Sería un hombre extraño aquel que conociera a una mujer, la conquistara, se casara con ella y luego estableciera inmediatamente la costumbre de ignorarla. No tendría mucho sentido que se casara con alguien a quien no tiene intención de seguir conociendo, con quien no desea seguir construyendo una relación. Sería un desperdicio de años si él permaneciera frío y callado hasta su vigésimo aniversario antes de empezar a abrirse, para finalmente conocerla. Su relación se vería inevitablemente perjudicada por su fría indiferencia.
Sin embargo, hay muchas personas que llegan a la fe en Cristo, que desarrollan una relación con Él, que le juran lealtad, que se bautizan y forman parte de la iglesia, pero que luego se estancan rápidamente. Son lentos para establecer los hábitos y patrones que harán que su relación crezca y prospere. No ponen en práctica las disciplinas de la lectura de la Palabra y la oración que les permitirá hablar con Dios y que Dios les hable. No se comprometen con una iglesia local en la que puedan crecer en el conocimiento de Dios y su amor por Él, y en la que puedan aprender a amar a los demás de la forma en que Cristo les ha amado. Ellos, como ese esposo, acumulan muchos años desperdiciados, años en los que podrían haber llegado a conocer al Dios que aman.

No es de extrañar que la fe de estas personas no prospere ni sobreviva en tiempos de prueba y de trauma. No es de extrañar que su fe no esté a la altura de los inevitables desafíos que se nos presentan a todos los que vivimos en este mundo de lamentos.
Es posible que hagas un viaje para acampar cuando el sol está alto en el cielo y el día todavía es largo, y entonces podría parecer una tontería llevar una linterna, asegurarte de que las baterías están cargadas y el bombillo sigue alumbrando. Pero no pasará mucho tiempo antes de que caiga la noche y la oscuridad cubra los densos árboles del bosque. Y es entonces cuando tu preparación demostrará su eficacia, pues es cuando necesitas una lámpara para tus pies y una luz para tu camino.

De ese modo, es ahí cuando nos encontramos con profundo dolor y pérdidas que estamos más agradecidos de haber fomentado una relación con el Señor. Es ahí, cuando estamos en el valle oscuro, que más agradecemos conocer al buen Pastor, es cuando estamos en la más profunda angustia que más agradecemos conocer al gran Sanador, es cuando estamos en la mayor agonía que es más necesario conocer al gran Médico. Es en estos momentos cuando resulta tan importante que hayamos establecido y fomentado una relación con el Señor.
Por lo general, las pruebas no son el momento ideal para construir una relación, sino el momento de apoyarse en una relación ya existente. El trauma no suele ser el momento ideal para empezar a tratar de entender de qué manera Dios está presente en nuestro dolor, sino el momento de apoyarnos en lo que ya sabemos que es verdad. Por lo general, la oscuridad no es el momento ideal para empezar a buscar a tientas una luz, sino el momento de depender de la luz que has llevado contigo todo el tiempo.
Por lo tanto, el llamado para cada uno de nosotros es claro. No debemos desperdiciar los días en los que quizá sintamos poca necesidad de Dios, no debemos descuidar los momentos en los que podríamos sentir poco deseo de desarrollar una relación con Él. Es cuando las cosas parecen estar en su mejor momento que más necesitamos planificar para enfrentar lo peor; es cuando todo parece ser ganancia que más necesitamos prepararnos para sufrir la pérdida.
Publicado originalmente en Challies.