La introspección cristiana puede parecer un poco como adentrarse en un amplio e intrincado laberinto. Entrar en el laberinto es fácil, pero también lo es perderse en él. Se pierde el sentido de la orientación. Los caminos prometedores del pensamiento toman giros inesperados y angustiosos. Los callejones sin salida abundan.
Si queremos vivir seguros en este mundo, necesitaremos al menos algo del autoconocimiento que proviene de la introspección (también podríamos llamarlo auto examinación). “¡Tengan cuidado!”, dijo nuestro Señor Jesús a Sus discípulos (Lc 17:3). “Ten cuidado de ti mismo”, escribió Pablo a Timoteo (1Ti 4:16). “Con toda diligencia guarda tu corazón”, aconseja el sabio (Pro 4:23). Así nos adentramos en el laberinto de uno mismo por una buena razón.
Sin embargo, cualquiera que se haya embarcado seriamente en este camino de autoconocimiento sabe cuántos agujeros y hoyos, cuántas encrucijadas y giros equivocados, cuántas zarzas y espinas se interponen en el camino. Y algunos cristianos, introspectivos y escrupulosos por naturaleza, saben lo que es perderse en ese laberinto durante largos ratos.
Nuestro Señor nos llama a mirar hacia dentro. Sin embargo, junto a la sana introspección hay una docena de peligros y callejones sin salida, caminos que no producirán más autoconocimiento, sino más ansiedad, inseguridad, distracción y miedo. Entonces, al considerar el laberinto que tenemos ante nosotros, haríamos bien en recordar algunas formas comunes en que la introspección sale mal.
Callejón sin salida 1: Introspección constante
Para algunos cristianos, la introspección no es tanto una práctica espiritual, sino más bien una atmósfera espiritual. No visitan tanto el laberinto, sino que viven en él. Estos creyentes a menudo viven con la atención dividida: una parte de ellos habla, trabaja, descansa, adora, y la otra parte se queda atrás y evalúa lo que hablan, trabajan, descansan y adoran.
Es posible que nos encontremos inmersos en una introspección constante por varias razones. Tal vez nos imaginamos que podemos conocernos a nosotros mismos de forma exhaustiva si nos fijamos lo suficiente. Así que, evaluamos y reevaluamos, nos cuestionamos y volvemos a cuestionarnos, analizamos y escudriñamos como si con solo mirar un poco más pudiéramos desenmascarar nuestro interior. Puede que dejemos poco espacio para la modesta autoconciencia de Pablo (1Co 4:3-4) o para oraciones como las de David en el Salmo 19:12: “¿Quién puede discernir sus propios errores? Absuélveme de los que me son ocultos”.
Probablemente más a menudo, la introspección constante es menos intencionada. No decidimos analizarnos a nosotros mismos, simplemente nos encontramos haciéndolo por reflejo. El poder de este autoanálisis vago y atmosférico reside, en parte, en el hecho de que puede parecer productivo y obediente. Jesús nos dice que nos vigilemos; nos vigilamos. O eso creemos. Pero al igual que un padre preocupado que se siente productivo mientras resuelve mentalmente problemas de trabajo en la mesa del comedor, la introspección constante suele distraernos de una obediencia más sencilla e importante.
Puede que Dios nos mande mirar hacia dentro, pero estos mandatos ocupan un pequeño lugar en el conjunto, solo una astilla del diagrama circular. Con mucha más frecuencia, Dios nos ordena mirar hacia arriba y hacia fuera: hacia Cristo (Heb 12:2), hacia el cielo (Col 3:1-4), hacia las personas que están a nuestro lado, las maravillas que nos rodean y los dones que tenemos ante nosotros (Mt 6:26; Fil 2:3; 4:8). “Amar a Dios” y “amar al prójimo” son nuestros llamamientos más cruciales, y el continuo escrutinio de uno mismo debilita ambos.
Así que, en lugar de dar tumbos en un laberinto de pensamientos, haz introspección con intención. Procura entrar en este laberinto con una oración y un plan, con un principio y un final claros. Y aunque los pensamientos intrusivos te sigan tentando hacia dentro, atrévete a recordar que la obediencia que Dios espera de ti suele estar afuera.
Callejón sin salida 2. Introspección con un solo ojo
El autoexamen a veces se interpreta como una mera búsqueda de pecados o de ídolos: miramos dentro de nosotros para rastrear nuestra culpa hasta sus raíces más profundas. Es cierto que los llamamientos de las Escrituras a la introspección, sí se centran a menudo en la búsqueda de las partes problemáticas de nosotros mismos: “Y ve si hay en mí camino malo”, como dice David (Sal 139:24). Queremos encontrar a nuestros enemigos en su infancia para que no crezcan y nos maten. Pero si solo buscamos el pecado en nuestro interior, somos como un hombre que tiene un ojo cerrado.
“Debemos tener dos ojos”, escribe Richard Sibbes, “uno para ver las imperfecciones en nosotros mismos, el otro para ver lo que es bueno” (La caña cascada, 35). Y si Jesús es tu Señor, Salvador y Tesoro, entonces, por muy asediado que te sientas, tienes algo bueno que ver. Tu alma puede tener cizaña, pero también tiene fruto plantado y que está creciendo por el Espíritu de Dios (Ga 5:22-23).
