¿Por qué Dios se revela en términos humanos?

Dios habló a menudo de Sí mismo en términos humanos porque el Hijo siempre estaba destinado a convertirse en el verdadero hombre.

Dios se revela a Su pueblo en la Biblia. Los primeros capítulos de Génesis nos muestran que Dios es relacional. De hecho, toda verdadera teología es relacional ya que Dios, en Su triunidad, es un Dios relacional. Dios se relaciona con Sus criaturas, especialmente con aquellas hechas a Su imagen, de una manera adecuada a su condición de criaturas. Debido a que Dios es sabio y bueno, Él no se relaciona con Adán en el jardín de una manera que lo confunda por completo. Más bien, hay una hermosa simplicidad en cómo Adán debe vivir en relación con Dios, que era amistad con Dios basada en Su condescendencia llena de gracia. Ahora, eso no significa que no seamos confrontados frecuentemente en la Palabra de Dios, como lo fue Job, con la majestad suprema e infinita de nuestro Dios. Dios es infinito en Sus perfecciones; Él posee una omnisciencia inmutable; Él disfruta de eterna omnipotencia. Sólo a Él podemos decir con David: “Tuya es, oh Señor, la grandeza y el poder y la gloria y la victoria y la majestad. . . . y te exaltas como soberano sobre todo”. (1 Cr. 29:11). Y, “majestad impresionante alrededor de Dios” (Job 37:22). Sin embargo, también encontramos que mucho de lo que nos pertenece como humanos también se le atribuye a Dios. Leemos del “rostro” de Dios (Ex. 33:20), “ojos” (y “párpados”, [Sal. 11:4]), “oído” (Is. 59:1), “nariz” (Is. 65:5), “boca” (Dt. 8:3), “labios” (Is. 30:27), “lengua” (Is. 30:27), “dedo” (Ex. 8:19) y muchas otras partes del cuerpo. Es más, a veces leemos que Dios posee emociones humanas. A veces está celoso o afligido (Dt. 4:24; 32:21; Sal. 78:40; Is. 63:10). Después de que Adán peca, Dios, que acaba de crear el mundo mediante actos de poder, sabiduría y bondad divinos, le pregunta a Adán: «¿Dónde estás?» (Gn. 3:9). Dios sin pasiones ¿Qué deben hacer los cristianos con estas declaraciones de Dios? ¿Es Dios eternamente inmutable en Su Ser, o tiene, como los humanos, la capacidad de cambiar? ¿Puede Dios realmente experimentar angustia o aprender algo nuevo? ¿Qué significa para Dios, quien es Espíritu, el “enojarse”? ¿En verdad Dios necesita preguntarle a Adán dónde está, como si no pudiera encontrarlo? Si estamos comprometidos con la visión bíblica y teológica de que Dios es inmutable (ver Salmo 102:26-28), estamos afirmando que en Dios no hay cambio de tiempo (Él es eterno), ubicación (Él es omnipresente) o esencia (Él es puro Ser). Dios no cambia, ni puede cambiar (Mal. 3:6; Is. 14:27; 41:4). Por lo tanto, no hay “pasiones” en Dios, como si en Su esencia pudiera estar más o menos feliz, o, más o menos enojado. Dios es lo que siempre fue y será (Stg. 1:17) en la infinita felicidad y bienaventuranza que llamamos “bendición” divina. Un Dios inmutable no tiene pasiones; o, como dijo John Owen, «un dios mutable es del estercolero». No negamos que Dios tenga afectos (por ejemplo, ira u odio), pero afectos como la ira en Dios son actos de Su voluntad externa o se aplican a Dios figurativamente. Las pasiones hacen referencia a un cambio emocional interno, propio del ser humano. Piensa en nuestra presión arterial aumentando con la ira. El celo de Dios, una forma metafórica de hablar de Él, nos ayuda a comprender los actos externos de Su voluntad. Cuando Dios quiere que los malvados sean castigados, a veces de la manera más severa (como el diluvio en el tiempo de Noé), podemos hablar de la “ira del Señor”. Debido a que Dios es santo y justo, debe castigar el pecado. Cuando ejecuta exteriormente Su castigo, las Escrituras a menudo hablan de Su furor o ira. Pero sugerir que Acán, por ejemplo, podría molestar a Dios para que Dios sea menos feliz es convertir a Acán en Dios y a Dios en Acán (ver Josué 7). El acercamiento asombroso de Dios Dios se relaciona con los portadores de Su imagen de una manera que hace justicia a la historia de la redención. Él condesciende y, por nuestro bien, a veces se apropia de “pasiones” que, si bien no son propias de Su ser, son formas de hablar