Está bastante bien establecido que nuestra cultura en Occidente puede llamarse «post-verdad«. Por esta formulación las personas comúnmente piensan que la vida en una era “post-moderna” significa que evitamos los absolutos en nuestro pensamiento y en nuestro discurso. No hablamos de lo que es verdad para todas las personas, en todos los lugares, en todos los tiempos; hablamos de lo que para mí es verdadero. La verdad es relativa, no absoluta (hasta que alguien está en desacuerdo con nosotros o no nos afirma y luego hay que tener cuidado). Esta vista tiene unas inmensas ratificaciones para el cristianismo y el ministerio cristiano. Aceptar la perspectiva “post-verdad” significa que uno ha efectivamente evacuado la Palabra y el evangelio de cualquier autoridad eterna, de una vez por todas.

Un buen número de personas puede detectar esta falsificación en términos abstractos. Yo estoy más interesado en este artículo en particular en identificar como, incluso si somos post-verdad, podemos seguir sufriendo la influencia de la era relativista. ¿Cómo podría suceder esto, incluso para los defensores de la verdad? Déjame sugerir seis maneras que una mentalidad secularista post-verdad se podría filtrar en nuestras vidas y ministerios. 

Primero, calificamos excesivamente incluso las declaraciones básicas 

Esta es la era del antagonismo, ¿no es cierto? Una cultura post-verdad apoya el levantamiento de negatividad perpetua, el interminable proclamador de matices, el inveterado recolector de huesos. Muchos de nosotros hemos experimentado este fenómeno en Twitter, donde incluso las declaraciones más básicas son recolectadas como filetes con hueso y luego se dejan caer en tanques llenos de pirañas. Esta tendencia se ha desangrado en las conversaciones contemporáneas. Nos estamos calificando excesivamente a nosotros mismos en nuestras discusiones, nuestros cerebros se agitan como los de un abogado de $400 por hora mientras intentamos estar un paso por delante de nuestros interlocutores, tratando de reconocer las lagunas y debilidades en nuestra verbosidad.  En cierto sentido, tal cuidado es bueno para cultivar. Todos debemos explicarnos a nosotros mismos. Pero hasta un cierto punto, si nuestras calificaciones solo se acumulan, terminaremos casi inarticulados. Cuando dices una oración declarativa—“la Biblia es verdadera”—pero después sientes que tienes que decir once oraciones después acerca de lo que tu primera oración no significa, eres un comunicador de post-verdad. Puede que no lo sepas, y ciertamente no pretendes serlo, pero el punto es válido: una cultura de post-verdad está influenciando tu discurso (y pensamiento) en una manera importante. Un pastor joven, mira las transcripciones de sus sermones. Si las calificaciones son más largas que el principio que estas tratando de establecer, estas predicando como un post-verdad. 

Segundo, minimizamos acciones y enfatizamos sentimientos 

Una segunda marca de la cultura post-verdad es la priorización de sentimientos por encima de la verdad. Como Edwards argumentó, Dios nos dio afectos, profundos y pasiones, que se deberían “sentir” después de Él. Él no es neutral sobre nuestra vida emocional; Él la quiere—así como todas las cosas—orientadas alrededor de Él. La redención en parte significa el enderezamiento de nuestras emociones y afectos. La persona que alguna vez fueron ingobernables en espíritu, y que sus pasiones se disparaban en todas direcciones, son calmadas, controladas y reconfortadas por el Espíritu (Rom. 8:9; Jn. 14:16). Esto tiene mayores implicaciones por la forma en que discipulamos y aconsejamos a las personas, ya que todos debemos luchar contra las pasiones y emociones pecaminosas desde adentro.  La cultura de la post-verdad permite que las emociones anulen la verdad. En términos de enseñanza en el ministerio, aquí hay una: nos preocupamos más acerca de cómo una doctrina determinada nos hace sentir en vez de si es correcta. Tal impulso es profundamente post-verdad. Si permitimos que florezca en nuestras vidas, este instinto asegurará que no aprendamos nada incómodo. Nuestra teología nos mostrará nuestras preferencias innatas. En vez de creer el consejo completo de Dios, incluyendo las partes del mismo que ofrece desafíos serios para nuestras finitas mentes, creeremos las opiniones completas del hombre. Obviaremos pasajes de la Escritura que no nos gustan; rechazaremos enseñanzas que pasan por nosotros de manera incorrecta. Y lo más dañino, el Dios que adoramos terminará pareciéndose mucho a nosotros. 

