Hay una oscuridad espiritual que se siente tan entretejida en nuestras almas, tan entrelazada en nuestra personalidad y diseño, tan profundamente arraigada y sutil, que si tratamos de escapar de ella, es como intentar huir de nuestra propia sombra. Una falta de seguridad engranada y permanente, una relación distorsionada entre la imagen y la comida, las estremecedoras tentaciones de un anhelo no deseado, tal oscuridad acecha como un cazador y su presa.
Posiblemente te sientas como yo, semejante “a un hombre en un naufragio quien ve la tierra y envidia la felicidad de todos aquellos que están ahí, pero que piensa que es imposible para él llegar hasta la orilla”, así lo escribe Henry Scougal (The Life of God in the Soul of Man [La vida de Dios en el alma del hombre], 108). Alcanzas a ver con claridad cómo se ve una vida sin tu oscuridad, pero en cada intento de llegar hasta esa orilla feliz, te han sacudido las mismas olas y has golpeado contra las rocas. Entonces miras de lejos con ansias, aún deseando ser liberado, pero ya no esforzándote tanto. Te satisfaces, entonces, con una vida en donde solo te mantienes a flote.
Hace unos años atrás, cuando este espíritu fatalista empezó a asentarse dentro de mí, me topé con un gran consejo que produjo en mí una poderosa y muy necesaria sacudida. John Owen (1616-1683), hablando sobre los que dudan sobre lo espiritual, escribe:
No estés… desanimado y perezoso; en pie y haciendo; dirígete con diligencia a la Palabra de gracia; sé ferviente en la oración; Perseverante en el uso de todas las ordenanzas de la iglesia; en una cosa u otra, en un momento u otro, te encontrará con aquel quien ama tu alma, y Dios a través de Su hijo te infundirá paz (Obras de John Owen, 6:614).
“De pie y haciendo”. Ciertamente este no es el único consejo que los que están atascados en su vida espiritual deben escuchar, (tampoco es lo único que ofrece Owen). Pero aun en mis propias luchas, he encontrado gran ayuda en esta mano suave pero firme sobre mi hombro, esta mirada buena pero determinada, esta voz sólida diciéndome que ya no soy prisionero de mi pasado o presente y exhortándome a que no me canse de buscar a Dios.
De pie y haciendo
Quizás has leído consejos así antes y suspiras, diciendo: “¿Leer más la Biblia? ¿Orar más? ¿Ir más a la iglesia? Ya he probado todo eso”. Un suspiro así ha salido de mis labios más de una vez. Ya he pedido, buscado y golpeado, pensaba para mí mismo, es que no ha funcionado. Aún así, eventualmente, mi mente vuelve a recorrer los ejemplos de la Escrituras sobre la larga e incesante búsqueda, y así es como las palabras “ya he probado eso” simplemente se caen por sí solas.
Podemos considerar el refrán del Antiguo Testamento de buscar al Señor “con todo tu corazón y toda tu mente” (Dt 4:29), o el mandato de los profetas ven y “espera al Dios de mi salvación” (Miq 7:7) o el ejemplo del salmista clamando “a Ti día y noche” aun en la más densa e intensa oscuridad (Sal 88:1). Pero es posible que los evangelios ofrezcan el llamado más poderoso a levantarse, alzar tu rostro y buscar a Dios con fresca diligencia.
Jesús les dice a Sus discípulos: ”Pidan, y se les dará; busquen, y hallarán; llamen, y se les abrirá”. Pocas palabras contienen tales promesas para aquellos buscando liberación que no parece venir. Pocas palabras contienen dicho desafío. Cuando Jesús ilustra ese tipo de pedido, búsqueda y hallazgo que tiene en mente, Él ofrece la parábola del amigo inoportuno, aquel ruidoso que venía a medianoche a buscar sus panes y que no se iría sin los mismos (Lc 11:5-9). Acerca de los juicios de mi vida de oración, temo que la inoportunidad no sea algo que la caracteriza.
Al mismo tiempo, los evangelios nos dan retratos vivientes de lo mismo: mujeres que forcejean las multitudes con tal de solo tocar la punta de su manto (Mr 5:27-28), padres golpeados por la incredulidad quienes aun así corren a Cristo con sus hijos en brazo (Mr 9:24), madres que, intrépidas por el rechazo, persisten en sus peticiones, hasta recibir su respuesta (Mr 7:24-30). Tales almas desesperadas han pedido, buscado y hallado —y continuaron pidiendo, buscando y hallando— hasta que el regalo le fue dado, el tesoro encontrado, la manija girada y abierta.
Acércate a Dios
Da por seguro que Jesús sorprende a los Suyos que luchan, más allá de nuestra búsqueda diligente, para darnos la liberación que necesitamos. Nuestras vidas cristianas comenzaron cuando Él nos levantó de la tumba, así como con Lázaro. Y, a veces, nuestras vidas cristianas progresan porque Él nos bendice a pesar de nuestra negligencia.
Pero no tenemos insinuación alguna que esto será así. Tanto la vida espiritual como la física tienen sus causas y efectos, sus medios y sus finalidades, el principio que “lo que uno siembra, cosechará” (Ga 6:7). Ni la Escritura ni la creación nos brinda una categoría para el vago que quiere ser santificado, cuyo fruto espiritual crece sin un arar, plantar, deshierbe y riego diligente. Nuestros esfuerzos al depender del Espíritu no pueden ganarse la bendición de Dios, pues se obtiene solo en Cristo, sin embargo, muy a menudo se experimentan Sus bendiciones por los medios que Él establece.