que nos ayudan a comprender cómo se relacionará con nosotros en términos de Sus propósitos y voluntad. Herman Bavinck (1854–1921) explica la importancia del trato de Dios con nosotros de esta manera: “Si Dios nos hablara en un lenguaje divino, ninguna criatura lo entendería. Pero lo que explica Su gracia es el hecho de que desde el momento de la creación Dios se inclina hacia Sus criaturas, hablándoles y apareciéndoseles en forma humana” (Dogmática Reformada, 1:100). Si no lo hiciera, quedaríamos en una nube de oscuridad inescrutable acerca de quién es Dios y qué está haciendo en el mundo. Ahora bien, el “agacharse” y el “aparecer” de Dios no son meros antropomorfismos en el sentido de que se está acomodando a nosotros en términos del lenguaje que usa. Más bien, el lenguaje humano usado para Dios en el Antiguo Testamento se cumple maravillosamente en la persona de Cristo en Su encarnación. Cristo antropomórfico El Hijo se relacionó con el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento al habitar en medio de ellos (1 Cor. 10:4). Según Owen, al morar con Su pueblo, el Hijo “asume constantemente afectos humanos para Sí mismo, para insinuar que vendría una temporada en la que actuaría inmediatamente en esa naturaleza. Y, en verdad, después de la caída no se habla nada de Dios en el Antiguo Testamento, nada de Sus instituciones, nada de la forma y manera de tratar con la iglesia, sino lo que tiene que ver con la futura encarnación de Cristo” (Obras, 1:350). Esta es una hermosa manera de entender el Antiguo Testamento. Estos antropomorfismos atribuidos a Dios no son solo una forma de acomodación de Su parte en términos de Su relación de pacto con Su pueblo, sino que preparan el escenario para la encarnación del Hijo de Dios. Sin embargo, dado que el Hijo es la razón de todas las cosas (Colosenses 1:16), no hace falta decir que el lenguaje antropomórfico acerca de Dios no es simplemente una expectativa de Jesús, sino que se deriva de Él desde el principio. Owen agrega que hubiera sido absurdo hablar de Dios continuamente por medio de antropomorfismos (como el dolor, la ira, el arrepentimiento, etc.) a menos que se pretendiera que el Hijo tomara para Sí “la naturaleza en la que habitan tales afectos” (350). Todo lo que antropomórficamente no se atribuye propiamente a Dios, en realidad se atribuye correctamente a Cristo como Dios-hombre. Jesús, que tiene brazos y ojos, corazón y alma, también se aflige (Mr. 3:5) y expresa indignación (Mr. 10:14). Lo que es imposible para Dios, que no puede cambiar, es posible en Cristo por la gloria de la encarnación. En Él podemos afirmar tanto la inmutabilidad de Dios como Su capacidad para expresar las pasiones humanas. El Hijo de Dios, como una persona con dos naturalezas, es tanto inmutable como cambiante; experimentó un gozo infinito en la Deidad, pero también, mientras estuvo en la tierra, un dolor inexpresable en Su humanidad. Designado siempre para ser hombre Nuestro Señor Jesús no es sólo el cumplimiento de todas las promesas, que son Sí y Amén en Él (2 Co. 1:20), sino también, el cumplimiento de toda verdad acerca de quién es Dios para con Sus criaturas. La mano (brazo) del Señor no es demasiado corta para salvar porque Su “mano” es Su Mesías que puede salvar hasta lo sumo (Heb. 7:25). Las manos son las que usamos para trabajar, y Dios obra con Su mano (Jesús) nuestra salvación. Dios habló a menudo de Sí mismo en términos humanos porque el Hijo siempre estaba destinado a convertirse en el verdadero hombre, el que verdaderamente era imagen de Dios (Col. 1:15), que permite a los fieles ver a Dios por la fe en esta vida y por la vista en la vida por venir. Tan importante para nosotros como Su Divinidad es Su humanidad, una humanidad que ese lenguaje de “agacharse/acercarse” del Antiguo Testamento siempre anticipó. Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Mark Jones

Mark Jones es el director ministerial de Faith Vancouver Presbyterian Church y autor de Knowing Christ y más recientemente The Prayers of Jesus: Listening to and Learning from Our Savior.

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