Dios creó un mundo perfecto, y al crear a los seres humanos leemos en Génesis 1:27 que: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Para entender por qué somos idólatras necesitamos entender lo que significa “creado a imagen de Dios”. Muchas personas han tratado de explicar la imagen de Dios como la habilidad de pensar, tomar decisiones, sentir emociones o relacionarse con otros. Sin embargo, esto no puede ser todo, porque aun los animales pueden hacer algunas de estas cosas y ellos no fueron creados a Su imagen, por lo que debe haber algo mayor. Sabemos que toda la creación glorifica a Dios (Is. 6:3), pero la cúspide de la creación fue la creación de los seres humanos. ¿Y por qué? Ser creados a Su imagen tiene el propósito de reflejar Sus atributos y representarle a Él mientras caminamos aquí en la tierra. Esto requiere una relación con Él y ninguna otra criatura fue creada para relacionarse con Dios. Debido a que adorarle y reflejarle es nuestro propósito de vida, entonces es más fácil entender por qué comer una fruta en Génesis 3 fuera algo tan grave que cambiara el rumbo de la humanidad completa. El deseo de Eva al comer la fruta y creer la mentira de la serpiente fue ser como Dios (3:5). Desde entonces, cada uno de nosotros nacemos con el mismo deseo de tener la libertad de ser el dios de nuestra vida y vivir como queremos, no como Dios quiere. Un ídolo es cualquier cosa que tiene más importancia en nuestra vida que Dios. Es lo que ocupa el lugar de Dios en nuestra mente y afecciones. Como Dios no está en Su debido lugar después de Génesis 3, sino que nosotros mismos ocupamos este lugar, nuestro corazón se convierte en una fábrica perpetua de ídolos, como Juan Calvino bien dijo que estamos buscando en otras cosas lo que solamente Dios nos puede dar. Tim Keller dijo en su libro Dioses falsos, que tenemos ídolos profundos y superficiales, y los superficiales son los que sirven a los profundos. En mi opinión, el ídolo número uno de cada uno de nosotros es el “yo” y buscamos ídolos superficiales para servirnos. Los ídolos modernos más comunes son el poder, el dinero, la apariencia o belleza y el éxito o los logros. En nuestro deseo de llenarnos, tratamos de orquestar nuestra vida para llenarnos con nuestros ídolos favoritos, pero ninguno de ellos puede llenarnos porque como Blaise Pascal dijo: «Hay un vacío en forma de Dios en el corazón de cada hombre que no puede ser satisfecho por cualquier cosa creada, pero sólo por Dios el Creador, dado a conocer a través de Jesucristo”. Entonces ¿qué ocurre cuando obtenemos lo que pensamos llenará el vacío? Encontramos que el vacío todavía persiste. Por ende, buscamos otros ídolos. En los cristianos, aunque conocemos la verdad, nuestro corazón nos engaña y creemos que tenemos a Dios en su lugar cuando en realidad tomamos los regalos buenos de Dios y le damos el lugar que solo Dios puede ocupar, remplazándolo (paráfrasis de Dioses falsos, de Tim Keller). El problema con tener ídolos es que nos apartan de Dios (Ez. 14:5) y nos esclavizan (Ro. 6:16). Entonces no logramos tener la vida abundante que Él ha preparado para nosotros. Por esa razón, Dios no comparte Su gloria con nadie (Is. 59:2) y Él destruye nuestros ídolos (Mi. 5:13) antes de que ellos nos destruyan a nosotros. Así que, Él orquesta los eventos de nuestra vida para que podamos reconocer los ídolos falsos. Lo único que podemos adorar mientras que al mismo tiempo obtenemos la libertad que nuestro corazón desea, es solo Él. Dios es bueno y fiel y Sus planes para nosotros son buenos (Jer. 29:11). Confía en Él y Él hará derechos tus planes.