[dropcap]Y[/dropcap]ouTube me dijo que debía mirar un video de un reciente episodio de America’s Got Talent. Al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta ver a un desconocido triunfar en el gran escenario? En este caso, el joven puso un gran empeño en imitar a Frank Sinatra y, desde luego, recibió un fuerte aplauso por su esfuerzo. Cuando pasó la aclamación, los jueces le dijeron que su querida abuela debía estar mirándolo desde el cielo radiante de orgullo. Por alguna razón, ese tipo de sentimentalismo meloso y cliché es precisamente lo que las personas quieren escuchar en esos momentos. Eso me hizo pensar en las absurdas aseveraciones que he escuchado a través de los años, y especialmente las que he escuchado en los funerales. Las siguientes son algunas cosas que sinceramente espero que nadie diga acerca de mí en mi funeral, ni después. En efecto, queda estrictamente prohibido.
Él te mira desde arriba. La Biblia no nos da muchos motivos para creer que los muertos observan a los vivos. Y para ser franco, más bien espero que no lo hagan. Cuando esté muerto, estaré final y dichosamente más vivo de lo que nunca he estado porque seré libre del pecado y sus consecuencias. No puedo evitar pensar que lo último que querría hacer es mirar hacia abajo (o hacia arriba o al lado, o cualquiera que sea la dirección de la tierra respecto al cielo) y tener que presenciar más pecado y sus efectos. Los quiero mucho a todos ustedes, pero no tengo especial interés en morir para siempre mirándote pecar. No solo eso, sino que no existe motivo terrenal o celestial por el que quisieras o necesitaras que lo haga. Supongo que no estás sugiriendo que el ojo vigilante de Dios es insuficiente y que de alguna forma necesita que los míos lo complementen, ¿verdad? No, no te estoy mirando a ti; estoy mirando a Jesús mientras él te cuida a ti. Estarás bien.
Él está con los ángeles ahora. Esta frase me inquieta. Mira, deseo conocer a algunos ángeles y aprender cómo son realmente. Deseo especialmente conocer al ángel que consoló a Jesús en el huerto de Getsemaní. ¡Qué no daría por saber las palabras que le dijo en ese momento! Pero la cuestión es esta: cuando muera, no estaré con los ángeles. Estaré con Jesús. Decir que estoy con los ángeles es como ver a un hombre entrar al Palacio de Buckingham y decir: «Él está con el secretario de la reina ahora». Aunque en rigor eso es verdad, es confundir completamente la cuestión. ¡Él está con la reina! Y cuando yo ya no esté con ustedes, estaré con el rey.
Dios necesitaba otro ángel. Por favor, no digas eso. Por favor no lo digas, porque si me conoces, sabrás que no soy un ángel. Pero es más, no lo digas porque malinterpreta completamente tanto a hombres como a ángeles, como si los seres humanos aspiraran a evolucionar o transformarse en alguna clase de ser sobrenatural. ¡Ángeles y humanos son formas de ser completamente distintas! Las iguanas no mueren para convertirse en jirafas, y los hombres no mueren para convertirse en ángeles. Soy un ser humano ahora, y seré un ser humano por el resto de la eternidad.
Fue un buen hombre. Lo es ahora, pero no siempre lo fue. Es bueno ahora que está en el lugar donde ha sido perfeccionado por un acto instantáneo de Dios. Es bueno ahora que Dios lo ha transformado y le ha quitado todo deseo de impiedad y profanidad. Es bueno ahora, pero no lo era antes de ir a la tumba. Francamente, a veces podía ser bastante idiota. Podía ser temperamental, arrogante y egocéntrico. Era malo. Pero también fue perdonado y batallaba por dar muerte a su amor al pecado y al deseo de pecar. Estaba aprendiendo, creciendo, y manifestando la gracia de Dios. Pero no era bueno. No como es ahora. No como Dios lo creó para que fuera.
Él no querría que lloraras. Adelante, llora. No necesitas llorar por mí, desde luego. Pero jamás te diría que no llores. Cada funeral es una oportunidad para considerar la cruda realidad de la mortalidad humana y los actos traidores que hicieron inevitable esta mortalidad. No hay ninguna virtud en mantenerse impasible. No hay virtud en suprimir la tristeza. No hay ninguna virtud en pensar que la alegría de un hombre que entra al cielo debe disipar la tristeza de los que quedan atrás. Los funerales son un momento perfectamente apropiado para lamentar; para lamentar por el que ha fallecido, para lamentar por aquellos que uno extraña, para lamentar tu propia mortalidad, y para lamentar a Aquel que murió para que pudiéramos vivir.
Este no es un funeral; es una celebración. ¿Para qué poner una cosa contra la otra, como si solo una pudiera ser cierta? Estamos en un funeral y es una ocasión genuinamente triste. No obstante, no podemos, no debemos lamentar como aquellos que no tienen esperanza. Un funeral cristiano señala tanto una partida como una llegada; presenta la ocasión para la tristeza y el gozo. Como dice el poeta: «Pasado un breve sueño, despertamos eternamente, y ya no habrá más muerte». Un ocaso trae la fría oscuridad pero también la cálida esperanza del amanecer. La muerte trae el final de una vida muy corta y el comienzo de una imperecedera. Es tan erróneo rehusar lamentar como lo es el lamentar sin esperanza.
Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Challies.com.