El apóstol Juan escribe: “Y en esto sabemos que lo hemos llegado a conocer: si guardamos Sus mandamientos» (1Jn 2:3). Podemos saber que estamos en Cristo, dice Juan. Y una de las maneras de saberlo es dándonos cuenta de la gracia que nos ha dado para obedecerle: deleitarnos en Su Palabra, amar a Su pueblo, confiar en Su fuerza, confiar en Sus promesas. Ya no somos lo que una vez fuimos, y Dios quiere que lo sepamos.
La confesión y el arrepentimiento son signos de madurez cristiana, pero la autoacusación constante no lo es. Como escribe Octavius Winslow:
No es verdadera humildad dudar y subestimar, hasta que sea fácil negar por completo la obra del Espíritu Santo en nosotros. Es verdadera humildad y sencillez confesar Su obra, dar testimonio de Su operación y atribuirle todo el poder, la alabanza y la gloria (La declinación personal, 151).
No te tapes la nariz cuando pases por al lado del fruto del Espíritu en tu vida. No hables de tu alma como si la buena obra que Dios ha comenzado fuera en realidad una obra mala, sin progreso ni belleza (Fil 1:6). Más bien, abre los dos ojos cuando mires dentro de ti, y alábale por todo lo bueno que encuentres.
Callejón sin salida 3. Introspección sin ataduras
En la exposición de Juan Calvino sobre el conocimiento de Dios, utiliza una imagen vívida que también podríamos aplicar al conocimiento de uno mismo. “El rostro divino”, escribe, “es para nosotros como un laberinto inexplicable, a menos que seamos conducidos a Él por el hilo de la Palabra” (Institución de la religión cristiana, 1.6.3).
Quienes intentan conocer a Dios al margen de la Escritura son como hombres arrojados en medio de un laberinto infinito. Nuestras propias almas, aunque no tan inescrutables como la naturaleza de Dios, nos resultan igualmente “inexplicables” al margen de la Palabra de Dios. Necesitamos un hilo que nos guíe a través de nuestro propio laberinto hasta los lugares que necesitamos ver (y que luego nos guíe de nuevo hacia afuera).
David modela este enfoque del autoconocimiento en el Salmo 19. Aun reconociendo el persistente ocultamiento de algunos pecados (Sal 19:12), celebra el carácter escrutador e iluminador de la Palabra de Dios. “Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón […]. . . Además, Tu siervo es amonestado por ellos” (Sal 19:8, 11). La Palabra de Dios es un sol sobre el alma: nos calienta, nos advierte, nos revela y nos conduce de vuelta a nuestra Roca y Redentor (Sal 19:14).
Imagina, entonces, que un pecado en particular te ha estado molestando. Quieres verlo con más claridad para poder confesarlo con más sinceridad y matarlo con más eficacia. Podrías simplemente orar y pensar por qué este pecado tiene tanto poder sobre ti, y eso podría ser fructífero. También podrías presentar este pecado a otro creyente, y eso podría ser aún más fructífero. Pero también podrías considerar cómo aferrarte más fuertemente al “hilo de la Palabra”.
Si quieres ver tu envidia con más claridad, podrías aferrarte a la historia de los celos de Saúl (1S 8:6-16) o a las palabras de Santiago sobre “la sabiduría de lo alto” (Stg 3:13-18). Si quieres entender y abordar con más decisión algún temor recurrente, podrías subirte a la barca con los discípulos (Mr 4:35-41) o permitir que Pablo te interrogue amorosamente al final de Romanos 8 (versículos 31-39). Si quieres alejarte de las diversiones superficiales y de la mentalidad terrenal, puedes dejar que Juan te guíe hacia su visión de la nueva Jerusalén (Ap 21:4).
Cuando nos detenemos en pasajes como estos, reflexionando, meditando y permitiendo que escudriñen nuestras almas, podemos descubrir que nos conducen a motivaciones que nunca imaginamos, a tentaciones que nunca nombramos y a vías de escape que nunca vimos.
Callejón sin salida 4. Introspección sin Cristo
Al final, el autoexamen, como todos los medios de la gracia de Dios, es solo eso: un medio. Comprendernos a nosotros mismos no tiene casi ningún valor si permanecemos preocupados en nosotros mismos. Pero si permitimos que lo que vemos de nosotros mismos nos lleve a otra parte, a preocuparnos por Cristo, entonces la introspección se convertirá en una sierva más de nuestra alegría en Él.
No examinamos nuestras almas solo para ver nuestras enfermedades, sino para mostrar al Gran Médico dónde necesitamos que ponga Sus manos sanadoras y nos conceda Su bendición de paz. ¡Y qué médico es! En la tierra acudían a Él multitudes, con necesidades tan variadas como su humanidad, y sin embargo “los sanó a todos” (Mt 12:15). Y lo sigue haciendo por medio de Su Espíritu celestial.
Si la amargura te consume como la lepra, Él puede limpiarte y enviarte sano a casa. Si la pereza o la autocomplacencia han paralizado tu amor, Él puede levantarte de nuevo. Si las palabras torcidas han hecho enmudecer tus alabanzas, Él puede desatar y reeducar tu lengua. Si los pensamientos altivos sobre ti mismo te han cegado ante Su valor, Él puede decir sobre tus ojos: “Ábrelos”.
Todo lo que descubrimos en nuestro interior, Él ya lo conoce. Podemos sorprendernos; Él no. Y en este Jesús, Su persona, Su obra, está toda la sanación que podamos necesitar. Así que, mira dentro, pero no vivas allí. Deja que cada mirada interior te lleve al Señor fuera de ti. Vive en Él.
Publicado originalmente en Desiring God.