Isaías 38:1 nos describe lo que enfrentó Ezequías, rey de Israel, quien, al alcanzar la cúspide de su éxito, recibió un llamado de Dios para que se preparara ante el inminente día de su muerte: “En aquellos días Ezequías cayó enfermo de muerte. Y vino a él el profeta Isaías, hijo de Amoz, y le dijo: ‘Así dice el Señor: ‘Pon tu casa en orden, porque vas a morir y no vivirás’’”. A continuación, reflexionaremos en la vida de este rey y su reacción ante tales noticias, extrayendo seis principios útiles para nuestra consideración.
Realidad universal
En primer lugar, la muerte es una realidad universal. Sí, todos lo sabemos, pero especialmente en nuestro tiempo, parece que estamos obsesionados con una vida donde la muerte no está presente. Por el contrario, los temas de salud, alimentación, cuidado físico, vida saludable y todo lo que se deriva de ello, hacen presencia en nuestras culturas como si nadie fuese a morir.
De esta manera, ante la irracionalidad con la que hoy día se procura evitar o evadir la realidad de la muerte, los cristianos hemos de intentar ser intencionales al recordar que ella está presente en nuestro mundo mucho más cerca de lo que pensamos. Solo basta con observar a nuestro alrededor con una mirada consciente, y notaremos que no está lejos de nosotros.

Perspectivas cambiantes
En segundo lugar, nuestra perspectiva sobre la muerte cambia cuando llega a nosotros. Ezequías parece inquebrantable en su fe cuando enfrenta el asedio asirio: ora a Dios resueltamente, instruye a su ejército con valor para que no responda a las provocaciones del enemigo, guía a su pueblo con calma y continúa su reinado casi sin problemas en su carácter de líder nacional. Pero un día, Dios le hizo llegar las noticias de su propia muerte a través de su consejero de confianza: Isaías. No había duda de que ocurriría, pues ya se reconocía el infalible consejo del profeta. Además, el rey padecía algún tipo de enfermedad que era grave para la época (Is 38:21) —algo que un judío relacionaba con el enojo de Dios (Dt 28:27)— o que anticipaba su muerte, a menos que la bondad divina lo impidiera. Cuando el Señor le comunicó las devastadoras noticias al rey, él “lloró amargamente” (Is. 38:3).

Expectativas humanas
En tercer lugar, la muerte revela la humanidad de nuestras expectativas. En el caso del rey Ezequías, notamos que el anuncio de la proximidad de su deceso lo llevó inmediatamente a la oración a Dios (Is 38:2). Pero esta oración no fue pública, como la anterior, cuando los asirios lo amenazaron (Is 37:14), sino que fue en privado, pues “volvió su rostro hacia la pared”. Entonces Dios le dijo: “He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas” (Is 38:5).
Para todo rey judío era fundamental dejar descendencia para que se continuara su programa reformador. Y, probablemente, Ezequías aún no tenía hijo a quien dejar el trono. Resulta conmovedora su declaración respecto a sus descendientes, después de ser sanado: “El padre cuenta a sus hijos Tu fidelidad” (Is 38:19b). No es inusual valorar nuestros deseos humanos más naturales frente a la muerte, especialmente cuando no han sido satisfechos.

Prioridades ordenadas
En cuarto lugar, la muerte nos obliga a repensar nuestras prioridades. Para toda cultura, es extraño que un gobernante tenga tiempo para determinadas cosas que parecen no ir en consonancia con su cargo. No olvidemos que estudiamos la vida de un rey que ora —sí, de un rey que teme a Dios— y lo demuestra en su programa administrativo enfocado en la reforma moral y espiritual de su sociedad (2Cr 29–31). Ezequías realiza diversas actividades propias de cualquier gobernante, pero los asuntos religiosos marcan su agenda personal y gubernamental, porque reconoce su cita con la muerte.
De la misma manera que sucedió con Ezequías, la consideración del fin de nuestra vida en esta tierra nos lleva a abrazar nuestras prioridades y dedicarnos a ellas. Siempre es un riesgo para nosotros ocuparnos en cosas importantes, olvidando que hay algunas cosas indispensables, las cuales son determinadas para el creyente por las Escrituras.