Tercero, nos alejamos de las disculpas, nublándolas con calificadores 

Este es un elemento de que la cultura post-verdad es más espiritual que doctrinal. Así como aquellos que se arrepintieron de sus pecados y los confesaron a Dios, estamos llamados a ser personas que se disculpan. Con esto me refiero a que los cristianos deben ser aquellos que son dueños de su pecado y no hacen ningún intento de excusarlo diariamente. Nosotros, que estamos centrados en Dios, debemos ser aquellos que están siempre listos para el perdón.  Pero si llegamos al momento que debemos disculparnos—cuando hemos hecho algo definitivamente mal—y explicamos nuestra historia de tortura, estamos actuando en una manera post-verdad. Estamos dejando que la verdad sea nublada por nuestra experiencia. Las personas a las que hemos perjudicado se sentirán justamente perjudicadas. Una sana cultura de perdón significa que cuando una ofensa ocurre, los términos de justicia son conocidos a través de la confesión de pecado y resulta en perdón. La justicia bíblica no es vaga; no empaña; es aguda, clara, definida, y promulgada a través del arrepentimiento y perdón. Pero todo este proceso depende de la llenura del Espíritu en cristianos, quienes no explican su pecado, pero se adueñan de el. Una cultura post-verdad, en contraste, abandona las disculpas por largas explicaciones. Por lo tanto, no puede haber verdadero perdón, y eso significa que no puede haber verdadera justicia situacional. 

Cuarto, negociamos en vez de trazar líneas claras 

Ahora somos anti-autoridad. Por lo menos, todos somos tentados a jugar este rol. En ninguna parte es esta tendencia más evidente para mí que cuando veo deportes. En ciertos casos, a mi parecer las competencias atléticas casi no se pueden ver debido a la falta de respeto que existe hacia la autoridad. Si los árbitros hacen sonar algunas llamadas, pero nuestra cultura post-verdad está en un lugar tan malo, apenas se puede hacer un juicio sin que un atleta salte como un niño mimado, gesticulando salvajemente, gritando abusos a los oficiales. Los oficiales, sorprendentemente, no suelen hacer obedecer al jugador; Por lo general, continúan la conversación con el jugador, lo que socava aún más su autoridad y garantiza que se aprovecharán de ellos una y otra vez.   Este defecto tiene referencia al trabajo de los padres y madres también. Si tú regularmente negocias con tus hijos en vez de que ellos te obedezcan directamente, ya has perdido una parte crucial de autoridad. Si tus hijos se enojan semanalmente, entonces ellos ya están a punto de controlar el hogar. Si tus hijos no responden a la dirección y orden de los padres inmediata y obedientemente, entonces ellos ya están preparados para la rebelión espiritual contra Dios. Las apuestas son altas en estos puntos. Hay que razonar a quienes daríamos forma, persuadirlos y expresar amor en una gran cantidad, nunca debemos perder autoridad. Esto es un trabajo difícil, y cada padre y madre es imperfecto. Pero no podemos rendirnos en nuestros roles. La autoridad se invierte en última instancia en Dios el Padre y fluye de ahí. La autoridad es teológica, en otras palabras. 

