis sobrinos, el malhechor, la víctima y los que aún no ha nacido pero que en la eternidad tú ya los has conocido. “Según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de Él. En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad” (Ef. 1:4-5). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. Que en cada palabra que pronuncie pueda anunciar las buenas nuevas de salvación al pecador que está muerto; porque con urgencia veo la necesidad de que las almas lleguen a tu conocimiento. “Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Rom. 1:16-17). Que nada me ate a este mundo, que nada desvié mi mirada de lo eterno. Pues con gratitud experimento la libertad no merecida que compró mi Salvador, porque es por Su gracia que hoy puedo ver por encima del sol. Por tanto, no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo, nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2Cor. 4:16-18).