Limitaciones personales
En quinto lugar, la muerte nos recuerda nuestras limitaciones personales. Al rey Ezequías le fue imposible borrar todas las consecuencias de su pasado y, aunque su reinado fue exitoso, no obstante, fue incapaz de resolver todos los problemas de su reino.
La muerte de Acaz, el padre malvado de Ezequías, produjo cierto sosiego a los piadosos israelitas, y “no lo pusieron en los sepulcros de los reyes de Israel” (v 27), lo cual lo despojó de la dignidad de los reyes justos del pasado. No obstante, a su hijo, Ezequías, “lo sepultaron en la parte superior de los sepulcros de los hijos de David; y todo Judá y los habitantes de Jerusalén le rindieron honores en su muerte” (2Cr 32:33), por causa de su legado de buscar “hacer un pacto con el Señor (2Cr 29:10). Sin embargo, él no logró eliminar los efectos de la maldad cometida por su padre. Esto es un buen recordatorio para nosotros, ya que debemos ser conscientes de nuestras limitaciones. No podremos hacerlo todo ni resolverlo todo. Debemos hacer lo que nos corresponda de manera fiel, como para el Señor y confiar los resultados de nuestros esfuerzos a Él.

Acciones con consecuencias
Por último, la muerte nos impide ver las consecuencias plenas de nuestras acciones, pero no por eso debemos ser descuidados. Habrá consecuencias, las veamos o no, por lo tanto debemos ser sabios y actuar de una manera honrosa y digna. En el caso de Ezequías, leemos que Dios oyó su plegaria y le concedió “quince años a [sus] días” (Is 38:5). Todos nos gozaríamos de ver la respuesta de Dios a este hombre, al igual que lo hacemos con muchos que son sanados por el Señor después de salir de una cirugía riesgosa, un tratamiento complejo o de una etapa grave de una enfermedad. Al mismo tiempo, soñamos con la subsecuente consagración a Dios que estas personas que han sido recipientes de la misericordia divina van a efectuar.
Tristemente, Ezequías estableció relaciones amistosas con las potencias de alrededor, pagando tributo de las riquezas del templo (2R 18:13-16) —tal como lo hizo su padre (2Cr 28:21)—. También, cuando fue sanado de su enfermedad mortal, recibió un presente de parte del rey de Babilonia, quien lo envió mediante sus servidores, ante quienes Ezequías dio a conocer todas las riquezas de Judá. Por tal envanecimiento (2Cr 32:25), el profeta Isaías lo exhortó, diciéndole que vendría juicio sobre sus hijos al punto de “servir en el palacio del rey de Babilonia” (Is 39:7). Esta maldición de la ley (Dt 28:32, 36) se cumplió en tiempos de Daniel (Dn 1:1-7), cuando Ezequías no vivió para verlo.

Conclusión
La realidad de la muerte nos prepara para valorar la vida. Por tanto, es pertinente afirmar que, sin la realidad de la muerte, sería innecesario el evangelio de Cristo. Isaías fue utilizado por Dios para llevar primero la noticia de la muerte al rey, pero luego fue el mismo profeta el que le trajo consuelo y esperanza de parte de Dios.
Luego del paso de los años dados por Dios a Ezequías, el rey finalmente murió. Después de él, reinó el peor de todos los reyes de la historia de Judá: Manasés. Este fue un rey perverso que introdujo cultos que practicaban la muerte de bebés inocentes. Ese hombre recibió su justo castigo en una prisión asiria donde fue informado de su pronta muerte. Al igual que su padre Ezequías, él pidió misericordia a Dios y la recibió (2Cr 33:9-13). Se le devolvió su dignidad y llegó a tener hijos que ocuparon también el trono, hasta que vino uno que vivió de manera perfecta y nos dio vida por Su muerte (cp. Mt. 1:10, 21). Gracias a la muerte del Hijo de Dios e hijo lejano de Ezequías, podemos valorar la única vida que tenemos para invertirla en el servicio del único digno de confianza en la vida y la muerte: Jesús. ¿Cómo vivirás tu vida en preparación del día en que Dios te llame a su presencia? Te animo a poner tu casa en orden cuanto antes.