Quinto, dirigimos solo con gran vacilación y temor 

Tú sabes si estas en un ajuste de post-verdad (incluso no intencional) cuando aquellos encargados de liderar fallan al hacerlo. Todos hemos estado en esos ajustes: ellos dirigen mal, administran mal, hacen mal los horarios, y son colocados inadecuadamente. Cada líder es un trabajo en proceso, pastores jóvenes son incluidos aquí también. Pero podemos decir que hemos caído en la post-verdad endémica cuando constantemente fallamos en liderar, incluso en las formas más básicas. Tenemos eventos, pero no hay estructura, las personas no llegan a tiempo; las expectativas no son comunicadas; la retroalimentación es dada de manera pasiva pero agresiva en vez de que sea directa (ser pasivo-agresivo es post-verdad seguro); nadie parece saber lo que estás haciendo. Si tú has estado en una situación así, sabes bien la confusión y la apatía que se genera.  El reverso de un escenario tan lamentable no es el totalitarismo de cara roja. Es un liderazgo pastoral de las escrituras: claro, calmado, sereno, imparcial, amable, firme en principios, sin miedo a avanzar, dispuesto a escuchar la corrección, encaminado en cierta dirección (1 Tim. 3: 1-7). Los que aman la verdad amarán este tipo de guía; aquellos que están influenciados por una cultura post-verdad se resistirán, se burlarán de ella, la socavarán, bromearán sobre ella y, en general, actuarán como un niño demasiado cool para la escuela en la parte de atrás de la clase, desafiando al maestro al decirle que no siente en su silla. Esta postura está muy extendida hoy, incluso en ambientes cristianos. Se basa en la arrogancia y el carácter infantil, no en la humildad y la madurez. 

Sexto, vemos la duda como verdadera y la verdad como duda 

Una cultura post-verdad se opone a la clara declaración de la verdad. El evangélico promedio no es un intelectual revolucionario, sino que están acostumbrados a una dosis sorprendentemente baja de proclamación de llamada. Un buen número de personas han sido alimentadas por una dieta continua de palabras suaves y de instrucción suave y fe emocional y espiritualidad psicologizada. Ellos han aprendido en ciertos casos que la duda es buena y los absolutos morales (y teológicos) son malos. Evangélicos jóvenes en particular han aprendido menos un sistema de duda (porque la duda no puede construir un sistema o formar una cosmovisión) que una postura de duda. La duda desplaza sin querer la verdad como la estrella de la cristiandad.  Este cambio es tan tonto como absurdo. La marca de la vida cristiana vibrante no es la capacidad de desconfiar de Dios; así es como se ve la incredulidad. La marca del cristianismo vibrante es la capacidad de confiar en Dios por Su gracia y aferrarse a Dios a pesar de los ataques hacia nuestra fe. No estamos justificados por la duda; Somos justificados por la fe, la fe dada por Dios (Ef2: 8-9). ¿Cuál es la victoria que vence al mundo? Es “nuestra fe” (1 Jn. 5: 4). Nuestro movimiento ha hecho mucho para estudiar la justificación por la fe en los últimos años, pero parece sorprendentemente confuso sobre el papel de la fe con respecto a la duda en la vida cristiana. 

Conclusión

La iglesia de Jesucristo necesita pastores para intensificar y liderar de acuerdo a la verdad de Dios. Algunos dirán a esta llamada: “¡Yo sí! Afirmo la verdad”. Sin embargo, muchos de nosotros desconocemos algunas de las formas más sutiles de la fe y la práctica post-verdad. Podemos renunciar a la iglesia emergente, pero actuar y hablar de tal manera que las personas escuchen poca confianza y autoridad en nuestra predicación y pastoreo.  Que el mundo sea post-verdad. La iglesia de Cristo debe saber, amar, vivir, proclamar y dirigir de acuerdo con la verdad. Esta verdad —la propia verdad de Dios— no está condicionada por ningún prefijo; está firmemente fijado en los cielos, y permanece para siempre de acuerdo con el consejo de Dios. 

Owen Strachan

Owen Strachan (Ph.D., Trinity Evangelical Divinity School) es profesor asociado de teología cristiana en el Seminario Teológico Bautista del Medio Oeste en Kansas City, Missouri.

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