Puedes escuchar este artículo en formato podcast:
Constantemente escuchamos cómo la gente felicita al predicador por su enseñanza del domingo y, aunque esto tiene las mejores intenciones, pocas veces nos preguntamos qué caracteriza a un buen sermón.
¿Hay alguna forma objetiva de determinar si un sermón es “bueno”? Algunos prefieren una enseñanza que les emocione, ya sea por la forma en la que está estructurada o por su contenido. Otros aprecian que una predicación esté llena de historias e ilustraciones. A muchos les gusta que haya diferentes aplicaciones relevantes y prácticas, ojalá sustentadas con referencias cruzadas en la Biblia. Incluso, hay para quienes es importante que el maestro dé mucha información, detalles históricos, aspectos del idioma original o mencione discusiones teológicas, como si estuviera dando una clase de seminario.
Sin embargo, aunque todos estos elementos tienen un lugar en la predicación, ninguno de ellos determina que un sermón sea bueno. Incluso, estas estrategias pueden distraer al oyente de un entendimiento de la Palabra de Dios y el evangelio, haciendo de la predicación algo deficiente. Lastimosamente, hoy muchos predicadores usan el púlpito para entretener a las personas con discursos atractivos que están vacíos de las Escrituras. Como escuché decir alguna vez a un predicador, si hay malos sermones es porque “muchas personas están dispuestas a escucharlos de buena gana”.
Entonces, ¿cómo sabemos que un sermón es bueno? ¿Hay alguna forma objetiva de escudriñar las enseñanzas a las que estamos expuestos? Sin duda, la respuesta está en la Palabra Dios, la cual contiene Su revelación y es la autoridad máxima para decir cómo Sus siervos deben enseñar. Así, propongo aquí 3 características escriturales básicas que debe tener todo buen sermón.
1. Un buen sermón está centrado en el texto bíblico
¿Cuál es el punto focal de un buen sermón? El centro no es el predicador ni sus anécdotas, experiencias, logros, fallas o historias. El centro tampoco es alguna ilustración ingeniosa o un evento de actualidad. El centro deben ser las Escrituras, pues solo ellas contienen la autoridad máxima para el ser humano.
Esto implica que la predicación no tiene que ser demasiado “original” o “creativa”. Belleza discursiva en sí misma no es una prioridad, pues en ninguna parte del Nuevo Testamento vemos una exhortación a ser grandes oradores. En cambio, lo que sí vemos es un llamado a que los predicadores sean fieles a lo que se les ha encomendado, que sean buenos “administradores de los misterios de Dios” (1Co 4:1-2; 2Ti 1:14).
Si el sermón es expositivo, el punto central del texto será el punto central de la enseñanza, y la labor del predicador será explicar y enseñar lo que Dios ha comunicado. En palabras del pastor Sugel Michelén:
Un sermón expositivo es aquel que expone y aplica el verdadero significado del texto bíblico, tomando en cuenta su contexto inmediato, así como el contexto más amplio de la historia redentora que gira en torno a la persona y la obra de Cristo, con el propósito de que el oyente escuche la voz de Dios a través de la exposición y sea transformado.
Si el sermón es temático, la enseñanza girará en torno a las verdades que se pueden extraer naturalmente del texto bíblico. Aun si el predicador se toma la libertad de organizar su predicación de una forma que no es propiamente expositiva, debe demostrar que lo que dice tuvo su origen en las Escrituras. Nuevamente, el pastor Michelén explica con claridad esta necesidad: “Al colocarnos detrás del púlpito o al asumir la postura de maestros de la Palabra en cualquier otro contexto, debemos poder decir con integridad: ‘Yo no hablo por mi propia cuenta; estoy enseñando lo que aprendí de Dios al escudriñar Su Palabra’”.
2. Un buen sermón explica el texto para que las personas lo entiendan y apliquen
Un buen sermón conectará el texto y sus enseñanzas y aplicaciones con los oyentes. El propósito de la predicación es que los oyentes puedan escuchar la voluntad de Dios y sean transformados por ella. La misma Palabra dice que su propósito es capacitarnos para llevar vidas santas (2Ti 3:16-17; 2P 1:19). Un sermón que se limita a explicar el significado de un texto o a abordar asuntos teológicos de manera académica, solo logrará informar, pero no desafiará al oyente a la santidad.
En el libro de Nehemías vemos un ejemplo de cómo enseñar para que las personas entiendan: “[Esdras] leyó en el libro frente a la plaza que estaba delante de la puerta de las Aguas, desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de los que podían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley… Y leyeron en el libro de la ley de Dios, interpretándolo y dándole el sentido para que entendieran la lectura” (Neh 8:3, 8).
Finalmente, se dice que un buen maestro es aquel que puede tomar lo complejo y explicarlo de manera sencilla. De la misma forma, un buen sermón explicará de manera clara las verdades bíblicas, sin quitarle valor, sentido o autoridad a lo que Dios ha dicho. Si una audiencia es muy diversa, la predicación no estará sujeta a la barrera de la edad o intelecto, de forma que sea aprovechada por todo joven, adulto y anciano que escuche, sin importar su trasfondo intelectual o académico.
3. Un buen sermón recuerda el evangelio
El evangelio de Cristo es el centro de las Escrituras. Jesús mismo, cuando habló con los dos discípulos que iban camino a Emaús, dejó claro que toda la Biblia habla sobre Él: “Esto es lo que Yo les decía cuando todavía estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre Mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos” (Lc 24:44).
Esto no significa que literalmente cada pasaje de la Biblia diga algo sobre Jesús. Esa forma de pensar lleva a muchos a hacer interpretaciones incorrectas de los textos bíblicos, forzando una conexión que ni el contexto ni la audiencia original del pasaje sugieren.
Sin embargo, lo que pasaje de Lucas sí nos dice es que todo el plan de Dios, manifestado progresivamente a lo largo del Antiguo y el Nuevo Testamento, apunta a Cristo y a Su obra en la cruz. De esta forma, un buen sermón, sin importar si es sobre Levítico, sobre los Salmos o sobre la epístola de Juan, buscará conectar el mensaje con Cristo, pues Él es el punto focal de la revelación de Dios (Heb 1:1-2); Él mismo es la Palabra de Dios (Jn 1:1).
Pero hay otra razón muy importante por la que todo buen sermón apunta al evangelio: sin él las personas no pueden ser salvas. Pedro, lleno del Espíritu, lo dijo con claridad: “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos” (Hch 4:12). La misión de la iglesia es hacer discípulos, y eso significa que debe enseñar las buenas noticias al incrédulo cuando este entra por sus puertas, de forma que “los secretos de su corazón quedarán al descubierto, y él se postrará y adorará a Dios, declarando que en verdad Dios está entre ustedes” (1Co 14:25).
Oyentes celosos
En conclusión, aunque las historias, las anécdotas y la información académica tienen su lugar, nada de eso determina el éxito de un sermón. Una buena predicación debe estar centrada en la Palabra de Dios, debe de llevar esa Palabra a los oyentes de manera que la entiendan, y debe apuntar al mensaje de salvación en Cristo.
Pero esto no solo es una exhortación para los predicadores, sino también para los oyentes, quienes tienen el llamado de evaluar constantemente lo que escuchan a la luz de las Escrituras. En este sentido, los hermanos de Berea nos dieron el mejor ejemplo de obediencia, pues “recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así” (Hch 17:11). Así como los de Berea, no podemos ser pasivos al escuchar un sermón, sino celosos de la Palabra y guardianes de la verdad.