Todos en algún momento de nuestra vida hemos enfrentado el terrible sentimiento de la decepción. Estarás de acuerdo en que se trata de algo muy difícil de lidiar. Encontrarte con que alguien no resultó lo que esperabas, o descubrir de repente que todo lo que pensabas al respecto de una persona se viene abajo por un comportamiento reprochable, resulta doloroso y puede en algún momento llevarnos a reaccionar disparando a cualquier lado. Pero traslademos ese sentimiento a nuestra arena. Más aún, trasladémoslo al peor de los casos, ¿qué hacer si el pastor de la iglesia es descubierto en una situación de pecado escandaloso o recurrente? Eso es de otro calibre; sin embargo, damos gracias al Señor porque su Palabra no nos deja a ciegas ni siquiera en situaciones como estas. Antes de seguir, debo confesar que escribo esto con temor. Soy pastor, cuido un rebaño y soy consciente del grado de responsabilidad que llevo a mis espaldas. No dejo de pensar en la necesidad que tengo de Dios cada día y de su gracia guardadora para continuar en la carrera sin ser desechado. Veamos, pues, algunas consideraciones bíblicas que pudieran ayudarnos a enfrentar la pregunta que plantea en principio este artículo.
Considérate a ti mismo
“Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gá. 6:1).
Lo primero que debemos tener en cuenta al momento de enterarnos de una condición de pecado en el liderazgo de la iglesia, es que nosotros no somos ni mejores, ni inmunes; debemos recordar que todos estamos expuestos a las mismas luchas contra el pecado, y a expensas de los mismos medios para mantenernos firmes. Puede suceder que al enterarnos de que el pastor ha pecado gravemente, surja un profundo sentimiento de indignación — lo cual es normal, pero si esa indignación se convierte en menosprecio y grita en el corazón que eso es algo que nunca haríamos, en ese momento hay que parar. No mirarnos a nosotros mismos puede hacer que se pierda el rumbo acerca de hacia dónde se debe proceder. El texto que sustenta este punto (Gá. 6:1), pone de manifiesto que al sorprender a alguien en una falta lo que sigue es la compasión. Cuando aprendamos a mirarnos a nosotros mismos, tendremos la serenidad y la claridad para saber cómo enfrentar los retos que implica lidiar con una situación tan dolorosa. Así qué, esto es vital y generalmente es un paso que va ligado a la oración y la reflexión espiritual.
Considera al pastor un miembro del cuerpo
“Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él” (1 Co. 12:27).
Uno de los obstáculos más comunes para llevar a cabo un proceso de disciplina bíblico ante un líder que ha pecado, es la mala concepción que hay del liderazgo en las Escrituras. Muchas personas que se encuentran en una situación semejante, ven en el pastor a alguien incuestionable, un súper ungido que no puede ser corregido o exhortado por alguna mala conducta, en consecuencia, asumen una actitud pasiva y silenciosa —algo como «él dará cuentas a Dios«— pero tal actitud no es bíblica. El pastor, como cualquier otro hermano de la iglesia, es un miembro del cuerpo, que, si bien ha sido dotado por Dios con los dones necesarios para ejercer el liderazgo en una posición honrosa, su liderazgo no está por encima de la congregación para enseñorearse, sino que está en frente para guiar siendo ejemplo de conducta y fiel en la enseñanza. En ese sentido, el pastorado no es un fuero que libra a un miembro de ser disciplinado, no hay nada en la Biblia que indique eso. Esto no significa que toda persona puede acusar de cualquier cosa a un líder e inmediatamente debe procederse contra él. No, la Biblia de hecho provee cierta medida de protección al respecto de estas eventualidades. Pablo le recomendó a Timoteo que no admitiera acusación contra un pastor a menos que hubiera las pruebas suficientes (1 Ti. 5:19), pero también advirtió inmediatamente que, si lograba comprobarse una conducta de pecado recurrente, este debía ser disciplinado de forma ejemplar (1 Ti. 5:20).
Considera la disciplina eclesiástica
“A los [ancianos/pastores] que continúan en pecado, repréndelos en presencia de todos para que los demás tengan temor de pecar” (1 Ti. 5:20).
Habiendo mencionado que el pastor es un miembro del cuerpo, entendemos que los procesos de disciplina que aplican para él son exactamente los mismos que para el resto de la congregación, con el agravante de que algunos pecados pueden descalificarlo totalmente para seguir ejerciendo el ministerio y otros ameritarán una reprensión pública, tal como lo recomendó Pablo a Timoteo. La disciplina debe ser administrada después de tener las pruebas suficientes. En los días de Pablo eran necesarios dos testigos, esa era la manera de afirmar un hecho como verídico. Hoy, tal vez no tengamos que ser tan estrictos en cuanto a la forma, lo que esto implica es que se hace necesario tener los elementos que puedan probar, sin lugar a las dudas, que se ha incurrido en una conducta pecaminosa. Si el pecado aplica para una reconvención personal de acuerdo con Mateo 18:15, es de allí desde donde se debe partir; sin embargo, para pecados escandalosos o conductas de pecado recurrentes, la administración de la disciplina debe ser pública y ejemplar por dos razones: buscar el arrepentimiento del implicado, y ser de ejemplo al resto de la congregación. Se asume que estos procesos son motivados por una profunda compasión y deseo de exhibir la santidad de Dios a través de la iglesia.
Considera la restauración
«Es suficiente para tal persona este castigo que le fue impuesto por la mayoría; así que, por el contrario, vosotros más bien deberíais perdonarlo y consolarlo, no sea que en alguna manera éste sea abrumado por tanta tristeza» (2 Co. 2:6-7).
Finalmente, no debemos olvidar que el propósito de todo proceso de disciplina es la restauración del ofensor y el arrepentimiento. No debemos cegarnos por la indignación y menos por el triunfalismo. El gran reto de la congregación es reflejar el carácter perdonador de Cristo y obrar con gracia contra un hermano por el cual también Cristo murió. Algunas reflexiones que nos deja el haber caminado en terreno tan escabroso:
- No somos mejores que nadie, todos dependemos del Señor y su gracia, de modo que, si alguno piensa estar firme, mire que no caiga (1 Co. 10:12).
- Dios no tiene favoritos. Todos somos sometidos al mismo amor, pero también a la misma medida de justicia.
- La disciplina bíblica: no importa a quién se aplique y cuan dolorosa sea, es la mejor oportunidad de mostrar el amor que sólo proviene de Dios.