[dropcap]H[/dropcap]ace un par de semanas, recibimos la noticia de que otro —sí, otro— pastor conocido y muy admirado había sido sacado del ministerio después que sus ancianos se enteraran de que estaba involucrado en una relación extramarital. Tales incidentes son demasiado comunes, aunque sospecho que la frecuencia está tan relacionada con el encogimiento del mundo como con alguna gran explosión de inmoralidad. Internet nos permite hallar afinidad con un mayor número de personas y, asimismo, nos permite el conocimiento de un mayor número de pecadores, hipócritas e impostores. La caída de otro pastor significa la agonía de otra iglesia, en tanto que otra comunidad de cristianos lucha con las repercusiones del gran pecado de su pastor. La caída de otro esposo significa la agonía de otra esposa, en tanto que ella carga el peso de la inmoralidad de su esposo. La caída de otro líder significa la inquietud de otro grupo de admiradores, en tanto que lidian con la caída de un hombre al que respetaban. Si se involucró en semejante inmoralidad, ¿qué significaron realmente todas sus predicaciones? Si estaba cometiendo semejante pecado, ¿cuánto significaba realmente su amor? Si estaba escondiendo tal hipocresía, ¿qué significaba realmente su liderazgo? El derrumbe de un ministro y su ministerio crea una gran onda de destrucción. Hay una dura realidad detrás del derrumbe de tantos ministros: aunque muchos han sido descubiertos y atrapados en su pecado, sabemos que hay muchos más que aún no lo han sido. Hay muchos que están hundidos en transgresiones que los descalifican, pero su día del juicio aún no ha llegado. No plenamente. Pero quizá harían bien en reflexionar sobre las palabras de Moisés en Números 32: «Pueden estar seguros de que no escaparán de su pecado». El pecado encuentra la forma de ser descubierto. Podemos ocultarlo por un tiempo, pero al final inevitablemente se hace público. En realidad, ¡el pecado quiere ser descubierto porque quiere tener la última palabra! El pecado se conforma con residir en la oscuridad por algún tiempo, pero su objetivo es darse a conocer para poder causar reproche al evangelio. Quiero decirles algo a aquellos pastores que están ocultando un grave pecado, especialmente este tipo de pecado sexual que los descalifica. Quiero suplicarles: por favor, confiesen, y por favor, renuncien. Lo mejor que pueden hacer por ustedes mismos, por aquellos que aman, y porque aquellos a quienes sirven, es confesar el pecado y renunciar al ministerio. Inmediatamente. Ahora mismo. Si aman a su familia, si aman a su iglesia, si aman la iglesia de Cristo, si aman el evangelio, si aman a Cristo, van a confesar y a renunciar. Permanecer en el ministerio habiendo cometido ese pecado es el colmo de la hipocresía. Entiendo lo difícil que es. Entiendo que tal vez no tengas ninguna otra habilidad, ni puedes imaginar ejercer otra ocupación. Entiendo que has puesto todos los huevos en esta canasta del ministerio. Pero la falta por la que has quedado descalificado no es de nadie más sino tuya. Tú escogiste involucrarte en la única vocación del mundo donde la habilidad es mucho menos importante que el carácter. Tú escogiste involucrarte en una vocación donde una transgresión grave señala el fin de tu carrera. Ya no estás calificado para este cargo y debes renunciar. Reúne a tus ancianos, confiesa cada detalle de tu pecado, y preséntales tu renuncia inmediata. Luego sepárate de cualquier tipo de ministerio. Sí, las consecuencias pueden ser severas y las repercusiones graves, pero no hay mejor forma de mostrar tu arrepentimiento y de proteger a aquellos que amas. Por el bien de tu iglesia, por el bien de tu familia, por el bien de los que te admiran, y por el bien de tu propia alma, confiesa ese pecado y renuncia al ministerio.