Al saber que Dios usa nuestra diligencia como un medio para liberarnos, podemos hacernos estas preguntas cuando la oscuridad aún permanece:
- ¿Estoy activamente matando cada pecado consciente, incluyendo aquellos que no están relacionados con mi mayor lucha, incluso al más pequeño? (Ro 8:13)
- ¿Mis oraciones por liberación se asemejan a una inoportunidad santa que golpea y golpea una y otra vez? (Lc 11:8)
- ¿Medito en la Palabra de Dios día y noche (Sa 1:2), y en particular, estoy involucrado con pasajes que apuntan a mi lucha?
- ¿Los domingos, escucho los sermones y participo de la cena del Señor con expectativas, mirando al Señor “como los ojos de los siervos que miran a la mano de su señor”? (Sal 123:2)
- ¿Busco fomentar en mi vida la comunión cristiana al rodearme de personas llenas del Espíritu Santo, en lugar de caerme en las sombras? (Heb 10:24-25)
- ¿He pedido consejo específico y sabio de santos confiables, invitándolos a que traigan una lumbrera a la celda de mi alma?
Tales preguntas me ayudan a llenar mi mente de la misericordia de Dios, la cual muchas veces me ha encontrado buscándolo con un corazón a medias. Él es un buen Dios, lleno de gracia, siempre “listo para perdonar” y darnos más de lo que pedimos (Neh 9:17; Ef 3:20). A medida que pienso sobre mis propias luchas actuales, estas preguntas también me recuerdan cuánto camino por descubrir en la promesa de Santiago 4:8: “Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes”.
Una búsqueda desde lo profundo
Hasta este punto, debemos cuidarnos de no reducir las grandes luchas a una simple cuestión de esforzarse más. Tampoco quisiera dar por sentado que aquellos que no han obtenido una liberación simplemente es porque no se han esforzado lo suficiente. A veces la orilla permanece lejos de tu alcance no porque no hayamos nadado suficientemente fuerte, sino porque el mar es largo. Jesús promete que aquellos que buscan, encontrarán; no promete que esto será inmediatamente. Entonces, en realidad, nuestra búsqueda puede durar mucho más y nuestro progreso puede avanzar mucho más lento de lo esperado.
En cuanto a lo espiritual, podemos sentirnos como la mujer con el flujo de doce años, atrapados en un lugar de oscuridad no deseada a pesar de nuestros mejores esfuerzos. ¿Por qué Dios permitió que la enfermedad permaneciera por doce años en lugar de diez, o dos? No lo sabemos. Lo que sí sabemos, es que, en el campo del reino de Dios, no hay semilla de diligencia, enterrada y regada con paciencia perseverante, que permanezca sin fruto para siempre (Ga 6:9). Dios nunca le ha dicho a Su pueblo “búsquenme en vano” (Is 45:19). Tampoco nos muestra la orilla feliz para meramente exasperarnos en el agua. Él nos la muestra porque realmente puede ser nuestra, quizás no inmediatamente o por completo de una sola vez, pero en verdad puede ser nuestra.
Entonces, en medio de la larga búsqueda, no desfallecemos. Tu Dios te ve. Sus caminos pueden desconcertar en tu entendimiento, pero nunca son necios ni malos (Is 55:8-9). Y si continúas buscándolo, si continúas levantándote después de cada caída, el sol se caería del cielo, antes de que seas avergonzado (Is 49:23).
Nuestra mano en Su manto
Una búsqueda diligente también tiene sus peligros, por supuesto. Lo que puede surgir es lo siguiente: a medida que oramos, leemos, nos reunimos con el pueblo de Dios y escuchamos consejo, podemos llegar a confiar más en estos medios que en Aquel que las creó. Al desear la liberación, podemos poner todas nuestras esperanzas no en Cristo, sino en nuestros esfuerzos de buscarle, semejantes a viajeros tan concentrados en el camino que no pueden ver su hogar.
Aquí de nuevo, una mente sumergida en los Evangelios es lo que será nuestra mejor guía. En toda nuestra búsqueda, estamos espiritualmente haciendo todo lo que los personajes en los Evangelios físicamente hacían: acercándose como podían a Jesús, ya que Él es nuestra única esperanza.
Nuestras oraciones pueden asemejarse al clamor de Bartimeo, pero no es la voz que nos da la sanidad para ver. Nuestra lectura bíblica puede hacernos humildes ante Jesús, como el leproso, pero no es el toque sanador. Nuestra alabanza el domingo puede expresarse como el brazo de un enfermo estirándose, pero no es el poder fluyendo. Todos nuestros mejores esfuerzos son solamente las manos en la punta del manto de Jesús, y todas las bendiciones pertenecen a Él.
Pero, oh, qué bendición les espera a aquellos que claman y continúan en su clamor, quienes permanecen de rodillas, quienes alcanzan y siguen alcanzando. En nuestras luchas más duras, no estamos atados a los límites angostos de nuestra personalidad, nuestro propio poder, nuestro pasado: estamos atados a Cristo mismo. Y en Él, la larga y desesperada oscuridad puede finalmente comenzar a disiparse, y el santo náufrago puede finalmente acercarse a la orilla, llevado por las olas de la fuerza de Cristo mismo.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.